El costo de la depresión

El malestar psíquico, emocional, se expresa de diversas maneras que en la cotidianeidad ya consideramos parte normal de la existencia. La depresión en sus diferentes formas y grados afecta a millones de personas en el mundo.

En muchas notas hemos señalado las situaciones traumáticas frente a las cuales nos encontramos (no necesariamente tenemos que enfrentar y quizás allí resida una fórmula de solución) y las consecuencias tanto de ellas como de nuestra respuesta a las mismas. Entre estas, aún quizás sin ser el aspecto nuclear o central, están las manifestaciones clínicas que son las que vemos, que emergen, y en muchos casos lo único que el individuo puede percibir o simplemente padecer. 
Así los fenómenos de una crisis crónica interminable, dificultades en la vida diaria de todo tipo, penurias económicas, o violencia social bajo sus múltiples manifestaciones entre, otras, terminan modificando la estructura vital de los individuos a tal punto que un estilo de vida cada vez más limitado se va considerando como normal. Sin embargo, las alarmas suenan constantemente, manifestándose bajo la forma de diferentes cuadros de estrés y sus señales tanto psíquicas como físicas. De la misma manera se presentan los trastornos de ansiedad, que muestran también un universo de síntomas y malestares clínicos, desde cuadros de ansiedad generalizada, o miedos que terminan irrumpiendo en la vida de manera patológica, fobias de diferentes y múltiples tipos, o ataques de pánico, cuadros obsesivos y la lista sigue. 
Ese estado de alarma permanente, esa alarma que no deja de sonar en nuestras mentes, en las/nuestras emociones, en el/nuestro cuerpo, nos impide cualquier tipo de anclaje estable que es el fundamento indispensable para una vida con un nivel básico de estabilidad necesario para desarrollar nuestros planes existenciales. Al mismo tiempo, las medidas para reequilibrarse, estabilizarse, es decir la lucha contra ese estado de alerta y alarma constante, son a su vez causa del mantenimiento, pero también del incremento del cuadro clínico. Las medidas psicológicas, comportamentales y la búsqueda de soluciones por cualquier medio, alcohol, automedicación, distracción, desconexión, aturdimiento, esa necesidad de generar más ruido externo para intentar tapar el "ruido" interno, en realidad solo generan eventualmente una ilusión de alivio temporal pero que necesitan cada vez más de esa desconexión, así entrando en una espiral que incrementa el malestar. 
Ese estado que perdura en el tiempo y se transforma en crónico, inevitablemente en muchos casos lleva a un estado de agotamiento en todas las esferas o aspectos de las personas, y eso se expresa con frecuencia como depresión. Si bien la depresión es un conjunto sintomático en el cual algunos cuadros logran completar los criterios requeridos por las guías nosológicas de clasificación de cuadros clínicos, para ser uno de esos cuadros, como la depresión mayor por ejemplo, se trata en general de un espectro sintomático común de sensaciones de tristeza, vacío existencial o irritabilidad (a veces muy olvidado este síntoma que confunde y cubre el real cuadro de base), acompañado por cambios comportamentales y cognitivos que afectan en definitiva el funcionamiento real y la vida diaria del individuo. Este es el punto: más allá del propio padecimiento de estos cuadros, sean del espectro de la ansiedad o depresión o muy frecuentemente ambos, la interferencia que representa para nuestras vidas y cómo ese empobrecimiento vital, existencial, termina siendo la normalidad. 
Quienes tenemos medianamente resuelta la subsistencia básica, podemos ver con claridad cómo la existencia de quienes no la tienen resulta en unas condiciones de vida extremadamente acotadas. Pero quizás no podamos apreciar en qué medida nuestro propio crecimiento o desarrollo del ser ha quedado detenido y hasta en algunos casos deformado por la carga que representan esos padecimientos, ese estrés, ansiedad, depresión, transformadas en norma. 
