El rincón del historiador

El sacerdote austríaco Segismundo Aperger y su aporte a la medicina

Se cumpliroen dos siglos y medio de la muerte del R.P. Segismundo Aperger S.J., natural de Austria, que acabó su existencia terrenal en nuestras tierras un 23 de noviembre de 1772. A la múltiple labor evangélica de los hijos de San Ignacio de Loyola debemos agregar su influencia civilizadora, y en el caso que nos ocupa fue, al decir del R.P. Guillermo Furlong S.J., "una de las grandes figuras médicas (junto al R.P. Falkner) que en la segunda mitad del siglo XVIII tuvo la Compañía de Jesús".

Nuestro protagonista nació en Insbruck el 20 de octubre de 1687, en el hogar de Juan Enrique Aperger, que ejercía el cargo de camarero de la Corte y director de banco, y de María Schedlin. Fue bautizado con los nombres de Segismundo Tadeo a las dos horas de nacer en la entonces parroquia de San Jacobo Dom zu St. Jakob, que hoy es la Catedral de la ciudad con el nombre de San Santiago.

Tenía 18 años cuando ingresó a la Compañía de Jesús, y a pesar de haberlo afirmado muchos autores era difícil que a esa edad tuviera el título de médico. Si es cierto que estudió Letras en la Universidad de Graz y que además ejerció la cátedra de Gramática y Retórica por cuatro años. Cuando volvió a la casa de estudios para cursar Teología debió interrumpir las lecciones para viajar a América destinado a misionar en las reducciones de la Compañía. Con licencia del 28 de enero de 1717 pasó a Buenos Aires en la misión encabezada por el padre Bartolomé Jiménez, y llegó a nuestras costas el 13 de julio. Viajaban en un navío de bandera inglesa, cuyo capitán protestante pronto entró en amable comunicación con los religiosos. Según uno de ellos fue un viaje muy rápido, pero una fuerte tormenta cuando llegaban a las costas del Brasil los tuvo a mal traer, en la que perecieron todos los animales que se llevaban para el consumo de carne fresca.

La simpatía de Aperger mereció que el capitán de la nave le regalara su reloj de bolsillo en muestra de afecto. Tenía por entonces 30 años, a pesar de anotarle 37. Era "de mediana estatura, blanco de cutis y cabello anillado".

LA PESTE

A los pocos días partió a Córdoba, en cuya universidad debía terminar sus estudios de teología; a poco de llegar una terrible peste asoló la ciudad. Un testigo presencial, el sacerdote alemán Juan Klaussner, afirma que "la peste hubiera arrebatado aún más gente en esta ciudad si nuestros padres no hubiesen combatido el creciente mal con medicinas. El Padre Aperger, tirolés, de Insbruck, hizo con gran éxito y renombre las veces de médico, porque en estas regiones hay una gran falta de médicos y de medicinas". A su vez, otro jesuita, el alemán Antonio Betschon, afirmaba que "el padre Segismundo salvó de la muerte a tanta gente en Córdoba con las medicinas que había traído de Europa y con diversas plantas medicinales que descubrió en el país, que el Obispo y la Ciudad le dieron las gracias".

Para darse una idea de la epidemia de viruela, nuestro sacerdote calculó los muertos entonces en 17.000 indios y todos coincidieron en que los estragos habrían sido mayores si la peste no se hubiera combatido "con las recetas oportunas y eficaces del padre Aperger, que desempeñó los oficios de doctor en medicina con éxito y aplauso".

Al momento de terminar sus estudios los superiores lo retuvieron en la ciudad, pero con gran dolor de la población fue enviado a las reducciones, donde su nombre habría de ser imborrable entre los indios. Pronto habría de adquirir justa fama y en 1730 el padre Magg afirmaba que "el padre Segismundo, renombrado en estas regiones, se ha captado el amor y estima de todos por su buena habilidad en la medicina. A un padre español oí decir de él que "si este alemán no hubiese estado aquí, hubiera perecido la mitad de nuestra provincia del Paraguay". Recordaba que durante la viruela de Córdoba que había atacado a todo el Colegio ninguno de los que siguió su tratamiento murió, "sólo algunos pagaron el tributo de la muerte, o porque desconocían la experiencia del Padre en medicina, o porque no se fiaban".

