EL EMPRESARIO GUIDO PARISIER PUBLICA UN NUEVO LIBRO CON SUS EDITORIALES EN LA REVISTA "HIPPOPOTAMUS"

"Convertir la administración nacional en asistencia social es una aberración"

A los noventa años, el hombre de negocios, filántropo y productor cinematográfico tiene proyectos. Cree que el sector inmobiliario puede repuntar notablemente. La Argentina necesita una nuevo organigrama estatal que termine con el desfasaje burocrático, destaca. Conformarnos con lo mediocre, resultó fatal.

El viernes en que la Argentina sellaba su paso a octavos de final en el Mundial de Qatar, Guido Parisier recibió a este diario en su señorial hogar de Palermo Chico. Fuerte viento y gruesos nubarrones prometían en Buenos Aires el agua ansiaba por el campo y por aquellos inicuos que detestan el calor; todo el mundo nervioso. Unos metros más allá de la casa, la embajada de Polonia; enfrente la de Arabia Saudita. También con gente inquieta, cosas del fútbol. Ese frenesí contrastaba con la paz de la espléndida biblioteca del empresario, filántropo, productor cinematográfico y ex subsecretario de Estado. Allí, se realizó la entrevista. El alibí fue la presentación de su nuevo libro Insisto, que recopila su punzantes reflexiones en "Hippopotamus", la revista que financió en los años ochenta y que tomó el nombre de la célebre discoteca, hoy rebautizada Afrika. Cómo rescatar a la Argentina de la ignominia del fracaso fue el eje de una charla de cincuenta minutos. 

 

-Quisiera que me corrija o me refirme esta idea. ¿Su motivación primordial para reimprimir los editoriales de "Hippopotamus" fue el eterno retorno de lo mediocre en la Argentina? Vale decir, ¿la mediocridad de entonces era muy parecida a la de hoy?

-Sí, pero también quise recuperar una lucha intelectual que aparece en el último texto del libro: la denuncia de la agresiva política de subsidios agroindistriales impuesta por las naciones desarrolladas y de la claudicación del Fondo Monetario Internacional para poner fin a esta injusticia.
Diez años después de haber escrito ese artículo, Koffi Annan pedía en las Naciones Unidas el fin de las subvenciones agrícolas por el bien de la humanidad. Me hizo recordar a unas charlas que tuve mucho antes con Arturo Frondizi después de ser presidente. Yo lo visitaba bastante seguido en su departamento de la calle Beruti, iba de la mano de Emilio Perina. El expresidente me contaba que el fue el primer argentino prominente en advertir a comienzos de los sesenta sobre las consecuencias nefastas que tendrían las subvenciones. Y después en el año 2000, Horst Koehler asume la presidencia del FMI con un mensaje muy alentador, pero que nunca se terminó de concretar en medidas concretas. De este modo, no pudo estabilizarse el comercio globalizado. El Fondo se ha convertido en nada más que un banco de países.

Ya como presidente de Alemania, Koehler se manifestó a favor de esta idea de comercio justo y llega a decir así que se debería terminar con "la maldad de los países opresores". Koehler aún vive. Pienso que los políticos argentinos deberían contactarlo para nuestra causa. Lo que resulta inadmisible es que mientras que a un agricultor en el Chaco que produce girasol no le alcanza para darle de comer a sus bueyes, el mismo granjero en cualquier localidad de Alemania cambia su Mercedes Benz todos los años con toda facilidad. Los países ricos gastan mil millones de dólares diarios para financiar a sus productores agrícolas. ¡Y nosotros estamos ahogados por un préstamo de 45 mil millones de dólares!

-Una vez, un agregado comercial de la Unión Europea me explicó que la Política Agraria Común la habían diseñado para multiplicar la provisión de alimentos en vista a una eventual guerra con la Unión Soviética. Calculaban los estrategas de Bruselas que deberían rendirse en un mes si los rusos bloqueaban sus puertos...

-He conversado largamente el tema con un político encumbrado de Francia y otro motivo que ellos aducen es que es la única manera de evitar el despoblamiento del campo, temen que las ciudades colapsen por las migraciones. Estados Unidos hace lo mismo por sus propias razones. Es una distorsión del comercio libre y debería levantar esta bandera el FMI. Los políticos argentinos lamentablemente están en otra. Déjeme señalarle algo...

-Adelante...

-Si los precios de nuestros principales productos de exportación no hubieran estado tan deprimidos durante las décadas del setenta y el ochenta no habríamos necesitados tantos préstamos y nos habríamos evitado las sucesivas crisis de la deuda.

-Su libro es, de alguna manera, una radiografía de los años alfonsinistas que se han puesto de moda otra vez por una película y por la biografía de Alfonsín de Pablo Gerchunoff. ¿Cómo los recuerda usted?

