Desde hace casi diez años la Fundación Sí ayuda a adolescentes de bajos recursos a iniciar una carrera universitaria

La educación está en deuda con los jóvenes

Los graduados del secundario sienten que se los estafó al no poder resolver un problema matemático o no llegar a la compresión de textos para continuar con sus estudios. La difícil situación de la salud mental en el país provocó que psicología sea la carrera más elegida en las postulaciones.

"Cuando arrancó la pandemia era frecuente oír la frase: De está vamos a salir mejor... y no creo que haya sucedido realmente, y eso que soy optimista. Por tanto tiempo estuvimos metidos para adentro, me parece que ahora está costando mucho poner el cuerpo y nos acostumbramos a que sea todo en nuestra casa. La crisis económica tornó más compleja la situación del voluntario, no solo por las necesidades y las demandas que recibimos, sino porque la persona que ayudaba y que tenía un trabajo ahora tiene dos debido a que no llega a fin de mes o tiene uno y otra changa. Es decir, eso hace que uno tenga menos disponibilidad de tiempo y más contratiempos con los chicos", resaltó a La Prensa Manuel Lozano, presidente de la Fundación Sí, una ONG cuyo proyecto "Residencias Universitarias" está destinado a jóvenes egresados de secundarios rurales o alejados de los centros urbanos donde se concentra la oferta educativa terciaria y universitaria que, teniendo la intención y el deseo de progresar estudiando, no cuentan con los recursos materiales para poder llevar adelante su proyecto.

A punto de cumplir 10 años, la iniciativa ha albergado a decenas de chicos cuya determinación por superar la adversidad en que crecieron los motivó a radicarse lejos de sus familias y amigos para estudiar. Para conocer la situación que atraviesan estos estudiantes, La Prensa dialogó con "Manu", como todos lo conocen, sobre los desafíos que han atravesados durante y luego de la pandemia. Recién llegado de un viaje de 25 días por 17 provincias para reclutar nuevos estudiantes, el presidente de la Fundación Sí tiene en claro la difícil situación que atraviesa la juventud hoy en día.

-¿Se complejizó la situación educativa por las provincias en que estuviste?

-Sí, está complejo y la gente quedó muy embarullada mentalmente, por lo menos es la percepción que hay. Mucha crisis en salud mental a niveles que asusta. Lo que vemos en los chicos que viven en las residencias son ataque de pánico, crisis de ansiedad, angustia y depresión.

-¿Eso lo veían antes de la pandemia?

-Al nivel de ahora, no.

-Se le sumó a la asistencia en educación que dan también brindar contención, ¿no?

-La población que vive en las casas proviene de situaciones de pobreza extrema, de mucha carencia e, independientemente de la crisis económica, de situaciones sociales difíciles.

El sábado terminamos de analizar con todo el equipo de psicólogos voluntarios la selección de los que entrarán, en los próximos meses, a las residencias. Los profesionales me comentaban que cada vez los notan más vulnerables, con menos recursos emocionales, con mayor vulnerabilidad respecto a cómo están ellos parados para afrontar el desafío. Vuelvo a repetir, es complejo.

BRECHA EDUCATIVA

-Desde que comenzaron con el programa hasta la actualidad, ¿qué notaron sobre la brecha educativa? ¿logran una mayor comprensión de los textos?
-Toda la evaluación que se hace, tanto durante la pandemia como luego, te da ganas de llorar. Este año incluimos una de matemática, muy sencilla, para entender dónde estaban parados, sobre todo aquellos chicos que quieren estudiar medicina, ingeniería, contabilidad y administración, entre otras carreras, porque van a tener mucho número. Te afecta cuando lo ves sumar con los dedos como un nene de primer o segundo grado y ellos, que terminan el secundario en diciembre, son conscientes de los problemas académicos que tienen. Es impresionante porque algunos te dicen que quieren estudiar ingeniería porque la matemática es su fuerte, su habilidad, y cuando empiezan a ver que no es así me dicen "me estafaron", "me dijeron que era bueno" y se dan cuenta que no están pudiendo resolver un problema sencillo.

-¿Quizás tenían un buen nivel en la comunidad en dónde estaban?

