El barrio de la Recoleta era famoso por las romerías dedicadas a la Virgen del Pilar, cuya advocación lleva la iglesia del convento inaugurado en 1732.
Según El Argos del 16 de octubre de 1822, fue motivo el fin de semana anterior "de un espectáculo interesante. Los coches y personas iban a pie por la calle Larga. La plaza donde está el templo estaba adornada con un gran semicírculo de arcos, en cada uno de los cuáles había una tienda en que se despachaban refrescos, licores y confituría. Este semicírculo daba frente al río y su centro lo ocupaban un tablado para danzas, hamacas de diferentes clases, el juego de rompecabezas, una interesante rifa de muchos y variados objetos; las músicas de los cuerpos de la guarnición y un numeroso concurso que, con el mayor orden y decoro, recorría aquel sitio y excitaban su admiración. Aquí se veía confundido entre el tumulto al magistrado que ejerciendo bien la justicia restituye la paz a las familias; allí se veía al militar que obedeciendo a las leyes del país solo se emplea en su defensa y sostén; por un lado pasaban algunos beneméritos ciudadanos que distinguen en el santuario de la legislación.''
Después de una larga descripción de todas las clases sociales que participaban de esta tradicional romería finalizaba con que "Buenos Aires ha presentado el cuadro de un pueblo de hermanos''.
HERMANADOS
Un mes después habría de producirse una inauguración en el barrio que habría de hermanar de algún modo al fin de sus días a los porteños.
Antonio Luis Beruti recuerda en sus memorias que el 17 de noviembre de 1822 (ayer se cumplieron dos siglos) "por la mañana se bendijo por el señor provisor el camposanto o nuevo cementerio público de enterratorio general, establecido en el convento que fue de recoletos franciscanos cuya bendición se hizo con la mayor solemnidad y desde este día se empezó a enterrar a los que mueren, cuyos cadáveres son conducidos en unos carros pertenecientes a la policía, y quedando prohibido enterrar en los camposantos de los cementerios de las iglesias. Don Gregorio Real y Díaz Vélez, fue el primer cadáver sepultado en este cementerio, murió soltero, de edad 24 años y natural de Buenos Aires''.
Lamentamos disentir con nuestro cronista, pero según el libro de inhumaciones del cementerio los primeros sepultados fueron al día siguiente: Juan Benito y Teodosio, párvulos libertos, Feliciano Díaz un español soltero y Rafael un negro esclavo soltero. Con respecto a las mujeres fue la primera María de los Dolores Maciel de 25 años, natural de la Banda Oriental.
La antigua preocupación por la salud pública, hizo que se intentara prohibir enterrar en las iglesias, el mismo obispo Lué en 1809 lo intentó sin éxito, por la resistencia del vecindario, cuyas ideas religiosas y costumbres ancestrales se veían de algún modo violentadas. Pero fue el gobernador Martín Rodríguez quien cortó por lo sano y organizó este enterratorio general nombrado como Cementerio del Norte, aunque fue por su ubicación el de la Recoleta.
Tanto fue así que hasta alguna canción popular con aire de milonga decía: "Andáte a la Recoleta / decíle al recoletero / que te prepare una bóveda / para este pobre cochero''.
PRIMERA URBANIZACION
Fue el francés Próspero Catelin, autor de la primera urbanización. Nunca fue demasiado respetada y se inhumaba caprichosamente, problema que subsistió por poco más de seis décadas, hasta que Torcuato de Alvear, el progresista intendente, expropió algunas sepulturas y mandó abrir calles internas, que encauzaron de algún modo el espacio, aunque puede confundir a un inexperto visitante.
El testimonio de "un inglés'' un viajero que estuvo entre nosotros de 1820 a 1825 recuerda que el primer enterrador era un compatriota suyo, bullicioso bebedor llamo Jack Hall, que vestía como un elegante londinense. Lo llamaban popularmente "el inglés ataúd'', murió en 1824.
ARTE FUNERARIO
La aparición del cementerio dio trabajo a los que se dedicaban al arte funerario, Así, el sábado 25 de febrero de 1826 precedido del grabado con la imagen de un sepulcro, al que da sombra un sauce y una mujer en actitud dolorida portando una cruz en su mano izquierda, mientras que apoya el codo en el monumento, a la vez que su mano sostiene la cabeza, aperece en la Gaceta Mercantil "Luis Jaillard, escultor, grabador y dorador en lápidas''.
Sin duda, con trabajos en el cementerio de la Recoleta hacía "saber al público, que ha trasladado su taller en la misma calle de Cangallo No 85, y esquina de la Florida No 74, del Café de Catalanes a la cuadra para el campo''.
Digamos de paso que el Café de los Catalanes servía dos famosos platos el mondongo y el carnero al horno con patatas, que le dieron renombrada fama. Manifestaba que el local "tiene un buen surtido de piedras de todos tamaños, graba letras en relieve y huecas en todos caracteres, adorna las lápidas de alegorías sepulcrales, tanto como figuras y trofeos; hace cuadrantes de sol horizontales y verticales, adornados al gusto del comprador. Emprende toda clase de obras sepulcrales, tal, que excavaciones, bóvedas, coloca las lápidas, levanta pilastras y monumentos al gusto de los interesado''.
"Las personas que deseen ocuparlo podrán ocurrir a su casa a todas horas, que el afianzará sus obras por el término que quieran los interesados, que para tal efecto acaba de contratar buenos operarios albañiles''.
Por esos días, el 3 de marzo Julio Esnard, también francés anunciaba "grabador y escultor en toda clase de metales y piedras, tiene el honor de avisar a este respetable público, que recibe toda clase de trabajo perteneciente a estas dos artes, como sellos, planchas para tarjetas, letras de cambio, etc. Y en escultura piedras sepulcrales, en letras salientes y huecas de todos caracteres, relieves, figuras, trofeos, etc. Se encarga de los gastos materiales. Las personas que quieran ocuparle, se servirán concurrir a su taller calle de La Paz No 96 (Reconquista), del café del Coliseo media cuadra para el Retiro''.
La gran variedad de estilos que ofrecen, sin duda fueron contratados por la sociedad porteña, ya que en 1868 el viajero norteamericano Richard F. Burton que visitó el cementerio de la Recoleta apunto: "El suelo está aplastado debajo de pesados y vulgares conjuntos de mampostería, tiendas, garitas de centinelas, columnas navales, pilares truncos, cruces, crucifijos, grupos de estatuas y la parafernalia normal de la piedad cristiana''.
PANTEON NACIONAL
El Cementerio de la Recoleta es sin duda de algún modo nuestro Panteón Nacional, en el descansan figuras públicas de diferentes orientaciones políticas, hombres de la medicina, del derecho y de distintas áreas de la cultura, escritores, pintores, actores.
La Asociación Amigos del lugar que preside Carmen Longa Virasoro, además de trabajar para allegar recursos para restaurar monumentos funerarios, junto con otras entidades como la Junta de Estudios Históricos del barrio, brega constantemente por la rigurosidad histórica y la profesionalización de los guías, para evitar de ese modo que la abundancia de los mitos terminen convirtiéndose en verdades históricas.
Fue Ricardo de Lafuente Machain el primer historiador del barrio y del cementerio, cuyo nombre no tiene hasta ahora una placa o un pequeño espacio que lo recuerde, a pesar de las gestiones realizadas en la Legislatura que siempre cayeron en saco roto, seguramente porque Lafuente no fue un hombre popular, pero le sobró prestigio y señorío, cualidades que no dan votos. Bien vale rescatar una vez más su nombre en este bicentenario del cementerio en el que descansan también sus restos.