La Batalla de Santiago

El baúl de los recuerdos. Chile ´62 ofreció varios partidos violentos. El más brutal fue el protagonizado por el seleccionado local e Italia. Golpes, agresiones y patrioterismo con la excusa del fútbol.

La imagen fue descarada. Leonel Sánchez, delantero chileno, le aplicó un furioso golpe a Humberto Maschio. El argentino que vestía la camiseta de Italia ese 2 de junio de 1962 en el estadio Nacional de Santiago. El Bocha, futuro referente del Racing de José, quedó con la nariz hecha añicos. El árbitro inglés Kenneth Aston decidió ignorar la agresión del atacante. En cambio, sí se ocupó de expulsar jugadores azzurri en el violentísimo partido que ambos seleccionados protagonizaron por el Grupo B del Mundial y que quedó en el recuerdo como La Batalla de Santiago.

La edición de la Copa del Mundo desarrollada del otro lado de Los Andes estuvo salpicada por la sangre que emanaba de las lesiones de los jugadores. Yugoslavos y soviéticos saldaron los resquemores que habían quedado de la definición de la Eurocopa de 1960. En realidad, hicieron más que eso: una artera patada del balcánico Muhamed Mujic fracturó la tibia y peroné de Eduard Dubinsky, quien, en 1968 murió de un sarcoma provocado por la mala curación de la intervención quirúrgica a la que fue sometido tras el torneo del ´62. El defensor soviético, a quien hasta tuvieron que amputarle la pierna izquierda, falleció a los 33 años.

Pero eso no fue todo. Italianos y alemanes se pegaron sin misericordia. Uruguay y Yugoslavia protagonizaron otro duelo pleno de infracciones, España y Checoslovaquia se deshicieron a golpes en un partido que terminó con dos hombres de La Furia Roja heridos: Feliciano Rivilla fue enyesado y Severino Reijia sufrió una rotura de meniscos. En Alemania - Suiza, Horst Szymaniak fracturó al delantero helvético Norbert Eschmann… Pasó de todo. Insólitamente, Pelé, el prodigio brasileño que había maravillado al mundo en Suecia ´58, se lesionó sin que un adversario lo tocara.

LAS CRÓNICAS DE LA VERGÜENZA

Los periodistas italianos Antonio Ghirelli y Corrado Pizzinelli escribieron una furibunda postal de lo que ellos entendían que era Chile. En el diario Il Resto del Carlino, de Bolonia, apareció una nota titulada “Santiago, el confín del mundo: la infinita tristeza de la capital chilena” en la que, sin ruborizarse, decían que en Santiago imperaban el subdesarrollo, la desnutrición, el analfabetismo, el alcoholismo, la miseria y la prostitución callejera.

“Bajo estos aspectos Chile es terrible y Santiago su más doliente expresión, tan doliente que pierde en ello sus características de ciudad anónima”, afirmaban los cronistas.

El incendiario artículo llegó a oídos del pueblo trasandino en vísperas del encuentro por la segunda fecha del Grupo B. Para los chilenos se trataba de una ofensa imperdonable a su tierra que despertó un sentimiento patriótico que rozaba el patrioterismo. Ghirelli y Pizzinelli debieron huir de Santiago para evitar la venganza del público.

Cuando Italia y el seleccionado local se encontraron en el estadio Nacional, las tribunas estaban inundadas de espectadores ávidos por ver correr la sangre de los peninsulares. Para colmo, en el plantel azzurro estaban los argentinos Maschio y Enrique Omar Sívori y el brasileño Joao Altafini, lo que para los trasandinos era una demostración obscena del poder del dinero atentando contra el orgullo de vestir la camiseta de un equipo nacional.

LA BARBARIE

El técnico de Italia, Paolo Mazza, había optado por no incluir en la alineación titular a Sívori y Gianni Rivera, sus jugadores más talentosos. Tal vez presentía el clima de extrema violencia que enmarcaba el choque con Chile. Además, los iba a necesitar en caso de tener que jugarse la clasificación en la última fecha.

El Cabezón -eximio gambeteador surgido en River y consagrado en Juventus antes de brillar también en Nápoli- y el Bambino de oro -joven figura del Milan- se salvaron de una vil cacería humana. De nada sirvió la estrategia para calmar las aguas pergeñada por los europeos: los claveles que lanzaron a las tribunas como ofrenda de paz fueron devueltos bajo una lluvia de insultos.