-Prefiero no dar nombres. Pero cuando evoco a la Generación del Ochenta me gusta destacar que hubo gente con capacidad, vocación e instrucción que intuyó una forma de la administración nacional. Esa tuvo éxito. Con el correr del siglo XX, la democracia destruyó la administración. Una cosa es el voto y otra la gestión estatal. En la década de los ochenta, el 1,8 % del gasto era la administración, hoy supera el 24 %, pero engañosamente porque hay instancias de gobierno donde se apela al truco del monotribustista para sumar personal.

Yo jugaba bridge con Julio César Saguier. Cuando Alfonsín lo designa intendente de la ciudad de Buenos Aires recuerdo que profirió una exclamación: ¡Hay 53 mil empleados públicos en 11 mil manzanas, casi cinco por manzana! Pasaron los años. Quise hurguetear en el organigrama del Gobierno de la CABA y descubrí que ahora son entre 125 y 140 mil los funcionarios, pero no computan a los monotribistas que están por todos lados, por lo que no me extrañaría que sean 180 mil.

-¡Qué barbaridad!

-Esa es la realidad que nos consume. Cuando empece escribir en los ochenta reclamaba un organigrama del poder estatal. En las empresas privadas es fundamental. Aún no hay nada. Y el gran problema no son sólo los sueldos, sino que el exceso de personal obliga a crear funciones inútiles que traban el progreso; la burocracia obliga a los creadores de riqueza a ejecutar trabajos que consumen su tiempo, energía, dinero...

-Usted estuvo durante el gobierno de Menem al frente del Instituto Nacional de Cinematografía. Recuerdo que en la presentación del libro dijo que lo había dejado con 90 empleados.

-¡Ochenta y nueve! El avance tecnológico desde entonces fue tan grande que yo creo que sobrarían hoy la mitad. No obstante, la plantilla fue hinchada hasta 578 cargos, ¡con otros 300 contratados! Entonces digo que convertir la administración nacional en asistencia social es una aberración que debe terminar. No debe terminar la asistencia social, sino la distorsión del Estado. Por eso, creo imprescindible para la reforma convocar a alguno de estos monstruos, los llamados unicornios. A Globant que es su especialidad. Que diseñen los organigramas del poder y de eso no salir. Como en Estados Unidos. La Casa Blanca tiene hoy 576 empleados, cuando estuvo Trump lo había reducido un 20 %. La Casa Rosada tiene 3.206 funcionarios. 

-Lujo de países pobres...

- Yo visito la Casa Rosada desde la década del cincuenta. Pasillos y patios han degenerado en oficinas. Hay capas geológicas vegetando, por eso es fundamental el organigrama.

-¿Cómo se lidia con las fuerzas recalcitrantes? Me imagino que el propósito de enderezar al Estado sería casi una declaración de guerra para los sindicatos ¿Cómo hizo usted?

-En primer lugar, no reponiendo ni agregando personal. Se necesita liderazgo político como el de Carlos Menem que apoyaba sin dudar mis propuestas. Yo asumo en 1991. El gasto total del Instituto del Cine era de cuatro millones de pesos; los salarios por sí mismos se llevaban tres millones. No tuvimos un gran enfrentamiento con los sindicalistas, sino con los medios que resistían pagar por la exhibición de películas. Cambiamos la norma, y llegamos al acuerdo que la televisión podía transmitirlas gratis pero sin publicidad. Con avisos deberían pagar la contribución parafiscal. No les gusto, cuando ingresa dinero a una empresa siempre es desagradable compartirlo con el Estado.

MALDITA BUROCRACIA

-¿Era más fácil ser emprendedor en la época de oro de Hippopotamus que ahora?

-Ahora hay demasiada burocracia. Yo tome un edificio en Mar del Plata y los tramites se hacían en La Plata. En menos de un mes, lo dividí y tenía la posibilidad de vender 200 departamentos con lo que pagué la compra. Ahora, tenemos el ejemplo de un Hotel en la Capital Federal que comenzó los trámites en el año 2013 y lo terminó muchísimos años después...

-¿Cuál fue su inspiración para la revista? ¿Por qué la creo?

-Vivíamos en un mundo incomunicado. Yo recuerdo que para empezar o cerrar un negocio debía volar para entrevistarme con una persona, regresar el mismo día al aeropuerto para volver a casa. Era la Argentina que tardaba quince años en colocar una línea de telefóno en una casa. Se compraban deparmentos con teléfono y éste valía más que la misma propiedad. Yo había empezado a hacer revistas antes de Hippopotamus, me ayudó mucho Air France. Creo que surge por la necesidad que teníamos de abrir una vía de comunicación con una clientela selecta. Conseguí un mailing de primer nivel con 5.000 familias que me fue muy útil en Francia y en Italia. Fuimos los primeros en Argentina en tener avisos europeos de primera categoría.

-¿Hasta cuándo perduró la revista?

