No faltan referencias al comer en tiempos de la invasión británica de 1806.
Sin embargo a los pocos días tuvo un desquite, un capitán de ingenieros lo invitó a comer y según nos cuenta: "Todos los que se sentaron a una mesa muy larga, profusamente tendida, fueron tres, su esposa, el capitán Belgrano y yo. No había sirvientes presentes en ningún tiempo, excepto cuando entraban o sacaban los servicios que consistieron en veinticuatro manjares: primero sopa y caldo, y sucesivamente patos, pavos y todas las cosas que se producían en el país, con una gran fuente de pescado al final, y fuimos servidos durante la comida por cuatro de sus parientes más cercanos, que nunca se sentaban. Los vinos de San Juan y Mendoza se hicieron circular libremente y mientras gozábamos de nuestros cigarros, la dueña de casa con otras dos damas que entraron, nos divirtieron con algunos lindos aires ingleses y españoles en la guitarra, acompañados por esas voces femeninas. Comimos a las dos y la compañía se deshizo para su siesta a las cuatro''.
Parece que Beresford no se sentía muy a gusto con la vajilla que había en su residencia del Fuerte, o quizás Sobre Monte además del tesoro se había llevado también los cubiertos. Lo cierto es que mandó hacer una docena de cubiertos de plata con dos cucharones, los que costaron 135 pesos, y otra docena de cubiertos solamente por los que el Cabildo debió pagar 116 pesos al maestro platero
Según apunta Beruti en sus
LA MESA DE LINIERS
Después de la Reconquista, el Cabildo ofreció una semana de convites, que dejaron por unos días a don Santiago de Liniers sin atender el despacho, más que por asuntos urgentes, por estar indispuesto seguro que de tantas opíparas comilonas. Ya estaba instalado en el Fuerte y decidió no cambiar de cocinero, lo que no debió sorprender a nadie.
Claro que quien se debió sorprender fue el Cabildo cuando don Ramón le hizo llegar la cuenta de "lo gastado para dar de comer al señor general reconquistador durante siete días desde el 13 al 19 de agosto pasado''. Para dar una idea de lo que se consumió en la mesa de Liniers, vamos a detallar las provisiones que envió Aignasse a la Fortaleza: jamones, tocino, chorizos, manteca, huevos, pescado, cordero, verduras, gallinas, vasos, queso, arroz, chocolate, café, carbón, pasas y nueces, harina, patos, perdices, pavos, candeleros de barro, vinagre, azúcar, pimienta, escobas y garbanzos, manteca, velas, agua, carne, lengua y lomo, leche, carnero, aceite, alcachofas, criadillas, salchichón, especies, mostaza, carbón, pollos, damajuanas de vino y licores; algunos productos se reiteran día a día. A esto debe agregarse que al primer cocinero se le abonaron 30 pesos, al segundo 18 pesos; a dos mozos, 6 pesos, al mozo de comedor 6 pesos y la misma cifra a otros dos que lo ayudaban. Además el 19 no se asentó detalle alguno, aunque se cobró al bulto 30 pesos.
Cuando Buenos Aires fue recuperada, algunos heridos británicos fueron transportados a la flota comandada por el almirante Popham. El 15 de agosto el almirante Popham a bordo del navío Diadem frente a Montevideo, solicitó al gobernador de esa plaza para dar de comer a los enfermos 100 carneros y 30 docenas de gallinas, cuyo importe estaba dispuesto a satisfacer. Las provisiones pedidas fueron enviadas en una nave con bandera parlamentaria, acompañadas de una nota de Ruiz Huidobro, que no aceptaba por razones humanitarias el importe del cargamento de comestibles.
Mientras tanto, en Buenos Aires don José Hidalgo repartía en los cuarteles del Retiro y la Residencia platos de madera, ollas, cucharones, tinas de agua, raciones de pan, arroz, café y sal para alimentar a los efectivos que habían reconquistado la ciudad.
BANQUETES
Cuando los oficiales subalternos ingleses fueron enviados como prisioneros al interior, en octubre de 1806, antes de partir invitaron a todos los jóvenes de las casas de familias criollas, donde se habían alojado, a un almuerzo de despedida en la fonda de
Inmediatamente de finalizado el convite pasaron a la plaza donde los esperaban sus caballos y rumbearon a sus destinos. Durante su residencia en Luján, Beresford invitaba a los oficiales encargados de la custodia a compartir una mesa bien servida. En medio de los escasos recursos de ese pueblo, dio un banquete en honor del comandante del lugar, que mereció ser llamado como espléndido y que obligó al lugareño a retribuir la atención en forma proporcionada.
Y hablando de comidas y de mesas bien servidas, no nos olvidemos la excelente caricatura (ilustra esta nota) de James Gillray que se considera la primera muestra de crítica política hecha en los medio escritos. Fue publicada el 26 de febrero de 1805,