CLAVES DEL MERCOSUR

Deflación en Brasil (para ganar votos)

El martes fue un día de buenas noticias para los brasileños, sobre todo los menos afortunados. La Caixa Económica Federal, un banco del Estado, comenzó a depositar el plan social Auxilio Brasil con aumento -600 reales desde los 400 del mes anterior- a más de 20 millones de familias pobres. Al mismo tiempo, se inició el pago de un subsidio de 1.000 reales (200 dólares) para poco menos de un millón de camioneros. Y de una ayuda extraordinaria de 120 reales para que cinco millones de usuarios hagan frente al pago de la garrafa de gas, cuyo precio se ha duplicado en poco más de un año. Como cereza en el postre, el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE) informó que en julio hubo una deflación de 0,68 %. Sí, mientras la Argentina desangra los bolsillos de su gente con una inflación del 7,4 % mensual, nuestro vecino registra caída de precios. ¿Cómo diantes han logrado la menor tasa de inflación desde enero de 1980?

Hay una explicación general y otra más detallada. En primer lugar, nuestro vecino tiene la fortuna de haber aglutinado un consenso entre las elites políticas, independientemente de su ideología: la inflación es un fenómeno pernicioso que no sólo trastorna el quehacer productivo sino que bloquea la posibilidad de mejorar la calidad de vida de la población. Esa convicción es compartida, incluso, por el más populista de los dirigentes de izquierda. Cuando Lula estuvo en el poder se preocupó por conservar la independencia del Banco Central, colocando a su frente a economistas del establishment que despertaban la imprescindible confianza entre los agentes economícos. Todo lo contrario al kirchnerismo.

Jair Bolsonaro prosiguió por la misma senda, incluso al precio de socavar su popularidad por la agresiva suba de las tasas de interés que dispuso el Banco Central de Brasil para hacer frente a las tensiones inflacionarias causada por la pandemia y la guerra en Europa. El brillo de la sensatez.

NUMERO MAGICO

 Ahora bien, apliquemos una lupa sobre el número mágico de julio (-0,68 %). ``La caída inflacionaria fue consecuencia, principalmente, de la reducción del impuesto a los combustibles y de la baja de las tarifas de energía eléctrica'', explicó el martes pasado Pedro Kislanov, responsable del informe del IBGE.

Fue un triunfo personal de Bolsonaro, quien, con un ojo en las elecciones presidenciales del 2 de octubre, consiguió que el Congreso le aprobará un paquete de medidas que incluyó -además de los subsidios mencionados en el primer párrafo- los recortes tributarios, duramente resistidos por algunos gobernadores por la merma de ingresos.

 Como consecuencia de ese paquete y del cambio de autoridades en la petrolera estatal Petrobras, que también digitó el jefe de Estado, en julio los precios de las naftas cayeron el 15,48%, el del etanol en un 11,38% y el del gas natural el 5,67%. Tal como ocurrió en Estados Unidos donde también la energía y los combustibles se abarataron pero por razones de mercado, el combo permitió neutralizar la suba de los alimentos, otro factor de descontento popular.

Es decir, la deflación brasileña de julio no se debió a una caída general de los precios, como ocurría en la Argentina en el último tramo de la convertibilidad por la recesión rampante, sino que se trató de un fenómeno artificial, gatillado por la necesidad del presidente de derechas de rehacer su menguada popularidad en un año electoral. Aunque claro, siempre una baja de impuestos deba ser aplaudida, independientemente de las moralidades impuras que la hayan gatillado.

 Obsérvese que la inflación de alimentos y bebidas en Brasil en julio fue del 14,72 % interanual, la mayor desde febrero de 2021. La tasa era del 13,93 % hasta un mes atrás. Permítase una digresión: en la Argentina superó el 70 %, según la medición del Indec anunciada el jueves pasado. El diferencial naturalmente podría marcar la disparidad de la calidad entre las dirigencias de uno y otro país, especialmente en el mal llamado campo nacional & popular.

 Brasil, casi no hace falta recordarlo, no se trata de un paraíso latinoamericano, tiene aún enormes problemas para resolver: muy bajo crecimiento económico durante los últimos diez años, escasa integración global de su economía, con la excepción de los agronegocios y de algunos segmentos industriales, diferencias regionales y sociales demasiados amplias, educación y salud pública de baja calidad, pero al toro de la inflación lo han domado desde el Plan Real de 1994. Da envidia escribirlo. Y lo mismo podría decirse de cualquiera de los restantes vecinos de la Argentina. ¿Qué diablos nos pasa?

¿REELECCION?

 Los analistas políticos más serios del Brasil estiman que Bolsonaro necesitará -de acá a octubre- muchas buenas noticias económicas para tener alguna chance de ser reelecto. Necesita recuperar a sus votantes de 2018, enfadados por la inflación. No obstanye, lo que meses atrás parecía una quimera, hoy se considera difícil pero no imposible.

``Por primera vez desde octubre, Lula pierde tracción en las pesquisas'', se titula un informe que acaba de divulgar el Banco de Inversión UBS/BB. Es decir, el líder izquierdista -en quien Cristina deposita tantas esperanzas- sigue siendo favorito, pero la diferencia se acortó en una eventual segunda vuelta el 30 de octubre, de acuerdo al paper que firman Alexandre Azara, Fábio Ramos e Rodrigo Martins. 

 La diferencia entre los dos candidatos -en votos validos en el balotaje- se desplomó a 16 puntos porcentuales desde el máximo de 28 p.p. en enero. La boca del yacaré, por así decirlo, comenzó a cerrarse.

 El gran paquete de asistencia social y la caída de los precios de los combustibles y la energía debería reducir aún más esa brecha, conjeturan los pesquisadores. En Brasil, como en todo el mundo, cuando de urnas se trata, ¡es la economía babaca!