La Federación Internacional de Fútbol Asociación (FIFA) estaba alarmada por el tendal de lesionados que dejaba cada encuentro del torneo. Sin embargo, no se mostraba demasiado dispuesta a poner en riesgo la permanencia del conjunto local y, por eso, designó para dirigir el cotejo contra Italia al inglés Kenneth Aston. Se trataba de un árbitro de extrema confianza del presidente Stanley Rous que debía evitar que se incrementara el malestar de los hinchas chilenos.

El buen señor Aston, a quien se le atribuye la invención de las tarjetas amarilla y roja en sus días como miembro de la Comisión de Árbitros de la FIFA, siguió al pie de la letra las instrucciones de Rous e hizo todo lo posible para que Chile terminara el partido con once jugadores.

La cuestión fue que no bien pitó el inicio del encuentro comenzaron a sucederse las acciones violentas. Los jugadores chilenos también querían sangre. Sin embargo, el primer golpe lo dio Italia: Giorgio Ferrini se fue expulsado antes de los diez minutos por un tacle al delantero Honorino Landa.

Un rato más tarde, Leonel Sánchez, una leyenda de fútbol chileno fallecida el 2 de abril pasado a los 85 años, se cruzó con Maschio, a quien le dio un dio un cross de izquierda y le provocó la fractura del tabique nasal. Aston miró para otro lado.

El puntero izquierdo de la Universidad de Chile fue víctima de una dura infracción de Mario David, quien siguió pegándole mientras el atacante estaba en el piso. En medio de las discusiones e insultos que volaban por el aire, Sánchez se levantó y le aplicó un golpe al defensor. El árbitro no tomó medida alguna. Y antes del final del primer tiempo, David, con la sangre en el ojo, ensayó una patada voladora a la cabeza de su rival y se ganó la expulsión.

Hasta ese momento, el fútbol brillaba por su ausencia. Los golpes y las discusiones dominaban la escena. Porque si un chileno pegaba, un italiano respondía con más fiereza. Nadie jugaba. Todos peleaban.

En el segundo tiempo, Italia decidió replegar filas en las cercanías del arco de Carlo Mattrel. Tras igualar con Alemania Federal en el debut, debía conservar el empate para intentar ganarle en la última fecha a Suiza. Chile, que había vencido a los helvéticos, estaba a un triunfo de acceder a los cuartos de final.

Los dueños de casa percibieron los planes de su adversario y optaron por atacar. Esta vez, en términos futbolísticos. Faltando un cuarto de hora, Leonel Sánchez probó puntería con un fuerte remate que no fue contenido por Mattrel. La pelota cayó en poder de Jaime Ramírez, quien abrió la cuenta con un cabezazo bombeado. Cerca del final, Jorge Toro hizo gala de su buena pegada con un disparo desde fuera del área que se incrustó en la valla italiana. 

En los últimos minutos regresó el clima hostil y Aston aprovechó una infracción sobre Landa para decretar abruptamente el final. “En Santiago me limité casi a contar los puntos de las maniobras militares del campo. Mi función no recordó nada a las tareas de un árbitro”, aseguró tiempo después el juez que durante la Segunda Guerra Mundial había sido teniente coronel del Ejército británico. En Chile, en cambio, se portó como un soldado temeroso que no hizo nada para impedir La Batalla de Santiago.

LA SÍNTESIS

Chile 2 - Italia 0

Chile: Misael Escuti; Luis Eyzaguirre, Raúl Sánchez, Sergio Navarro, Carlos Contreras; Eladio Rojas, Jorge Toro; Jaime Ramírez, Honorino Landa, Alberto Fouilloux, Leonel Sánchez. DT: Fernando Riera.

Italia: Carlo Mattrel; Sandro Salvadore, Enzo Robotti, Mario David, Francesco Janich; Paride Tumburus, Giorgio Ferrini;  Bruno Mora          , Humberto Maschio, José Altafini, Giampaolo Menichelli. DT: Paolo Mazza.

Incidencias

Primer tiempo: 8m expulsado Ferrini (I); 43m expulsado David (I). Segundo tiempo: 28m gol de J. Ramírez (Ch); 42m gol de Toro (Ch).

Estadio: Nacional (Santiago, Chile). Árbitro: Kenneth Aston, de Inglaterra. Fecha: 2 de junio de 1962.