El rincón del historiador

De comidas, asados y licores en 1806

No faltan referencias al comer en tiempos de la invasión británica de 1806. El gran sorprendido, y no para bien, fue Alexander Gillespie con sus compañeros en su primera noche en la ciudad, ya que "una comida de tocino y huevos fue lo único que nos pudieron dar'' en la fonda de los Tres Reyes, además de escuchar el reproche de la mujer que los servía a los oficiales locales que habían entregado la plaza.­

Sin embargo a los pocos días tuvo un desquite, un capitán de ingenieros lo invitó a comer y según nos cuenta: "Todos los que se sentaron a una mesa muy larga, profusamente tendida, fueron tres, su esposa, el capitán Belgrano y yo. No había sirvientes presentes en ningún tiempo, excepto cuando entraban o sacaban los servicios que consistieron en veinticuatro manjares: primero sopa y caldo, y sucesivamente patos, pavos y todas las cosas que se producían en el país, con una gran fuente de pescado al final, y fuimos servidos durante la comida por cuatro de sus parientes más cercanos, que nunca se sentaban. Los vinos de San Juan y Mendoza se hicieron circular libremente y mientras gozábamos de nuestros cigarros, la dueña de casa con otras dos damas que entraron, nos divirtieron con algunos lindos aires ingleses y españoles en la guitarra, acompañados por esas voces femeninas. Comimos a las dos y la compañía se deshizo para su siesta a las cuatro''.­

Podemos sin duda afirmar que esta comida tan abundante fue un agasajo, el anfitrión era Carlos Belgrano, hermano de Manuel; pero Gillespie también participó en la mesa diaria y sobre ella apuntó: "Una serie de identidades predomina en la economía de sus mesas: chocolate y bollitos dulces son el almuerzo común de las clases superiores, sopa que tiene un almodrote con pedacitos de puerco, carne, porotos y numerosas legumbres; u otra clase con huevos, pan y espinaca con tiras de carne, es el primer plato; seguido por carne asada en tiras, y finalmente pescado nadando en aceite, perfumado con ajo. Las damas no beben sino agua y los caballeros se regalan durante la comida con vino blanco de San Juan o tinto de Mendoza, lugares de provincia de Cuyo, y la última tocando los Andes; después fuman y se van a dormir siesta, despertándose a eso de las cinco para oler aire no para hacer ejercicio tan indispensable para la salud. Lo mismo se repite a las diez y el lecho vuelve a ser su refugio. Tal serie de concesiones produce corpulencia en los más junto con languidez intelectual, pero una sobriedad constante; con el uso frecuente de yerba paraguaya, tienden a contrabalancear aquellos desórdenes, que naturalmente se esperarían''.­

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LOS CUBIERTOS DE BERESFORD­

­Parece que Beresford no se sentía muy a gusto con la vajilla que había en su residencia del Fuerte, o quizás Sobre Monte además del tesoro se había llevado también los cubiertos. Lo cierto es que mandó hacer una docena de cubiertos de plata con dos cucharones, los que costaron 135 pesos, y otra docena de cubiertos solamente por los que el Cabildo debió pagar 116 pesos al maestro platero José Enrique Ferreira.­

El gobernador británico recibió de las atenciones de las mujeres porteñas con gran cantidad de bandejas de plata con dulces, que desconociendo las costumbres jamás devolvió a sus propietarias. Tiempo después fue advertido de su desliz, que subsanó cuando se desempeñó como diplomático ante la corte en el Brasil, con el obsequio de valiosos presentes a las damas que habían tenido para con él la gentileza de endulzarle el paladar con esas exquisiteces.

Según apunta Beruti en sus Memorias Curiosas, el 4 de agosto un grupo de soldados ingleses fueron al almacén de pólvora de don Diego de Flores, en el barrio homónimo, temerosos de que los nuestros la sacaran. Al no poder cargarla toda, la tiraron en un pozo y el resto al suelo y la desparramaron con la tierra. Al mismo tiempo pasaba un "buey, lo cogieron, lo mataron, y habiendo hecho fuego para asarlo y comerlo'' la pólvora se prendió fuego, llegando al pozo que se prendió y explotó. Los ingleses debieron contar unos cuantos muertos y heridos, en este frustrado asado.

