Entre la polarización brasileña y Titanes en el Ring

La puja política que se dirimió el último domingo en Brasil dejó varios rasgos que merecen ser analizados con mirada argentina. El primero es la extrema polarización, que ya había quedado a la vista en la primera vuelta electoral. Jair Bolsonaro y Luiz Inacio Lula Da Silva recaudaron en conjunto nueve de cada diez votos emitidos y quedaron separados por una diferencia que, en términos porcentuales se estrechó en el balotaje. Lula triunfó por menos de dos puntos. La actual grieta brasileña parece mucho más ancha que la que ha atravesado a la Argentina y que está en proceso de cambio.­

Habida cuenta de aquella ventaja mínima de Lula y del hecho de que Bolsonaro y sus aliados tendrán una fuerza parlamentaria superior a la que, en primera instancia, responde al presidente recién electo, difícilmente pueda extraerse del panorama resultante la conclusión de que Brasil se orienta a la izquierda. Para gobernar Brasil es preciso ubicarse en el centro, desarrollar una estrategia de unión nacional y escuchar con equilibrada atención a los grandes actores de la vida brasileña así como a los que influyen decisivamente en el escenario regional y mundial. Para la Argentina, Brasil es un aliado marcado por el destino y determinado por la geografía.­

En octubre, una semana antes de la primera vuelta, en esta página formulamos un panorama de lo que podía avizorarse: "Bolsonaro ha hecho ya mucho por modificar las política brasileña: ha corrido el sentido común muchos grados a la derecha, ha trabajado por una apertura económica, ha articulado una base social para esa postura y ha condicionado inclusive a sus adversarios a ubicarse más al centro del espectro.­

Lula ha conducido a su fuerza política hacia el centro con naturalidad: ya había mostrado esa prudencia en la transición que le permitió suceder a Fernando Henrique Cardoso asumiendo buena parte de las políticas de éste y ahora está pulsando la misma cuerda, como lo muestra la elección de su compañero de fórmula, Geraldo Alckmin, antiguo adversario y miembro del partido que fundó y orienta Cardoso.­

A contramano de lo que imagina cierto sector K y una parte del antikirchnerismo más cerril, un triunfo de Lula no debería contabilizarse como una victoria de "la izquierda", sino más bien como la oportunidad de que las reformas liberales que la derecha de Bolsonaro quiso imponer sin anestesia, sean desarrolladas por el realismo de un liderazgo popularmente acreditado. Como suele ocurrirle a los líderes sociales que se guían por la realidad y saben que hay que hacer lo que se necesita, y hay que cambiar cuando es preciso, si efectivamente avanza por ese rumbo, es muy probable que Lula sea cuestionado desde izquierda y derecha".­

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Polarizaciones­

Reflejándose en la realidad brasileña después de la primera vuelta, Miguel Pichetto sugería una polarización análoga para ordenar la política argentina; eso exigía, según él, que las dos grandes coaliciones se enfrentaran "con los titulares" a la cabeza. Es decir, con Cristina Kirchner y Mauricio Macri como candidatos.­

Ese escenario electoral se vuelve improbable. Aunque contiene una constatación irrebatible -tanto Macri como la señora de Kirchner son hoy figuras centrales de sus respectivas coaliciones-, ambos ex presidentes están lejos de ejercer la atracción que Lula o Bolsonaro concitan en Brasil. En ambos casos se trata de una centralidad inercial: la mantienen porque la tuvieron, pero en los dos casos está erosionada. El liderazgo de la señora de Kirchner ha perdido la mayor parte de los influjos que ejercitó en el pasado (no solo tuvo que cederle la candidatura a Alberto Fernández en 2019 porque ella no era potable para la mayoría del peronismo, sino que actualmente debe soportar la indisciplina de su valido, se desgrana su poder hasta en el Senado que preside, suele perder batallas en las que se empeña, como las que libra contra el Poder Judicial y, en fin, debe sostener una política económica, la que ejecuta Sergio Massa, contraria a la que ella siempre auspició).­

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Titanes en el ring­

La insoslayable decadencia del poder K tiene efectos sobre la coalición opositora, que ya no cuenta como pegamento de sus diferencias, con el miedo a una hegemonía kirchnerista. Por el contrario, ahora prevalece allí la impresión de que derrotar al kirchnerismo es pan comido, y eso desata los conflictos internos: son muchos los que quieren cobrar por esa imaginada victoria. Así, Juntos por el Cambio ofrece a menudo un espectáculo que evoca a Titanes en el Ring, en su versión más reciente, con damas incluidas. Y así como el liderazgo de la señora de Kirchner es cuestionado abierta o sordamente en su coalición, Mauricio Macri -que oscila entre los roles de candidato y padrino ideológico de su fuerza- se encuentra con límites claros tanto en la coalición JxC como en el mismo partido que él fundó, el PRO. En la coalición, la figura del ex presidente es fuertemente contestada por la opinión mayoritaria del radicalismo, desde Facundo Manes hasta Gerardo Morales y Martín Lousteau.­

En el reciente acto de homenaje a Raúl Alfonsín -al que asistió Horacio Rodríguez Larreta- tanto Morales como Lousteau apuntaron contra flancos del creador del PRO. Larreta fue ácidamente criticado por un sector del PRO por su silencio en esas circunstancias. También le achacan la intención de abrirle la puerta a Lousteau para que lo suceda en el gobierno porteño. Larreta parece dispuesto a practicar en la Capital sus planes de ampliación de la base de sustentación, aun a riesgo de que su sucesión beneficie a un radical. Los halcones macristas reclaman que el gobierno porteño siga siendo del PRO, como en los últimos quince años. Al parecer en este caso no se considera la alternancia como signo distintivo de la democracia.­