-Si, de acuerdo a lo que se les pedía que hicieran. La brecha entre secundaria y universidad, desde que arrancamos en el 2012, siempre fue gigante. Hemos visto a chicos llorar frente a los libros porque no los entendían. Este año va a ser el décimo de las residencias y esto lo veíamos menos porque teníamos inicialmente solo una sede, pero ahora que se agrandó la llegada del programa a 22 destinos se ve más y hay una visión global. Ahora acabamos de volver de entrevistar y de trabajar con 2500 chicos en el proceso de selección para que vayan a las residencias. Por consecuencia, tenemos un número importante de chicos que tienen dificultades, que no solo no cuentan con las herramientas académicas y tienen poca base, sino que el salto cada vez es más grande. A su vez, uno compara con lo que conocen y, por ejemplo, dicen "estudié un montón para el examen de ingreso a las residencias", que es básico. Claro, estudiaron 15 páginas y en el secundario por ahí les habían hecho leer diez renglones nada más, lo que parecía mucho. El problema es que el libro que tenían para el ingreso era de 600 páginas. Entonces, ¿qué estudiaron? Nada. Pero para llegar a esas 15 páginas hubo un gran esfuerzo de una hora todos los días, algo que nunca habían realizado antes. No es mentira que para ellos fue mucho lo que estudiaron, pero terminan el secundario y lo hacen sin leer, en su mayoría, ni siquiera un libro. En esa instancia, los que peor la pasan y quedan afuera, siempre son los que más necesitan esa oportunidad.

ESFUERZO FAMILIAR

-¿Cómo afectó la pandemia el esfuerzo que hacen las familias de prescindir de sus hijos en su economía de sobrevivencia?

-Eso es muy relativo en cuanto a cada familia. La mayoría de los papás acompaña la decisión, algunos con mayor reticencia, lo cual es entendible. Un padre que no terminó segundo grado es más difícil que entienda lo que implica que el chico vaya a la universidad. Este año un par de adolescentes manifestaron que sus padres no estaban convencidos de para qué enviarlos a que sigan estudiando si ya saben leer y escribir. Pero la realidad es que la mayoría los motiva y los impulsa a conseguir ese proyecto. Además, siempre varía mucho si es el primer año de nosotros en esa provincia.

-¿Por qué?

- Cuando el proyecto se empieza a hacer conocido es más fácil generar confianza debido a que los padres ya tienen a alguien del pueblo o de la familia que fue y saben de qué se trata. En enero abre una residencia en Formosa y no conocen la iniciativa por lo que al principio es un trabajo generar confianza, pero se logra. Lo que sucede, también, es que surge una suspicacia ante una oferta tan buena de una ONG que te propone gratis la oportunidad de estudiar sin pedir algo a cambio, como que voten a alguien. No estamos acostumbrados a esto. Ahora, ya con 22 casas funcionando y con mayor conectividad en todos lados, es más fácil, porque se pueden ver fotos de los chicos que ya estudiaron y de artistas que acompañan a la Fundación. La pandemia sí generó mayor acceso a la conectividad de forma obligada porque todo empezó a atenderse a través de la virtualidad y permitió que muchos tengan la posibilidad de conectarse y seguir estudiando. Pero nos ha tocado entrevistar a chicos que no manejan el celular o nunca prendieron una computadora y si ese chico de 18 años no tuvo acceso, los padres menos. Ahí dependemos mucho del docente que está en la escuela, que les transmite la información y les quita las dudas que ellos tienen.

DESINVERSION

-¿Qué percepción tiene sobre que los fondos nacionales destinados a la educación del año próximo tendrán una reducción?

-La educación es la gran deuda que tenemos en el país. Este año fue muy fuerte cuando hicimos el viaje, que consta de tres etapas, para reclutar estudiantes por 17 provincias. Cuando terminamos la primera parte, una de las voluntarias nos contó que después de llegar a su casa, acá en Buenos Aires, estuvo dos horas llorando sin poder parar porque se enfrentan con cosas muy fuertes y que impactan mucho. Por ejemplo, es muy frustrante percibir que un chico que tuvo ganas para venirse a la entrevista, estuvo un mes vendiendo canelones para pagar el pasaje, quiere hacerlo y él mismo después se da cuenta y nos dice luego de hacer el examen "no me enseñaron lo que me tienen que enseñar" y no pudo completar la evaluación por eso. A mí me pasó en el Potrillo, Formosa, que una chica luego de dar el examen dijo que: "esto no es que yo no lo aprendí, sino que a mí nunca me lo nombraron". Recuerdo que le daba vergüenza dar la hoja, pero también sabía que no era responsable y, claramente, no lo son.

Ahí es donde debería ir gran parte del presupuesto, pero con una educación de calidad. Si se tiene un papel que se da por haber aprobado el secundario, eso tiene que ser una garantía de que tienen todos los conocimientos que esa instancia educativa tenía que dar, sino, es una mentira y ese título es falso. No puede ocurrir, como sí está sucediendo, que un chico termina la secundaria sin saber la tabla del dos. Ese papel es una mentira pese a que tiene un montón de sellos, avales y hasta lo firmó un ministro de educación. Ese adolescente no va a hacer el secundario de vuelta y que a los 18 años tome dimensión de lo que le hicieron y de que se pregunte cómo le mintieron, es muy fuerte.

-¿Cómo ves esos proyectos educativos y de vida que se ven truncados por no tener una buena educación?