Quizás veríamos claramente lo mismo que observamos en el supuesto precedente, una vida encerrada y limitada. La depresión, al igual que la pobreza, no es un aspecto único y aislado, tristeza en un caso, menor dinero en otro, sino un condicionante existencial que nos fija en un nivel de encierro.
El costo de estos cuadros persistentes, ya formando parte de la vida cotidiana, es difícil sino imposible de ponderar y así de alguna manera en esa naturalización de la pobreza existencial, hacen parte de la vida "normal". Sin embargo son de magnitud imprevisible, como todo aquello que es intangible. ¿Cuál podría ser o haber sido la vida?, ¿qué proyectos podría haber llevado a cabo?, ¿cuántas ilusiones y planes fueron consideradas fantasías y así abandonadas, por la falta o el agotamiento de ese impuso vital indispensable a la vida? Por la experiencia clínica, se observa cómo esas personas ven su vida entrando y transcurriendo gradualmente una espiral descendente, en el cual en muchos casos inclusive la aparente única variable que parecemos considerar, la económica, está visible y progresivamente deteriorada.
A escala social esto obviamente no es solo la suma de esos malestares individuales, sino que se potencia. En definitiva, es esto lo que hace a la riqueza de una sociedad. La calidad de vida, el bienestar, la felicidad si se quiere, son variables que parecen ajenas, pero están en la base de la prosperidad de los pueblos. Hemos mencionado en otros artículos el interés que despiertan los índices ya no solo de calidad de vida, sino de felicidad en el mundo. Aun si consideramos solamente las variables económicas, como mencionábamos en el artículo, "¿Burn out, crisis vital o el juego del calamar?", la afectación en el mundo laboral se traduce en pérdidas económicas cuantificables, desde ausentismo a baja de rendimiento de las empresas u organizaciones o el costo de los conflictos sociales, que se puede cuantificar en algunos casos más fácilmente por cuánto pierde un país en un día de paro laboral. 
Quizás empezar a darse cuenta de que ese detenimiento vital, individual inclusive, consiste en una especie de múltiples micro paros u obstáculos en el flujo de una sociedad, permita entender cómo el caudal de todo tipo de recursos se ve disminuido.
La salud mental, el bienestar, la calidad de vida, han sido y siguen siendo factores que si bien declamados constantemente, al igual que las virtudes, todos están de acuerdo pero pocos entienden su real importancia y lo indispensable que son. Todos parecemos ser conscientes de la importancia de los acuerdos morales, de la necesidad de la verdad, de la honestidad por ejemplo, pero también parecemos no darnos cuenta de las tremendas consecuencias de no entender el valor profunda e inevitablemente moral de la existencia y de los costos de las trasgresiones a ellas.
Seguimos en nuestra existencia como Sísifos que creen que los "atajos" y engaños pueden resultar sin consecuencias, y con respecto a nuestro bienestar, nuestra salud mental, que "la maquina" seguirá funcionando sin costos ni secuelas. De la misma manera a la escala social. Quizás si pudiéramos efectivamente cuantificarlo nos daríamos cuenta del enorme precio que pagamos por no valorar y exigir sea valorada nuestra propia vida.
Un estudio reciente de Paul Greenberg y col. "El impacto económico de la depresión en adultos en Estados Unidos" (The Economic Burden of Adults with Major Depressive Disorder in the United States) extrapolaba las diferentes variables y según diferentes cálculos que el costo de la depresión en 2018 había sido en Estados Unidos de 326.000.000.000 de dólares. Varios trabajos del mismo autor y otros señalan este factor como la primera causa de discapacidad y de los mayores impactos en la economía nacional.
Quizás en sociedades en las que solo interesa lo material, lo tangible y el dinero es rey, debamos empezar a observar cuánto nos cuesta en lo personal y en lo social, la depresión, la ansiedad, en suma el malestar psíquico. 
Quizás el número sea la sombra en la caverna de Platón que refleje el real problema.