-Hasta que entré al gobierno. Eduardo Gudiño Kieffer quiso seguirla pero lamentablemente me necesitaban para conseguir los avisos, a ellos no se los daban. Me pedían, por ejemplo: ¿Podés llamarlo a Joyería Ricciardi? Y yo no podía involucrarme. La revista vivía de la publicidad. Teníamos textos y secciones muy buenas, como "Los errores de los protagonistas".

EL LIBERALISMO

-Usted se postuló para diputado de la Nación y en el libro demuestra un profundo interés por la res pública. Cuáles de sus ideas preferiría que se concrete primero para que la Argentina salga del pozo.

-Mi propósito siempre ha sido que los argentinos no nos conformemos con lo mediocre para abajo, como parece que ocurre ahora. Necesitamos otra Convención Constituyente pero distinta a la de 1994, donde asistieron 300 políticos que, en su gran mayoría, no tenían condiciones como para pasar la puerta. Necesitamos una Convención como la de 1853, donde Sarmiento era uno de los representantes. Sueño con una Constituyente en la que los políticos recojan los consejos de nuestros mejores arquitectos, abogados, médicos, profesionales que sean respetables... También que participen esos genios que crearon los unicornios, como Marcos Galperín. Insisto hay que definir una nueva forma de administración pública.

-¿Se considera un paladín del liberalismo vernáculo?

-No soy un paladín, soy un ciudadano que defiende la libertad en todas sus expresiones. Creo en la iniciativa privada porque creo en el hombre hecho de carne y hueso, con sus aspiraciones, expectativas y fracasos.

-¿Y dentro del ideario liberal, por quién se siente representado: Milei, Espert, López Murphi, Patricia Bullrich, en cierta manera?

-Por la generación que va a venir.

-¿Y de la actual?

-Hay cinco propuestas de Milei que me parecen muy buenas y otras quince que las siento muy locas. Con Bullrich, lo mismo. Lo que me parece ridículo que gente inteligente corra y grite para tomar una administración que se va a hundir, porque es impagable. Quien gane en 2023, llegará a una Casa Rosada con 3.200 empleados.

-¿Ve usted a un Carlos Menem en el horizonte, es decir a un gran transformador promercado?

-Sí, lo vi. Y me desilusionó. Me gustaría un estadista que se enmarque en las ideas que hemos desarrollado en esta charla, pero sólo percibo políticos sólo preocupados por lo chiquito, cómo no irritar a nadie para no perder votos.

-Usted hablaba en sus escritos de una nueva Generación del Ochenta...

-Y va a llegar. Quizás yo no la vea. He seguido la evolución de mis hijos, sus amigos, algunos conocidos jóvenes. Veo una sorprendente capacidad que hoy vuelcan a la actividad privada, pero si algún día optan por la conducción del país, sin duda lo van a cambiar. Van a crear un Estado eficiente y económico.

-Acaba de cumplir noventa años, ¿tiene planes?

-Por supuesto. Muchísimos. Demorados por atrasos de resoluciones judiciales, tengo un emprendimiento inmobiliario en Tigre muy importante. Soy inversionista en varias empresas, además.

-El mercado inmobiliario argentino tiene futuro, cree usted. ¿Mejores precios, nuevas obras?

-Sin ninguna duda. Hay muchas áreas promisorias para el desarrollo de nuestro país, pero antes -no me cansaré de decirlo- tenemos que organizarnos mejor.

-¿Esta crisis es peor que las anteriores?

-Sí. Y sabe por qué. Por la notoria incapacidad de aquellos que nos gobiernan. Hace más de 100 años nos visitó un importante político francés llamado George Clemenceau. Su comentario fue: "Este país va a seguir creciendo porque sus dirigentes duermen de noche". La corrupción ya entonces se enseñoreaba de la cosa pública y ha ido creciendo. Todos son responsables. Es un factor omnipresente en nuestro devenir, alguna vez el Estado ha comprado medias más caras que los trajes. La historia del afano argentino es terrible. Y no involucra sólo a las cabezas, sino a todas las líneas, allí donde hay una caja... pero creo que con un buen gobierno podemos empezar a cambiar. Lo importante, a esta altura, es cómo seguimos.

-Cerremos con algo más optimista, Guido. ¿Qué diferencia hay entre Hippopotamus y Afrika?

-Son dos mundos distintos. En aquel, más elegante, no se podía ingresar sin usar zapatos, hoy pareciera que no se puede entrar con zapatos. Mandan las zapatillas, incluso en personas mayores. Antes una salida implicaba para una mujer, quizás, la compra de un vestido. La noche de ayer era para arreglarse; la de hoy, el que se arregla es un desubicado y sobresale con otas cosas, un reloj, la llave del coche. Cuantos más roto y más se caiga un pantalón, mejor... En fin, los tiempos cambian.