Entre la inflación y el fuego

Que el Indec tuviera que difundir la cifra de inflación de agosto dos días después del retorno de Sergio Massa de su prometedora visita a Estados Unidos hay que adjudicárselo a la mala fortuna. El 7 por ciento de incremento en los precios (un promedio que esconde aumentos considerablemente más altos en varios artículos de primera necesidad) representa un doloroso recordatorio de la materia en la que el Gobierno viene fracasando y a la cual el superministro de Economía, urgido por el vacío de reservas y por las negociaciones con el FMI, no le ha dedicado aún atención prioritaria.

LOS PRECIOS Y EL FONDO

Seguramente comenzará a hacerlo ahora, tanto por el peso que el tema tiene en el ánimo público como por la advertencia de Kristalina Georgieva, la directora gerente del Fondo que, entre los "problemas significativos que afronta la Argentina" incluyó a la inflación "en el primer lugar de la lista" porque -dijo- "es devastadora, en especial para las personas pobres".

De no ser por la mala noticia estadística que, con rigor y objetividad, proporcionó el Indec, las páginas económicas habrían estado dedicadas a Massa, al trato "casi presidencial" que, según los cronistas, se le ofreció en Washington, tanto en la Casa Blanca como en el Congreso y, sobre todo, en la secretaría del Tesoro, donde estuvo con su titular, Janet Yellen, una figurita difícil que hasta ahora no había recibido a ministros argentinos. O a las conversaciones con inversores. O al entusiasmo con el que el gobierno de Joe Biden proyecta la cooperación argentina en el abordaje de la crisis energética disparada por las sanciones occidentales a la Rusia de Putin a partir de la invasión a Ucrania.

Aunque la oposición le baja el precio a las gestiones exteriores del superministro -del mismo modo que a la circunscripta devaluación sectorial (dólar soja) que indujo rápidamente a un número significativo de actores a liquidar exportaciones y permitió al Banco Central acumular divisas-, y las caracteriza como "meros parches", "humo" o "improvisaciones al paso"-, no se siente cómoda discutiendo medidas que, si bien se mira, avanzan en un rumbo que los mismos opositores aconsejaban. En paralelo con los sectores más obstinados del kirchnerismo, un sector de Cambiemos considera que Massa les está robando el programa. El ministro de Economía navega con brújula propia. 

Quizás por eso resulta complicado colocar ese eje de debate. En cambio, la inflación ofrece un flanco más fácil para el ataque, porque se trata de un fenómeno nefasto, claramente visible para el conjunto de la sociedad y porque es improbable que Massa consiga soluciones rápidas para ese flagelo. 
Sin las responsabilidades de gobernar y dar respuestas prácticas, la oposición puede conseguir réditos con el clásico expediente de criticar al poder e indignarse ante el fenómeno como el conjunto de la población. El mecanismo suele ser infalible, y si la coalición opositora no se beneficia en mayor medida es porque sus conflictos internos por momentos la paralizan y la dispersan.

Si Massa quiere asentar su proyección política en la gestión que hoy está comandando deberá, más temprano que tarde, afrontar el desafío de la inflación con la misma energía con que viene encarando la crisis de las reservas. En rigor, se volverá impracticable avanzar en otros planos sin conseguir victorias más o menos consistentes en la relación precios/sueldos. La conducción sindical, que constituye uno de los mayores puntales del gobierno (en particular del ala menos comprometida con el kirchnerismo), reclama una ofensiva eficaz contra la inflación, porque las negociaciones salariales siempre corren de atrás, llegan tarde frente al alza del costo de vida y la situación obliga a demandar antipáticos aumentos estratosféricos. 
La gestión económica se ve tensada por reclamos que, por razonables que sean en su raíz, a menudo son contradictorios. Los gobernadores -otro puntal del oficialismo- apoyan la racionalización de la economía a condición de que en sus provincias no se corten obras ni se deje de lado un criterio federal en la distribución de recursos y subsidios. 

LANZALLAMAS

Por fuera de estas discusiones económicas, la opinión pública discurre aún, dos semanas después, sobre el atentado contra la vicepresidenta: según algunas encuestas, más de la mitad de las personas consultadas consideran que ese hecho, registrado en imágenes repetidas hasta el hartazgo por los medios, no fue real, fue un simulacro. 

Cuatro siglos atrás, el poeta Nicolas Boileau adivinó que "lo verdadero puede a veces no ser verosímil". Si bien se mira, ¿no son inconcebibles los personajes que aparecen en la trama criminal? Parecen salidos de Los Siete Locos: una organización de vendedores de copos de nieve, dos estudiantes enamoradas que conversan con naturalidad sobre mandar al amigo de una de ellas a cometer un magnicidio, un remisero reticente, que una vez retrocede ante la consigna de asesinar con la excusa de que la víctima "ya entró" a su domicilio y el jueves 1 fracasa quizás adrede en el intento, omitiendo poner un proyectil en la recámara de su Bersa. 

¿Hay una mano invisible detrás de esa Armada Brancaleone? Se verá si los investigadores encuentra algún hilo que justifique las hipótesis más conspirativas. Lo que, superado el estupor, queda claro es que ese puñado de jóvenes de poco más de 20 años ha acumulado (recubierto por una densa capa de simulación y cinismo) un odio reconcentrado contra políticos con los que apenas si convivieron mientras ellos gobernaban. ¿Dónde y cómo se cultivaron esos sentimientos y esa pulsión por matar?

Pregunta más alarmante: ¿son ejemplares excepcionales o están reflejando un fenómeno más amplio, todavía subterráneo?
El contexto en el que se produce este fenómeno no es auspicioso: crecimiento de la violencia (inseguridad en los vecindarios, robos piraña motorizados, crímenes monstruosos, avance de los grupos ligados a la droga), empobrecimiento de la población, áspera conflictividad política acompañada de un creciente descreimiento social en la mayoría de las instituciones. 

Antes de pensar en la elección del año próximo la dirigencia debería concentrarse en apagar incendios. Y, sobre todo, en no jugar con fuego.