-Convivir con 30 o 40 chicos, que son la capacidad máxima que tienen las casas, con proyectos educativos diferentes los transforma y los potencia porque, pese a que todos no pueden terminar la universidad, luego se vuelcan a algo más sencillo como una tecnicatura. Lo cierto es que, aunque no finalicen sus estudios, se llevan herramientas que les sirven y aún seguimos en contacto, lo que nos permite ver cómo continúan. La casa les ayuda para que se sientan capaces y que vean qué pueden hacer.

-¿Tienen la autoestima baja?

-Los chicos llegan con la autoestima destruida. Por eso les contamos recién al final la cantidad de inscriptos que hay porque sino ya dan por sentado que hay otros mejores que ellos, creen que no van a ingresar y se dan de baja. Y eso es lo que queremos evitar, para que tengan más confianza en sí mismos.

-Se me ocurre que con el trabajo que hacen ustedes les generan la ambición para superarse en la vida, ¿no?

-Sí, que a veces es una palabra que no está tan bien vista, pero que es sumamente necesaria y buena si se la dirige hacia querer superarse e ir para adelante. El sábado escribió una de las chicas que hizo una tecnicatura con nosotros en Santiago del Estero y me envió la foto de graduación porque ahora finalizó la licenciatura. Ya tenía un título, estaba trabajando, pero quiso seguir por más. Eso está buenísimo porque no se conformó, quiso una realidad mejor y la pudo construir. Hay muchos chicos que hemos visto que, de manera increíble, han logrado dar vuelta algo que era totalmente impensado para ellos.

VULNERABILIDAD

-¿Cómo le impacta el suicidio de chicos en el país por falta de proyectos?

-Es un tema sensible para mí y fue lo que provocó que escribiera mi primer libro. No habla de suicidio, pero lo que yo expresé se transformó en eso porque me sorprendía cuando íbamos sobre todo al interior, a los lugares más chicos, la cantidad de suicidios que había y que con la pandemia ha crecido.

El tema lo charlamos bastante con los chicos de las residencias y todos tienen un primo, un amigo, un compañero de escuela o un conocido que se ha suicidado.

-¿Cree que con la educación esta situación se podría revertir?

-Sí, tiene que ver con la educación, con lo que pasa en las familias y, también, con las expectativas de futuro. Hay que estar atentos a otra cuestión que pareciera desapercibida por la sociedad.

El otro día durante un almuerzo de adultos y una chica de 15 años hablábamos de la crisis que hay hoy en día en el país y en el mundo. En un punto le pregunté a esta adolescente qué le pasa a ella con lo que estábamos hablando que era todo negativo. Ahí entendí cómo podemos pretender que el chico no esté después apático, desganado, angustiado, no sepa qué hacer y no vea esa esperanza a futuro si durante dos horas estuvo escuchando opiniones pesimistas.

Entonces, hay que ver qué les transmitimos a los adolescentes como adultos y qué les estamos dejando para que ellos hagan, porque en un par de años van a ser mayores de edad. Si no logramos revertir la realidad quedan ellos, pero tienen que tener otra mirada, con un sentido de posibilidad.

VOCACION

-¿Cuáles son las carreras más elegidas por los chicos que ingresan en las residencias?

- Hay mucho vinculado a las ciencias, pero este año llamó la atención la cantidad que eligió estudiar psicología. Influye el contexto porque durante los dos años de la pandemia medicina fue la carrera más elegida. Ahora todo lo que es salud mental está colapsado. De hecho, los voluntarios psicólogos y psiquiatras que atienden acá también lo hacen en las provincias debido a que no encontramos profesionales en esos destinos y la situación es peor si se aleja uno de una capital y se dirige al interior, porque hay menos posibilidad de encontrar atención.

-¿Qué proyectos o pasos a seguir tiene próximamente?

- La expectativa siempre es alta. Creo que el punto está en cómo encontramos el equilibrio. La situación que estamos atravesando es sumamente compleja y el sistema educativo aterra. Preocupan las falencias que hay, que los chicos no tengan clase y que no haya profesores. Pero no por eso dejo de tener esperanza y siempre nos preguntamos qué se puede hacer, y eso, también, es lo que nos impulsa en la Fundación Si. Hay veces que decís estamos luchando contra molinos de viento porque se abren residencias, pero ves que los chicos no saben la tabla del dos y te replanteas cómo haces para cambiar eso. Es difícil, sin embargo, creo que es parte de pelear contra la resignación, debido a que no nos podemos enojar, no suma para nada y no construye.

Entonces, si la realidad es esta, te preguntas qué queda para los que vienen. Ahí es cuando te das cuenta que hay que meter más energía mental y del cuerpo y, también, nos insta a ser más creativos, a ver qué podemos hacer para mejorar la vida de estos chicos que, aunque no vayan a poder estudiar ingeniería, si podrán elegir algo más sencillo para arrancar y, después al tiempo, ellos mismos irán descubriendo su propio camino.


Manu Lozano, presidente de la Fundación Sí, junto a cajas de donaciones de comida que irán a las residencias que tiene la ONG en distintas provincias.