HERBORISTA

A pesar de lo que se ha afirmado, sin duda Aperger no era médico, pero como bien lo señala el padre Furlong, era un insigne herborista y un gran conocedor de los achaques humanos; no era médico diplomado ni había cursado la carrera médica pero, como acertadamente escribe Trelles, era uno de esos amigos de la humanidad, a quienes la falta de médicos y medicinas entre los conquistadores de estos países obligó a dedicarse al estudio de las yerbas y plantas a las que los indígenas atribuían virtudes curativas.

Entre sus destinos en las Misiones estuvo en los pueblos de Mártires, Concepción y Apóstoles, donde terminó sus días. El padre Cardiel afirmaba al respecto que "el cuidado en lo espiritual de los enfermos y la caridad de lo temporal es grande. Para esto hay en el pueblo tres o cuatro indios, que llaman Curuzuyá, el de la cruz, porque siempre lleva como por báculo una cruz de dos varas en alto, y gruesa como el dedo pulgar. Estos desde pequeños aprenden a curar y hacer medicamentos, tienen papeles de esta facultad, hechos por algunos hermanos coadjutores, enfermeros en aquellas misiones, que fueron en el siglo cirujanos y boticarios, y se aplicaron mucho en las misiones a la medicina. No van con los demás a las faenas del pueblo; antes los otros les hacen lo que ha de menester, para que los cuiden mejor en su ministerio".

Es imposible resumir en un artículo la totalidad de la obra y los testimonios sobre este sacerdote: ante el Cabildo de Santa Fe se presentó Carlos de la Rosa, natural de Roma y bautizado en San Pedro en 1694, que recordaba que fue condiscípulo de Aperger en Córdoba en tiempos de la peste grande, y otros datos personales, para afirmar finalmente "gran médico, de donde quedó con la facultad y con la afición que a ella tuvo, se fue ejercitando, y dedicando a ver autores de ella y en Santiago y La Rioja asistió a varios enfermos".

ULTIMOS DIAS

El padre Aperger se encontraba en el pueblo de Apóstoles, en Misiones, cuando llegó la orden de expulsión de los padres jesuitas. El comisionado informó al gobernador Bucarelli que se lo dejaba "por incapaz de removerlo, respecto de hallarse postrado en cama, con cerca de 90 años, tullido, ulceroso y moribundo". Pasó los últimos años solo, sin sus hermanos de la Compañía, a cargo de fray José Antonio Barrios, religioso mercedario que se hizo cargo de su asistencia espiritual. Fue el único jesuita que quedó en estas tierras y sin duda, por la cercanía y gratitud que tenían para con él muchos de los habitantes, fue reconfortante a su espíritu.

Furlong dice que "su nombre ha pasado a la posteridad envuelto en una aureola de ciencia y santidad; sacerdote ejemplar y misionero celoso, consagró sus energías todas a la dura labor de cristianizar a nuestros indígenas; médico peritísimo en la ciencia curativa se dedicó con afán y con éxito nunca rivalizado en las regiones del Río de la Plata, al alivio de sus semejantes. Los contemporáneos lo consideraron como enviado del cielo, pues tantas y tan insignes fueron las curaciones, de toda índole, que llegaron a obrar".

Con esta conmemoración sus compatriotas austríacos, argentinos y paraguayos, donde desparramó su caridad, no hacemos más que un acto de justicia al honrar la memoria de Segismundo Tadeo Aperger, a la espera que en Apóstoles, en la provincia de Misiones, y en la ciudad de Córdoba, en el Colegio de la Compañía, se pueda con la Embajada de Austria descubrir una placa y recordarlo de esto modo para siempre a quien tanto de bueno le fue dado sembrar en su terreno ambular. No dudamos que a dos siglos y medio de su muerte se habrá de cumplir con tan merecido homenaje que honra y hermana a nuestros países.

* Historiador. Vicepresidente de la Academia de Artes y Ciencias de la Comunicación.