Alberto, CFK y Massa: hay que pasar el verano

En el Palacio de Hacienda, Sergio Massa y sus colaboradores admiten resignadamente que las próximas semanas, las últimas del año, representarán una prueba dura. Ya experimentan las fuertes presiones devaluatorias que, si bien ancladas en problemas reales (la sequía de reservas, la amplia brecha entre el valor del dólar que sostiene el Estado y los distintos valores del "dólar libre"), están siendo intensamente fogoneadas por una combinación de intereses financieros y operaciones políticas y "de comunicación".­

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ALTO, FUERTE Y LEJOS­

Massa instruye a los suyos para que cultiven nervios de acero, insiste en que no devaluará (es decir, en que continuarán las correcciones graduales y no habrá shock devaluatorio) y promete que durante el año próximo bajará la inflación mensual a la mitad de la actual. Como los viejos fullbacks: alto, fuerte y lejos.­

En Economía calculan y dan por descontados que, entre los inconvenientes inevitables de estas semanas está el de bicicletear algunos pagos y postergar importaciones de insumos, lo que redundaría en un parate de la reactivación productiva. Pero creen que si logran acotar las dificultades a ese problema, la estrategia del paso a paso podrá modificarse positivamente en el primer bimestre merced al ingreso de recursos externos (el swap con China, dólares del BID, algo que puede llegar desde el Fondo, una nueva versión del dólar-soja y hasta un préstamo de país amigo) y adquirirá mayor velocidad a partir de marzo, cuando empiece a liquidarse la cosecha gruesa.­

Si bien puede atribuirse a ese diagnóstico un exceso de voluntarismo ("wishful thinking"), lo cierto es que lo que está haciendo Massa es implícitamente aceptado tanto por la, digamos, izquierda del oficialismo, expresada por la señora de Kirchner y La Cámpora, como por la oposición. Nadie aplaude, muchos reclaman "un plan", pero todos admiten que lo que se está haciendo es algo que debe hacerse.­

Hay un consenso silencioso, cuya explicitación es eludida en virtud de la lógica y el marketing de la grieta, pero que refleja la fuerza de la realidad. Hay que avanzar hacia el equilibrio fiscal, hay que impulsar la competitividad y el crecimiento del trabajo argentino, basándose prioritariamente en la producción de alimentos, en la energía, en la minería, en la economía del conocimiento, en el turismo. Hay que mantener los pies dentro del orden mundial centrado en el capitalismo.­

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"PEDIR LO IMPOSIBLE"­

Fuera de ese consenso está claramente la izquierda doctrinaria en sus distintas variantes y, en cierto sentido, también los libertarios que siguen a Javier Milei y a José Luis Espert. A ambos extremos se practica la consigna del mayo francés de hace medio siglo: "Sean realistas, pidan lo imposible".­

Una diferencia importante entre ambos bordes reside en que, en la época actual, la izquierda navega contra el viento, aunque cuenta con una tradición militante y también con un stock cultural y simbólico que, envejecido y todo, sigue atrayendo a contingentes juveniles. La misma indignación que en los seguidores de Milei se expresa como odio a "la casta", la izquierda la decora con argumentos cientificistas y trova de protesta. Los programas de unos y otros solo podrían aplicarse por medios revolucionarios, pero no hay que temer, por el momento, que ni unos ni otros puedan concretarla.­

La ventaja que favorece a los libertarios es que la opinión pública ve en estos tiempos con más simpatía los cuestionamientos al estado (por la voracidad fiscal, por la ineficacia, por los hechos de corrupción) que la postura inversa. El activismo ideológico de los libertarios, al canalizar ese estado de la opinión, empuja la agenda política hacia la derecha del centro. Quizás en esa función radique su mayor importancia política.­

A fines del gobierno de Raúl Alfonsín un fenómeno análogo se experimentaba en las universidades con el ascenso de agrupaciones universitarias inspiradas por el liberalismo y conectada con la fuerza política que dirigía Alvaro Alsogaray, la Ucedé. La resultante de la época fue una mayor influencia de las ideas liberales, que sin embargo no fueron encarnadas por el partido de Alsogaray, sino por el peronismo encabezado por Carlos Menem, que las adaptó a la idiosincrasia de su movimiento y cooptó en su gobierno a muchos cuadros de origen liberal. Sergio Massa fue uno de ellos. No es imposible que Milei y los suyos terminen jugando un papel análogo al de aquel liberalismo de los años 80 y 90.­

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SIN MENEM A LA VISTA­

Pero, ¿hay algún Menem a la vista en condiciones de propiciar una fusión semejante?­

Se ha señalado ya que, más allá de la audacia que exhibieron entonces tanto el riojano como Alsogaray, que fueron capaces de converger a pesar de tantas cosas (y tanta historia) que podía bloquearlos, lo que empujaba desde abajo eran los cambios de época y las consecuentes transformaciones en la opinión pública que creaban condiciones para nuevos consensos.­

Este aspecto parece empezar a manifestarse en la actualidad en lo que definimos como el "consenso implícito" sobre las asignaturas a aprobar y las actividades a priorizar. Es algo.­

Si en aquel momento (años 90) Menem y Alsogaray aparecían como miembros de tribus tan diferentes que sus electorados, en principio, no se rozaban, hoy Javier Milei es cortejado en primera instancia por los halcones de Juntos por el Cambio, con los que muestra coincidencias (y con los que, visto desde otra perspectiva, se ve obligado a competir por la subsistencia política). Paradójicamente, parece más sencilla la convergencia entre diferentes que entre parecidos.­

Basándose en esta última premisa, en los mentideros políticos suele rumorearse que desde el gobierno se ayuda discretamente a los libertarios a crecer, con el objetivo estratégico de que, llegado el momento, la boleta libertaria canalice a una parte del electorado que, de otro modo, podría volcarse a Juntos por el Cambio.­

Si alguien diseña esa maniobra debería tener cuidado: a fines de los años 80 Raúl Alfonsín temía la competencia de Antonio Cafiero, razón por la cual ayudó a su rival interno, Carlos Menem, a quien Alfonsín llamaba en la intimidad "El Esperpento" y consideraba que era un rival más fácil de derrotar que Cafiero. `El Esperpento' ganó primero la interna y después derrotó al radicalismo en la elección general. Más importante que el maquiavelismo de las personas es el maquiavelismo de las cosas.­

Mientras Massa ejerce su creciente cuota de poder apostando en primer lugar a pasar el verano, el resto del vértice de la coalición oficialista padece su desgaste.­

El Presidente tiene que suspender viajes y emociones fuertes, después de sufrir entre otras erosiones, una gástrica que lo obligó a volver de apuro al país. Mientras aún se encontraba en Indonesia, informó que la vice lo había llamado preocupada al enterarse de que el dañino síndrome gástrico lo estaba afectando. No cabe dudar de la sincera inquietud de la señora por el bienestar de Fernández, pero es probable que también hubiera en ese sentimiento un ingrediente de intranquilidad política: si la enfermedad obligara a Alberto a una licencia sanitaria, ella podría tener que presidir vicariamente por bastante más que una semana, lo que la obligaría a tomar iniciativas, firmar decretos, avalar o descartar políticas. Es decir, debería dejar el limbo vicepresidencial desde donde suele predicar.­

Probablemente sería ella entonces la que, con Sergio Massa a su lado, debería exhortar a pasar el verano.