MARIA SAENZ QUESADA Y LA REFLEXION SOBRE LOS USOS INTERESADOS DEL PASADO

La reescritura de la historia es total

En eso de buscar culpables en los antepasados logramos ser los peores, dice la historiadora en diálogo con este suplemento. Apunta que la clave del fenómeno es que la politización se transmitió a la formación docente. Y considera la cuestión Mapuche como una exageración perversa.

El pasado de la Argentina, a menudo, parece un gran palimpsesto. Se lo recupera una y otra vez, pero no para honrarlo. No para aprender de él ni para identificarse. Sino para borrarlo y escribirlo encima. Para que se ajuste a los intereses de la opresiva ideología dominante. Como en el clásico de Orwell, un ejército de escribas adapta, corrige, falsea, para luego sofocar toda disidencia. Nada de esto sorprendería si no fuera por la facilidad con que se tolera la maniobra, aun a sabiendas de que el resultado es una impostura. Al menos al principio. Porque, a la larga, sea por fuerza, moda, especulación o cobardía, el engaño termina sedimentando en el inconsciente colectivo, hasta que ya muchos pierden de vista incluso que están siendo estafados.

Para la historiadora, escritora y docente María Sáenz Quesada esto es más notorio hoy porque la reescritura de la historia es ya casi total. Autora de catorce libros, entre ellos el más reciente 1943. El fin de la Argentina liberal (2019), la escritora aceptó conversar con La Prensa sobre este fenómeno en la sede de la revista Todo es historia, una publicación que ha cumplido 55 años y, pese a que ya no se vende en los puestos de diarios, sigue editándose en versión digital o en papel, aunque solo para suscriptores.

Sáenz Quesada es miembro de la Academia Nacional de la Historia y se dedica desde hace años a revisar el siglo XX, después de examinar el siglo XIX y algo de la época colonial. Fue directora de la revista hasta 2017, aunque sigue estando involucrada.

"Soy algo así como una integrante honoraria", cuenta entre risas. "Escribo mucho, pero no estoy en el día a día", añade la escritora, para quien la revista ha sido "la dedicación de una vida".

La soleada tarde de feriado acentúa el vacío de la oficina, que de todos modos ya no tiene el bullicio de otras épocas, cuando albergaba una redacción más concurrida. Esto fue desapareciendo con la digitalización y el trabajo remoto.

Hija del historiador Héctor Sáenz Quesada, la escritora cuenta que "la historia siempre ha estado presente" en su casa. "Tanto la historia familiar, porque somos de una familia muy antigua en el Río de la Plata, como los libros de historia", explica. "Había bibliotecas enteras. Mi padre compraba las novedades de historia universal y también historia argentina, documentos, memorias. Y parte de esa biblioteca yo la he heredado", confía.

NACIONALISMO

-Usted apuntó en alguna entrevista que proviene de una familia que tuvo mucho que ver con el nacionalismo católico y con la Acción Católica, y que mucho de lo que vuelca en su último libro sale de allí. Habrá estado muy en contacto en sus inicios con la corriente historiográfica nacionalista católica.

-Sí, los libros estaban en casa. Había muchos otros. Mi padre era un activo nacionalista, de la derecha nacionalista, pero tenía en otros aspectos una formación muy inglesa. Es decir que había libros de diversa índole. Cuando empecé a estudiar en la Universidad del Salvador, ya de inmediato podría decirle que pasaron a interesarme otros autores. El revisionismo nacionalista me convencía poco, así que salí a buscar las corrientes más modernas.

-¿Qué es lo que hoy, a la distancia, sí valora de ese revisionismo?

-Valoro el debate con documentos de esa primera etapa. Por ejemplo, Julio Irazusta, a quien conocí cuando era grande, era alguien que había publicado una serie de tomos con una historia de Rosas muy importante, aunque yo prefiera otras historias de Rosas. Y José María Pepe Rosa también es valioso para incorporar nuevas miradas y no quedarse con lo que dijo Mitre o Levene. También es muy importante Manuel Gálvez. Nosotros lo visitábamos y leíamos sus libros porque eran accesibles. Eran biografías muy bien escritas. Pero me interesan más las corrientes que se impusieron después, en las que se buscaron modelos en la historia francesa o inglesa, sobre todo. Las corrientes más modernas, de la posguerra. Yo diría que el libro que más me impresionó en la facultad fue El otoño de la Edad Media, de Johan Huizinga. Ese fue mi modelo. El de alguien que describe una época a través del arte, del pensamiento, de las modas, los rituales como la muerte y la vida. Eso me pareció fascinante. Muy alejado de las polémicas revisionistas.

