TEATRO: De Antonio Villa, 'Chongo triste'

Retrato de seres desencontrados


'Chongo triste'. Autoría y dirección: Antonio Villa. Composición musical: Nicolás Gulluni. Vestuario: Gonzalo Giachino. Escenografía: A. Dufour. Iluminación: Jésica Montes de Oca. Actores: Sergio Boris, Gonzalo Bourren, Cristian Jensen. Músicos: Mikaela Herrera, Julián Piñuel. En la sala Orestes Caviglia del Teatro Cervantes.


 

Estamos a comienzos de los años 2000 en un sofisticado hotel de la ciudad de Mendoza con vista a la Cordillera. La atmósfera construida en la sala Orestes Caviglia del Cervantes -con un led, muebles, cortinados y una suave música en vivo interpretada por Mikaela Herrera- hace que el viaje sea instantáneo. Casi como un blues queer, más bien gay, enseguida se ve a una pareja integrada por dos hombres, uno más joven que el otro; hay un juego de cambio de ropa, hay erotismo. Es el primer momento sexual de la obra 'Chongo triste'. No será el único, claro.

Sin embargo, el foco no estará puesto necesariamente ahí sino en el desencuentro entre seres. Se ve un desacople, necesidades no correspondidas, personajes que desean y viven insatisfechos.

A fin de cuentas, es una historia muy conocida en el "ambiente", la del hombre "heterosexual" con mujer e hijo que lleva una vida pararela. El, Aníbal se llama, tiene un joven amante, Kevin, a quien lleva de acompañante a un viaje por trabajo -es escritor-. El chico lo espera en el hotel. Más tarde, fruto de un chat -de los primeros, antes de las redes sociales-, encuentran al "chongo triste" del título. Se trata de un pelilargo en silla de ruedas que se aparece en la habitación para concretar un trío sexual.

Todo tiene una estética sado, leather. Y el bidet con hielo y champagne o el sofá fuera de foco ayudan a enmarcar los movimientos de esos seres hermanados por las inquietudes literarias -los tres escriben-.

 

AL BORDE

En 'Chongo triste' se ven actuaciones impecables. Sergio Boris, de enorme recorrido en el teatro argentino, da vida a un personaje, en principio, muy alejado de sí mismo. Boris apela a los matices, a un trabajo muy fino que no cae en ninguna caricatura. Por otro lado, Gonzalo Bourren crea a un Kevin que transmite todo con su cuerpo semidesnudo. El actor sabe usar muy bien su cara tan expresiva para mostrar fastidio, bronca, dolor. Lo mismo ocurre con el "chongo" de Cristian Jansen, que viene a meterse en ese dúo en problemas. Jansen compone a un personaje disruptivo, que escribe con poesía pero que finalmente terminará también atrapado en ese mundo que por momentos se acerca a a Tennessee Williams, con un poco más de surrealismo. Son personajes intensos, al borde, por momentos repugnantes, pero que, sobre todo, necesitan amor, claro.

Detrás de ellos, como en cada detalle de toda la pieza, manejando los hilos con sutileza, se ve el gran trabajo de Antonio Villa. Actor, director, pero también artista plástico, Villa construyó un material exquisito, delicado, que tiene permanentes fugas. Hay una intención pictórica en toda la puesta, una composición estética en cada momento entre los cuerpos de los actores y los objetos de la bella escenografía de Alfredo Dufour.

A pesar de ser un material que podría en principio resultar oscuro, hostil, hay varios momentos de humor, absurdos, descolocados, que hermanan al espectador con todo lo que está ocurriendo.

Calificación: Muy buena