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LA MESA DE LINIERS­

­Después de la Reconquista, el Cabildo ofreció una semana de convites, que dejaron por unos días a don Santiago de Liniers sin atender el despacho, más que por asuntos urgentes, por estar indispuesto seguro que de tantas opíparas comilonas. Ya estaba instalado en el Fuerte y decidió no cambiar de cocinero, lo que no debió sorprender a nadie.­

Claro que quien se debió sorprender fue el Cabildo cuando don Ramón le hizo llegar la cuenta de "lo gastado para dar de comer al señor general reconquistador durante siete días desde el 13 al 19 de agosto pasado''. Para dar una idea de lo que se consumió en la mesa de Liniers, vamos a detallar las provisiones que envió Aignasse a la Fortaleza: jamones, tocino, chorizos, manteca, huevos, pescado, cordero, verduras, gallinas, vasos, queso, arroz, chocolate, café, carbón, pasas y nueces, harina, patos, perdices, pavos, candeleros de barro, vinagre, azúcar, pimienta, escobas y garbanzos, manteca, velas, agua, carne, lengua y lomo, leche, carnero, aceite, alcachofas, criadillas, salchichón, especies, mostaza, carbón, pollos, damajuanas de vino y licores; algunos productos se reiteran día a día. A esto debe agregarse que al primer cocinero se le abonaron 30 pesos, al segundo 18 pesos; a dos mozos, 6 pesos, al mozo de comedor 6 pesos y la misma cifra a otros dos que lo ayudaban. Además el 19 no se asentó detalle alguno, aunque se cobró al bulto 30 pesos. El total de lo que abonó el Cabildo fueron 249 pesos y medio real. Esta semana de comidas contrasta con la cena que el 12 de agosto el pulpero Domingo Pardal, sirvió a cinco sargentos veteranos del Regimiento de Voluntarios de Montevideo, por la que el Cabildo pagó 5 pesos.­

Cuando Buenos Aires fue recuperada, algunos heridos británicos fueron transportados a la flota comandada por el almirante Popham. El 15 de agosto el almirante Popham a bordo del navío Diadem frente a Montevideo, solicitó al gobernador de esa plaza para dar de comer a los enfermos 100 carneros y 30 docenas de gallinas, cuyo importe estaba dispuesto a satisfacer. Las provisiones pedidas fueron enviadas en una nave con bandera parlamentaria, acompañadas de una nota de Ruiz Huidobro, que no aceptaba por razones humanitarias el importe del cargamento de comestibles.

Mientras tanto, en Buenos Aires don José Hidalgo repartía en los cuarteles del Retiro y la Residencia platos de madera, ollas, cucharones, tinas de agua, raciones de pan, arroz, café y sal para alimentar a los efectivos que habían reconquistado la ciudad.­

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BANQUETES­

­Cuando los oficiales subalternos ingleses fueron enviados como prisioneros al interior, en octubre de 1806, antes de partir invitaron a todos los jóvenes de las casas de familias criollas, donde se habían alojado, a un almuerzo de despedida en la fonda de Los Tres Reyes. ­

Inmediatamente de finalizado el convite pasaron a la plaza donde los esperaban sus caballos y rumbearon a sus destinos. Durante su residencia en Luján, Beresford invitaba a los oficiales encargados de la custodia a compartir una mesa bien servida. En medio de los escasos recursos de ese pueblo, dio un banquete en honor del comandante del lugar, que mereció ser llamado como espléndido y que obligó al lugareño a retribuir la atención en forma proporcionada.­

Y hablando de comidas y de mesas bien servidas, no nos olvidemos la excelente caricatura (ilustra esta nota) de James Gillray que se considera la primera muestra de crítica política hecha en los medio escritos. Fue publicada el 26 de febrero de 1805, y el primer ministro británico William Pitt, se reparte el mundo con Napoleón.

Más adelante volveremos con las comidas en Montevideo y Buenos Aires al año siguiente, sobre lo que hay interesante información.­