-Las disputas por la historia hoy están a la orden del día. Basta ver las noticias, como las del conflicto mapuche. Muchos de esos debates surgen de falsificaciones. Ya volveremos a eso. Antes quisiera pedirle una opinión más general sobre el proceso en el que estamos inmersos, que tiene dos aristas mutuamente dependientes: el olvido o amnesia colectiva, y el debate que eso favorece de cuestiones históricas.

-Los argentinos nunca estamos conformes con nada y tampoco con nuestra historia. Siempre hay una necesidad de culpar a un sector o una etapa del pasado por lo que nos ocurre en el presente. Pero en eso de buscar culpables no somos los únicos. La historia de Francia, que es una historia modélica, también está llena de debates: alrededor de la guillotina, de la monarquía, de Vichy. Son todos temas urticantes. Como la Guerra de Argelia. Nosotros logramos que lo nuestro parezca peor. Hay ciertas figuras que, incluso, son rescatadas de forma rarísima. A mí me causa gracia que Axel Kicillof tenga un retrato descomunal de Rosas en su despacho. Yo pienso: ¿a quién ve? ¿Al jefe de los estancieros, al jefe de la Mazorca (policía parapolicial)? A mí Rosas no me gusta. Mi propio bisabuelo fue víctima de la Mazorca, fue azotado. Pero entiendo que a un hombre de derecha pueda admirarlo en tanto hombre de orden. Pero ¡Kicillof! Afortunadamente hay figuras, como San Martín y Belgrano, que se mantienen en pie en medio de la pelea constante por la historia.

MODELOS

-Son las excepciones. En otras cuestiones vivimos a base de olvidos. Pienso en los años setenta, en la Campaña del Desierto... Hay una versión ideologizada sobre estos temas que termina imponiéndose. ¿Comparte esta impresión?

-El tema no pasa tanto por la gente que trabaja en historia. Porque si uno lee los trabajos de historia que hay, son muy buenos, hay una gran seriedad. Uno lee Anatomía del pánico, de Alejandro Rabinovich, que se publicó hace tres o cuatro años, y es un librito modélico que fue premiado por la Academia. Es una nueva mirada a la Batalla de Huaqui con todos los elementos de la historiografía contemporánea, sobre historia militar, pero llevado también al gran público. Pero ¿qué es lo que pasa? Algunos temas se han politizado, como siempre pasó. Porque cuando se lo exaltó a Rosas era porque empezaba Uriburu. Ahora, desde hace algunos años, Roca sería el representante de la Argentina oligárquica de los años 80 al que hay que "darle con todo" porque esa Argentina fracasó. No nos va bien y entonces es culpa de Roca. Eso se ha transmitido mucho a la formación docente. Creo que ese es el gran problema: que la política ha penetrado los lugares donde debería enseñarse con un poco más de distancia. Me cuenta la gente que tiene hijos en las escuelas que esto viene de allí. Y ha sido aceptado.

-Ha sido aceptado. Eso es lo más notable. Es lo que se ve en el caso del conflicto mapuche: hay una cierta aceptación de que tienen un derecho.

-Sí, ahora estamos en un brete muy grande con el tema mapuche. Porque hay una opinión formada en la visión de los vencidos -que no solo es propia del oficialismo- que considera justificados los reclamos. El desconocimiento de Roca es notable. Porque, con sus defectos, Roca ratificó la construcción de un Estado que venía desde Rosas y Urquiza. Define el territorio, define las fronteras... Lo que hay que entender es que cada etapa histórica tiene aspectos positivos y negativos. Yo he intentado, con Roca, ese equilibrio. Porque, estudiando a Sáenz Peña, uno ve que las críticas tremendas que se le hacían en la época eran justificadas. Pero la negación de Roca es una negación de una etapa enorme de la historia argentina. Veo con mucha preocupación estas miradas. Se repite en otros casos. Con los setenta no digamos...

-¿Qué diría sobre eso?

-Que en la historia reciente hay mucha más memoria que historia. Y eso es muy negativo. Porque se termina negando al vencido. En este caso es el vencido en la Guerra de Malvinas: el gobierno militar. No se estudia. Se trata en forma apasionada. Hay muy pocos autores que abordan la historia reciente con equilibrio, viendo lo que fueron los años setenta, con ese programa tremendo, guevarista, del foco, que hizo que también la reacción fuera terrible.

MONTONEROS

-Usted ha dicho, con acierto, que la historia oficial sobre los setenta es "la historia de Montoneros". Podría decirse que es una historia de recortes y olvidos. Usted ha escrito un libro sobre Isabel Perón (Isabel Perón. Una mujer en la tormenta, 2003). Y el hecho de que la historia oficial saltee ese gobierno es muy significativo. Intenta dejar en el olvido la barbarie terrorista en un gobierno constitucional, y también que la represión ilegal empezó entonces.

