¿Cómo será, capitán?

¿Cómo será? ¿Cuál será la sensación al ir levantando la cabeza desde el césped para dirigir los ojos al cielo y, en ese viaje, contemplar a miles y miles de hombres, mujeres, chicos y chicas vestidos de rojo y blanco clavando, a su vez, sus miradas en vos? ¿Cómo será escuchar, en simultáneo, que todos corean tu apellido, tu nombre, tu apodo? ¿Qué pasará por la mente de un hombre cuándo eso sucede en uno de los clubes más grandes de un país que respira fútbol 24 por 7? Leonardo Ponzio lo sabe.

El capitán eterno, como bien lo definieron los organizadores de la despedida que tuvo el ya ex futbolista en el Monumental el miércoles por la noche, vivió una de sus vidas en River. Casi sin darse cuenta la vivió. Porque los jugadores pueden tener más de una vida, sobre todo los más inteligentes, los que saben que un día la pelota dejará de rodar, al menos por dinero. Y Ponzio sabía eso de entrada. Pero su paso por Núñez, al mismo tiempo, significó casi un tercio de su tránsito por este planeta hasta el día de hoy. De los 40 que carga sobre sus atléticas espaldas, 12 los transitó con intensidad y una banda roja en el pecho. Allí lloró de felicidad y tristeza decenas de veces. Porque allí fue muy feliz pero penó también.

En Núñez, en el patio de su casa adoptiva, pasó por todos los estados que puede recorrer un deportista de elite. Ponzio jugó 358 partidos  en River y anotó 10 goles en las dos etapas que tuvo, entre 2007-2009 y, luego, desde su regreso en 2012. 12 años. Fue campeón. Multicampeón. Supercampeón. Volvió de Europa para ayudar a ascender al equipo de la B Nacional a Primera, en aquel fatídico episodio que los millonarios prefieren olvidar. Le ganó a Boca la final más importante de América en Madrid. Perdió (aunque no jugó ese partido) en Brasil la más triste con Flamengo. Y fue, sobre todo, la mano derecha dentro de la cancha de Marcelo Gallardo, en el ciclo más exitoso de la historia de club.

"Antes de que un jugador llegue a River ya sabemos cómo piensa, cómo es su familia, hasta donde puede dar. Creo que esa es una de las razones por las cuales las cosas nos salen bien", le dijo con humildad y su habitual calma a La Prensa hace un tiempo, buscándole una explicación a tantos logros. Porque Ponzio interpretó siempre lo que buscaba River y por eso se convirtió en el primer referente del grupo por más de una década. Pero en cada ocasión hablando más con lo gestual que con la palabra, más con el ejemplo que con la boca. Más corriendo que gritando.

Leo nació Las Rosas, Santa Fe. Después de patear por las calles de su barrio apareció en Newell´s en el 2000: fue campeón con el Sub 20 de Argentina en 2001 y jugó cerca de 250 partidos en Zaragoza, en diez temporadas. Después se enamoró de River y River se enamoró de él. Estuvo presente en los 14 títulos que ganó el equipo bajo la conducción del Muñeco y eso le permitió convertirse en el jugador más vencedor de la historia del club, ya que antes había sido campeón con otros DT como Diego Simeone, Ramón Ángel Díaz y Matías Almeyda.

Todo redondo. Su último partido oficial fue levantando una Copa. No podía ser de otra manera. Tuvo lugar el 18 de diciembre de 2021, frente a Colón, por el Trofeo de Campeones, cuando River goleó al Sabalero 4-0. Ese día el León ingresó por el ascendente Enzo Fernández en el complemento, para cerrar su historia más que digna de serie en Netflix, celebrando un título más.

Ponzio también estuvo presente en las 5 eliminaciones mano a mano de River a Boca y además fue quien levantó el trofeo de la Supercopa que el Millo le ganó a su eterno rival en marzo del 2018 en Mendoza por 2-0. Desde la llegada de Gallardo, ganó 7 títulos internacionales: 2 Copas Libertadores (2015 y 2018), 3 Recopas Sudamericana (2015, 16 y 19), 1 Copa Sudamericana (2014) y la Copa Suruga Bank (2015). Disputó 2 mundiales de clubes. Y a nivel local dio 7 vueltas olímpicas: conquistó tres Copas Argentina (2016, 17 y 19), dos Supercopas Argentina (2018 y 2019), un Torneo de Primera (2021) y un Trofeo de Campeones (2021), el día de su último partido oficial.

Por todo eso la pregunta latía el miércoles por la noche, mientras se apagaban los fuegos artificiales en la despedida que armó el club junto con la empresa WFG, para darle las gracias por tantas alegrías y lealtad a Ponzio. ¿Qué sentirá un ser humando al vivir todas esas emociones juntas? ¿Cómo se preparará alguien terrenal para recibir miles de palmadas en  espalda, todos los días, sin salirse de eje? Para entender que todo lo que hacía dentro y fuera de la cancha iba a ser observado con los ojos bien grandes por una multitud, pero también por un plantel entero que esperaba descansar en sus piernas y su capacidad para absorber tanta locura. Y por los juveniles que querían calcarlo. ¿Cómo será?