La dispersión amenaza a las dos coaliciones de la grieta. La Cámpora, como organización militante del kirchnerismo, produce internamente un agrupamiento objetivo en su contra. Alberto Fernández, desde la presidencia, empuña su lapicera presidencial para obstruir algunos planes K. Aunque se muevan junto a Fernández para contener las políticas impulsadas por el cristinismo, el movimiento gremial y las organizaciones sociales tienden ahora a hacerlo con creciente autonomía. El gremialismo puso en marcha un brazo político propio -el Movimiento Nacional Político Sindical- destinado a hacer oír su voz a la hora de discutir listas y opciones electorales. El Movimiento Evita, por su parte, tiene en funcionamiento un partido político propio -"Patria de los comunes" es su nombre- con estructuras en muchos municipios del Gran Buenos Aires y en media docena de provincias. Otro movimiento social, la Corriente Clasista Combativa, también tiene una organización política propia con personería: el Partido del Trabajo y el Pueblo. Son piezas de una deconstrucción (la del Frente de Todos) que se aceitan para formar parte a su debido tiempo de nuevos dispositivos.­

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Identikit de un candidato­

Sumidos en sus respectivos barullos internos, el Frente de Todos y Juntos por el Cambio tironean en relación con las primarias abiertas y obligatorias (PASO), que el kirchnerismo y algunos sectores del peronismo quieren suspender o eliminar.­

La intención de eliminar las primarias refleja, implícitamente, el escepticismo con el que buena parte del oficialismo evalúa sus posibilidades en la contienda nacional y una tendencia defensiva a refugiarse en situaciones locales. La mayoría de los dirigentes territoriales del peronismo (así como el sindicalismo y los movimientos sociales) son hoy muy escépticos sobre las chances oficialistas de imponerse en la elección presidencial de 2023. Y ese escepticismo alcanza niveles desbordantes cuando se baraja el supuesto de que la máxima candidatura esté a nombre de la señora de Kirchner o del actual Presidente. En verdad, el peronismo no visualiza con claridad un candidato competitivo.­

Si hay una figura que empieza a recortarse en medio de la incertidumbre, es la de Sergio Massa, que ha conseguido fijar una línea propia en el Ministerio de Economía y viene dando pruebas de poder, que impresionan a dos meses de asumir un ministerio que era "un hierro caliente", y es posible apreciar que ha introducido un clima de mayor sensatez y búsqueda de diálogos entre los actores económicos.­

Y ha conseguido construir poder en un paisaje de dispersión: ha encarado un rumbo que, por distintos motivos y con diferentes grados de simpatía, la mayoría de los actores políticos (desde opositores externos hasta rivales internos) admiten como ineludible y al que deben resignarse. Que en una atmósfera política intoxicada por la llamada grieta esté, en los hechos, operando con éxito la convergencia de intereses contradictorios luce como un milagro.­

Paralelamente van gestándose en el subsuelo social las condiciones de nuevos consensos, en la búsqueda de un objetivo, más allá del desgastado modelo de paternalismo estatal y sustitución de importaciones, un carromato desvencijado en tiempo de jets, drones y satélites.­

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El diluvio que viene­

Con el barullo que impera en el oficialismo y los conflictos internos que cruzan a la coalición opositora, parece natural que irrumpan nuevos actores, dispuestos a discutir la polarización entre aquellos.­

El fortalecimiento del fenómeno libertario -que refleja también un clima de época- se hace notar en las encuestas, donde la figura de Javier Milei se entrevera ya con los precandidatos más establecidos. Paralelamente, vuelve a emerger la tentación de una fuerza que vaya más allá de la "grieta".­

El martes 1º de noviembre, después de que Juan Schiaretti lo impulsara como candidato a sucederlo en la provincia de Córdoba, Martín Llaryora, hoy intendente de la capital cordobesa, anunció que el propio Schiaretti "está a punto de lanzarse y ojalá sea el próximo presidente". Llaryora agregó que el actual gobernador "cree que hay que encabezar algo amplio, ya que esta grieta entre dos esquemas que ya fracasaron en la gestión de la Argentina, divide y generan odio. Hay que salir con acuerdos nacionales en este momento difícil. Schiaretti quiere crear, con dirigentes de otros partidos, un marco, una tercera posición que, si gana, va a intentar generar acuerdos nacionales".­

El gobernador mantiene abiertos los canales con radicales como Gerardo Morales, presidente de la UCR, Facundo Manes y Martín Lousteau. El ex gobernador de Salta Juan Manuel Urtubey acaba de confirmar que "estamos trabajando con el gobernador Schiaretti y dirigentes de distintas provincias, mucho más de lo que en la apariencia se ve, para construir un espacio para saltar la grieta, porque estamos frente a una etapa agotada de la Argentina".­

Por cierto, desde dentro y fuera del oficialismo y la oposición se observan movimientos que buscan salir de esa "etapa agotada". Y aunque no todos converjan en una fuerza común, expresan en conjunto la tendencia al cambio. El cambio necesita encontrar su apoyatura política genuina.­

Entre la deconstrucción de un modelo y de una estructura de poder que hacen agua, y la reconstrucción del sistema político, de modo de que sirva para centrar e integrar el país y articularlo plenamente en las posibilidades que el mundo le ofrece, la Argentina avanza en una transición en la que empieza a construir poder al tiempo que cambia el rumbo. Se requiere un nuevo sistema capaz de dotar de continuidad, velocidad y profundidad a los cambios que, así sea precariamente y a media máquina, ya están en marcha. Como dijo Mao: ``Hay un gran desorden bajo el cielo y la situación es excelente''.­