-Por supuesto. Isabel Perón es una figura que nadie quiere recordar. Es muy compleja para el peronismo ortodoxo, para el peronismo montonero, para el kirchnerismo y para la sociedad toda. Porque la fórmula Perón-Perón fue votada por el 62% de la población. Mi libro tuvo muchas menciones académicas, pero se vendió poquísimo. Y tiene que ver con ese rechazo. Todos estos temas son difíciles. Ahora está surgiendo la polémica por la película 1985.

-¿Qué opinión tiene al respecto?

-No he ido a ver la película, pero observo que hay todo un ocultamiento de la Conadep, de Alfonsín. El director tiene todo el derecho de decir: "Yo hice la película que quise". Pero es interesante también que esto lleve a una polémica. Porque para los jóvenes esa época no existió. Para los que la vivimos fue un episodio desgarrador de nuestra vida. Debo que aclarar que después de provenir de una familia tan nacionalista yo me afilié al radicalismo en el 82 y todavía sigo allí.

MALVINAS

-Son muchos los olvidos. Es una constante.

-Claro. Yo he preferido, por ejemplo, no ir a visitar el Museo de Malvinas porque pienso en todo lo que vivieron los que fueron a la guerra y sé que me resultaría muy doloroso que un tema tan delicado, tan emotivo, sea tan maltratado como se supone que está.

-¿Coincide en que el olvido es planificado?

-Sí, sí. Claro. Es un proceso de tergiversación.

-De reescritura.

-De reescritura. De radicalización. Hay que descalificar al otro para, a partir de ahí, construir una política. Se ha hecho con mucho éxito.

-¿Diría que ese proceso de reescritura de la historia es más acentuado hoy que antes?

-Ahora yo creo que es casi total. Lo que pasa es que quienes están del otro lado de la grieta están en otra cosa. De un lado se le da un enorme valor a la historia. El kirchnerismo le da un gran valor. Para ellos todo es cuestión de memoria. En cambio, del otro lado, liberales y republicanos no tienen esa preocupación. No digamos el gobierno de Macri, al que no le importaban nada estas cuestiones. Y de pronto la historia se les vino encima.

-Tampoco es memoria. Fíjese el lema "Memoria, verdad y justicia", que en realidad propone olvido, falsedad y enjuiciamiento a solo una mitad de los protagonistas.

-Es uno de los grandes problemas de los derechos humanos. La radicalización con banderas que no se cumplen. Uno ve a las feministas ultras que permanecen indiferentes frente al hecho de que haya en Nicaragua tres candidatas a presidente presas, o frente a las protestas de las Damas de Blanco en Cuba.

-¿Cuál es su interpretación sobre por qué se impuso esa reescritura de la historia? ¿Es por aquella indiferencia ajena que apuntaba?

-Yo creo que hubo un achicamiento de los que tenían otra versión de la historia. No se animaron. Creo que jugó mucho el tema de la obediencia debida. Incluso en la mirada del propio Alfonsín eso fue muy nefasto y fue muy hábilmente utilizado a partir de la llegada de los Kirchner al poder. Se identificaron con una izquierda o con una Argentina sumergida que ellos iban a rescatar. Trabajaron muy bien con eso en la difusión, en el terreno cultural. Así quedaron un poco relegados los otros que, en materia de historia, como trabajaron en ámbitos académicos, se alejaron del lector común. Y entonces, de un lado quedó una historia más hermética y del otro lado, una historia más accesible, de buenos y malos, o, más bien, de nuevos buenos y nuevos malos.

-¿Hace falta que la Academia se interese un poco más por estos temas para alcanzar un equilibrio?

-Yo creo que sí. Deben descender un poco al llano y escribir un poco para todo el mundo.

-¿Qué más hace falta?

-Hay que tratar de difundir más y tener menos complejos en defender lo que es constructivo para el país. Fíjese lo que ocurría con Sarmiento. La exaltación que había de Sarmiento antes del revisionismo era también exagerada. Sarmiento era un monumento que era imposible de criticar. La crítica fue sana. Pero negar la figura de Sarmiento y de otros grandes educadores que lo acompañaron, como Avellaneda, es también negativo como nación. Con el indigenismo pasa algo similar. Viene de una negación de la raíz indígena de nuestro país. Nosotros no somos razas puras. Somos pueblos mezclados. Los españoles se mezclaron con los moros, con los judíos, vinieron a América, se mezclaron con casi todas las etnias indígenas. Hay que valorar las raíces: la raíz hispana, la indígena, las de distintas inmigraciones.

-Lo que pasa es que hay un uso político del indigenismo, no para devolverle el lugar que merece sino para falsearlo y conseguir objetivos ruinosos, como posiblemente la segregación de parte de nuestro territorio. Las perspectivas son todo menos sanas.

