Una linterna en lo oscuro

­Obsesionados con el penúltimo rizoma francés o con la nueva variante del realismo sórdido narrada con acento de Kansas, los argentinos hemos crecido ignorando que existe una gran literatura del otro lado del puente Tancredo Neves. ¿Cuántos saben que el Quijote latinoamericano lo escribió un médico y diplomático de Minas Gerais? ¿Cuántos conocen al distinguido polígrafo Paulo Leminski, gloria de las letras paranaenses, al que la Parca llevó -como Rimbaud- demasiado pronto?

Para curar la ignorancia que plantea la última pregunta, el sello Añosluz acaba de publicar una antología poética de Leminski, que no debería ser pasada por alto por todas aquellas almas interesadas en el género lírico, es decir por la élite de la élite en el arte de la buena lectura. Es una edición bilingüe, muy bien cuidada en su forma, francamente extraordinaria.

Leminski nació en Curitiba el 24 de agosto de 1944 y falleció en esa misma ciudad el 7 de junio de 1989. Fue poeta, novelista, crítico literario, letrista de canciones, publicitario, traductor, ensayista y biógrafo de Jesús de Nazaret y León Trotski. Aprendió en el Monasterio de Sao Bento latín, teología, filosofía y literatura clásica. Fue influido por Mallarmé, por Rimbaud y por los adalides del movimiento Poesía Concreta como los hermanos Augusto y Haroldo de Campos. Practicó yudo, estudió la cultura japonesa y escribió haikus. Se lo definió como ``un prisma de saberes''. Lo suyo era el juego de palabras, apunta en el prólogo excelente Alejandro Güerri, quien también hizo un magnífico trabajo de traducción. Como señala su hija Aurea en el posfacio, si bien Leminski perteneció a la generación precomputadora ``su obra es absolutamente actual''.

El volumen atesora creaturas de seis libros de Leminski, la mitad póstumos: Cuarenta clics en Curitiba (1976), Caprichos y relajos (1983), distraídos venceremos (1987), la vie en close (1991), el ex-extraño (1996), winterverno (2001). Hay poemas que -tal como ocurre con Borges- nada cuesta calificar como perfectos. Transcribimos la llamarada amorosa de la página treinta y seis como ejemplo de virtuosismo:
``objeto / de mi más desesperado deseo / no sea aquello / por quien ardo y no veo // sea la estrella que me besa / oriente que me rija / azul amor belleza // haga cualquier cosa / pero por el amor de dios / o de nosotros dos // sea''.

Como en el piso de la página se reproduce en portugués, el lector siempre puede paladear la delicada música de la rima. Son, en efecto, versos para paladear, como el buen vino. También, por sus epifanías semánticas. Leminski no sólo gustaba de hacer danzar a las palabras, de crear con la fusión nuevos vocablos, de cruzar lo oral y lo escrito, la cultura libresca y la popular, también descolló como ``poeta de ideas''. Era sentencioso.

Escribió el vate: ``nada tan común / que no pueda llamarlo / mío // nada tan mío / que no pueda decirle / nuestro // nada tan blando / que no pueda decirle / hueso // nada tan duro / que no pueda decir / puedo''.

Uno se queda masticando la última estrofa, de eso se trata la vida, ¿no?

El prólogo de Güerri abre con una hermosa cita del literato: ``La poesía es un inutensilio. La única razón de ser de la poesía es que forma parte de aquellas cosas inútiles de la vida que no precisan de un justificativo, porque son la propia razón de ser de la vida... la poesía es una de esas cosas que no necesitan un por qué''.

Leer a Paulo Leminski es una excepcional experiencia estética e intelectual. Quién no necesita semejante regalo. Tal vez, el brasileño esté equivocado y la poesía no sea tan inútil, acaso sea una linterna en lo oscuro.