Objetivo cumplido

Ya está. Objetivo cumplido. Hay que sacarse el sombrero, ponerse la celeste y blanca y festejar. Gorro, bandera y vincha. Y aflojar con la tensión del viernes por la tarde, después de ese partido interminable frente a los gigantes naranjas. Es la hora, es ahora. No importa lo que pase el martes, frente a Croacia. Argentina se metió entre los cuatro mejores del mundo en Qatar y es un lugar de privilegio. Obviamente todos vamos a querer más, pasar las semis y jugar el próximo domingo el duelo por la gloria y no el sábado, después de enfrentar a Luka Modric y compañía. Pero valoremos lo que logró el Seleccionado nacional hasta acá. No es conformismo, es realidad. Y si después hay postre, mejor. Será yapa inolvidable.

Los Mundiales son como los Superclásicos. Como esos partidos entre River y Boca en los que no gana siempre el mejor, aunque suele ganar el mejor. Son psicológicos y físicos. Cuentan con un gran sustento de fortuna, más allá de hay quienes dicen que ni en los penales existe la suerte. Es cierto que allí los atletas lucen trabajo, disciplina, orden. Pero también todos esos atributos necesarios pierden por goleada frente al talento, la inspiración, la inteligencia del hombre que corre pelota al pie y le da un destino que nadie imagina (como, por ejemplo, el pase de Messi a Molina, en el primer gol).

Es fútbol en estado puro. Como el empate 2-2 de los Países Bajos en el minuto 11 del tiempo adicionado, ese que pareció de lo más injusto. No por el empeño de los neerlandeses, sino por la forma en que se dio la película más dramática que vimos en los últimos tiempos. Fue una obra de arte de los europeos, en el momento más caliente del encuentro, en la última bola de la noche. Y entonces todos los elogios que le podían caber al bueno de Lionel Scaloni por los cambios y su idea de ´´saber sufrir´´ los partidos como él mismo dice, estuvieron a punto de evaporarse. Si el alargue o lo penales hubieran condenado a su equipo más tarde, hoy gran parte de la culpa de la eliminación que no fue, se la hubieran atribuido al DT. Pero esos mismos jugadores que él preparó o ayudó a prepararse para la ocasión, antes y durante el Mundial, lo llevaron a jugar un tiempo extra notable, en el que Argentina no mereció llegar a los penales. Pero los hubo e igual se impuso. Y lo hizo pese a que las estadísticas cuentan que  los equipos que llegan a un alargue o a penales después de haber dominado el marcador (Argentina estuvo arriba durante casi 100 minutos), suelen ser los que caen derrotados. Es otro cuestión psicológica: creías que lo tenías ganado y ese tiempo extra que festeja el perdedor, modifica la escena de la confianza. La invierte. Y gana el que venía perdiendo.

Por eso fue más grande el triunfo y el festejo tuvo sabor a épica. Fue, al cabo, un desahogo merecido. ¿Significa eso que está todo bien, que no hay que corregir nada, que somos los mejores de todos? No, claro que no. Simplemente quiere decir que no hay equipos perfectos, que Croacia lo sacó a Brasil ese mismo día, que antes, en octavos, Marruecos lo echó a España. Que subir cada escalón debe ser una fiesta. Que tener memoria se impone. Argentina suele ser cuartofinalista en los Mundiales, más allá de que ganó dos finales y perdió tres y que, por eso, es considerada siempre entre los favoritos.

El Seleccionado viene de ganarle el título de la Copa América a Brasil en Río, de mantener un invicto tremendo de 36 partidos que, vaya paradoja, lo cortó Arabia Saudita en el debut mundialista (2-1) y pese a ese golpazo, meterse entre los mejores cuatro del mundo. Se trata de otra página histórica para el fútbol de nuestro país. Salud.