-Claro. Yo creo que la historia tiene que ser -aunque la palabra está demodé- inclusiva. Uno tiene que mirar todos los aspectos que conformaron nuestro país para poder mirar también estos problemas actuales de exageración perversa. Porque este problema mapuche se está volviendo cada vez más grave. Pero la historia tiene que comprender a todos los que integran la Argentina.

-Bueno, deberíamos empezar por no llamar a los mapuches "originarios".

-Es que... originario... En América todos hemos venido antes o después. Tampoco es cuestión de oponer la Argentina indígena a la Argentina inmigratoria. Nada de todo eso contribuye.

-¿Cómo se escribe historia hoy? ¿Qué tendencias observa en la escritura?

-Desde un punto de vista profesional se trabaja muy bien. Hay mucho conocimiento, recurso a fuentes, a maestros. Hay muchos estudios en el exterior, así que se está al tanto de lo que se dice afuera. En eso se ha avanzado muchísimo. No se ha avanzado en cuanto a que todo eso hay que digerirlo. El que lee no tiene por qué enterarse de que uno ha trabajado tanto. Hay mucha microhistoria. Después está toda esa corriente que se presenta como "todo lo que no te contaron sobre tal tema", y que en realidad lo sacaron de otro autor. Es la comidilla de la historia. Eso sin dudas tiene muchos lectores, pero es muy dañino.

-Hablamos mucho de las revisiones de la historia. Ha hecho usted revisiones personales sobre hechos o figuras históricas.

-Mi trabajo último, 1943, de alguna manera es una revisión sobre lo que durante tanto tiempo se llamó La década infame. Me interesó valorar en ese libro lo que esa época legó a su época inmediatamente posterior, esto es, una cierta prosperidad, un enorme desarrollo industrial y cultural, que fue lo que heredó el peronismo.

-Sí, es un enfoque muy interesante. Me refería al hecho de si usted ha hecho revisiones en lo personal, si ha matizado sus propias opiniones sobre figuras o acontecimientos fruto de su estudio.

-Sí, esas revisiones se dan. Un ejemplo es Rosas. En él está toda la cosa de la Mazorca, la dictadura, y al mismo tiempo un cierto instinto de unidad del país, que fue lo que también le reconoció el propio Alberdi en su etapa juvenil. Aunque muchos de sus aspectos uno puede rechazarlos, en esto tenía aciertos. Y lo mismo pasa con Perón. Yo nunca fui peronista, pero la inclusión de los sectores sindicales y populares en el proyecto político es muy importante, y eso hay que reconocerlo también.

Desconciertos y coherencias

El asombro de María Sáenz Quesada por la inesperada admiración que demuestra el gobernador bonaerense, Axel Kicillof, hacia una figura como Juan Manuel de Rosas, de quien posee un amplio cuadro que cuelga en su despacho, se abre a un interrogante sobre qué tanta coherencia había entre los montoneros en sus reivindicaciones de figuras históricas.

"Creo que en ellos la reivindicación es más genuina. Porque cuando se funda Montoneros estaban Ortega Peña y Duhalde escribiendo sobre la vida del Chacho Peñaloza, lo que había ocurrido en la Guerra del Paraguay", reflexiona la historiadora.

Sáenz Quesada aclara que "las cifras que ellos manejaban y la forma en que presentaban las cosas no eran correctas", pero entiende que "había un movimiento, un clima, en el que las montoneras eran los vencidos que había que recordar o resucitar en la historia americana".

"Ellos reivindicaban a los caudillos vencidos. No reivindicaban tanto a Rosas. Salvo la Mazorca, porque tenían ese esquema los que venían de Tacuara. Pero me parece que recuperaban más a los caudillos vencidos que al caudillo de la provincia de Buenos Aires", apunta.
La escritora cree que "en los años siguientes se avanzó mucho en la comprensión de estos procesos".

"Rosas apareció en la historiografía como el jefe de los estancieros en un período en que la crisis del gobierno español hizo que surgieran los mandos naturales, los comandantes de áreas militares, los estancieros, etc.", comenta.

"Ahora, respecto de este nuevo revival", dice aludiendo a la reivindicación de Kicillof, "no sé cómo interpretarlo".

"El peronismo siempre tuvo una vertiente nacionalista de aquellos viejos orígenes con los que estuvo vinculado mi padre y siempre reaparece de alguna manera", expresa.

Sin embargo, admite que la reapareción de esa vertiente se produce ya muy distorsionada. "Es una mirada totalmente diferente. Pero juntan las mismas figuras para aferrarse a ellas: Yrigoyen, Rosas, Perón. También San Martín. Habría que estudiar cuáles son esos caminos que siguen".

A.D.B.