ENTREVISTA A ENRIQUE MEDINA A MEDIO SIGLO DE LA PUBLICACION DE `LAS TUMBAS'

“Todos escribimos para salvarnos”

Conocí a Enrique Medina -hace de esto más de cuatro décadas- en la mesa de café en torno a la cual el ya destacado novelista, crítico, parapsicólogo y criminólogo Juan-Jacobo Bajarlía reunía a jóvenes con inquietudes literarias. Así también surgieron amistades con Juan Carlos Martelli, Héctor Lastra, Carlos Vladimirsky, Juan Carlos Licastro y algunos otros. Claro, Medina -para entonces- ya había sacudido el mundo cultural con su novela Las Tumbas -libro emblemático en la literatura argentina- a la que siguieron Sólo ángeles, Transparente y Las hienas. Luego hubo muchísimas obras más y traducciones a casi todos los idiomas. Siempre me resultó apasionante conversar con Enrique Medina. Sobrio. Concreto. Preciso. Capaz para transmitir ideas que, al menos a mí, más de una vez me taladraron los pensamientos abriendo la mente hacia rumbos magníficos y antes inimaginados.

Hoy, Medina tiene 86 años de edad y se encuentra pasando los meses del verano boreal en París, acompañado por sus hijos que residen en Francia. Así, surgió esta entrevista.

­CAMBIOS­

­- ¿En qué ha cambiado la literatura desde los años 90 hasta ahora?

- Apenas usted menciona los años 90, me surge, luminoso, el nombre inolvidable de Octavio Paz. Él recibe el Premio Nobel ese mismo año. En su discurso de aceptación se asume admirador de Quevedo y Lope de Vega, pero con la distinción primordial de asumirse mucho más como escritor iberoamericano. Menciona también el surgimiento triunfal de la literatura anglo-norteamericana y la hispanoamericana. Habla de la literatura que nos hizo soñar de jóvenes y del instante clave en el que él siente, mal sorprendido, el rompimiento del encanto. Encanto literario y político, entiendo yo. Y ese rompimiento se da cuando descubre que detrás de la idea libertaria, no liberal, se esconde la máscara del tirano. Aquí Octavio dramatiza diciendo que aceptó lo inaceptable y se recibió de adulto. A partir de allí se dedicó a escribir sin preguntarse por qué lo hacía. Escribía aceptando un supuesto mandato supremo. Y hasta aquí yo quería llegar, entender el ejercicio desesperado de escribir con la misma desesperación del bebé que es arrojado a una piscina y nada, anhelante, recurriendo al mágico “estilo perrito” buscando la orilla salvadora, como si ella fuera la meta que otorga el diploma de la adultez.

Porque esa es la cuestión, simple cuestión. Ya sea en los 90 que a usted le preocupa, como en el tiempo de Homero, Virgilio, Dante, Céline, Shakespeare y todos los que ya sabemos. Sin olvidar, claro que no, a nuestros mayores, que se merecen toda nuestra devoción, como José Mármol, Sarmiento, Echeverría, Eduardo Gutiérrez, Marechal, Víctor Guillot, Ernesto Sábato, Victoria Ocampo, Mallea, Alfonsina, Bioy Casares, Martel, Barón Biza, María Esther de Miguel, Kordon, Borges que todo lo sintetiza, y el resto que usted y cada lector quiera agregar. Todos, creo yo, todos escribimos para salvarnos, ya sea en los 90 como en cualquier tiempo, recobrado o no recobrado, tiempo nuestro que, como también dijo Octavio Paz en aquel discurso: “el tiempo nuestro es el de la historia profana”.

Y ya, de inmediato, dejó de lado los tres mosqueteros y las lecturas ingenuas para cabriolar (del mismo modo en que el general Perón lo venía haciendo en el exilio) sobre que los recursos naturales no son infinitos y que un día colapsarían, y arremeter contra las armas nucleares y la perversa contaminación de las cosas que son esenciales al hombre y la naturaleza que nos contiene. Tampoco se le escapa vociferar que la industria del consumismo sólo consigue que una cosa se compre, se use y se arroje al basurero, dando a entender así que nuestra muerte colectiva será un fruto previsible de nuestro presente. Paz no adjetiva "fruto", pero para el lector desprevenido (más en este tiempo y desde el país en el que estamos conversando, país tan degradado absolutamente en todo, donde se reniega del mérito y hay chicos que no tienen idea de cómo se agarra un lápiz) repito, para quien nos lea desprevenido, yo asumo la vulgaridad de adjetivar de modo implícito: un engañoso fruto podrido.

- ¿Cuáles son las principales características distintivas de la novelística actual?

- Quizás esta pregunta sea más precisa para un ensayista, un pensador de fuste, que, para un simple obrero de la literatura, como decía Don Osvaldo Pugliese acerca de su profesión de tanguero. Pero lo mismo intento responder yendo al bulto ya que de algún modo aprendo. Sospecho que “las principales características distintivas" que usted propone, tienen que ver, y mucho, con la misma época que nos contiene. Quiero decir que me resulta fácil entender una época leyendo a un escritor. Posiblemente sea uno de los escritores que más amo, Balzac, quien mejor responde a la pregunta con su propia obra; y más digo, con su propio proyecto, ya que era tanta la ambición de esa propuesta que no pudo terminarla. Logró caracterizar la Francia de su tiempo realizando una literatura gigante con miles de personajes descriptos minuciosamente en sus encantos y en sus debilidades humanas. De este modo rubricó su tiempo de manera estupenda. Y, en lo suyo, también cada uno de los otros apostó a lo mismo. Remarque con Sin novedad en el frente, Tolstoi con Guerra y paz, Mailer con Los desnudos y los muertos, Eustasio Rivera con La vorágine, por supuesto Dante con su Divina Comedia, Borges con El Aleph, y ni hablar de nuestro genial José Hernández con su monumento literario Martín Fierro. De este modo podemos seguir unas cuántas largas páginas más. Pero, intentando hilar fino, ¿por qué no hablar de la evolución cultural como influencia en el arte, y de ahí, extraer esas características distintivas?...

Creo que es fundamental señalar el impresionante avance tecnológico en los últimos años. Tan implacable ha sido en los inconsistentes humanos este insolente avance que, paradójicamente, cuánto más se tecnifica nuestra vida, más involucionamos como sociedad, así nuestros gobiernos vuelven a gozar de grandes porcentajes de masas analfabetas, y ya a nadie le interesa estudiar Matemáticas porque un insignificante calculador resuelve cualquier operación numérica. Confieso mi enorme depresión al ver gente, casi la mayoría, cruzando avenidas sólo atendiendo el celular que los hipnotiza. Bandadas de pingüinos obsesionados con el espejito de color. Hemos vuelto a los espejitos de colores como cuando el injustamente defenestrado Don Cristóbal Colón plantó su bandera en nuestra amada América. Si hasta mi hijo querido, mientras jugamos al ajedrez en estas playas de Cap. Ferret, por suerte todavía con algo de salvajismo, me deja colgado con el caballo en la mano debido a que le urge atender su celular donde le informan el horario y rebaja de precios de algún artículo codiciado en el mercado negro u otro. Pero no me ofendo ya que en mi novela Los hámsteres, supe anticiparme a esta inconducta de la nueva juventud dorada.

Retornando a la pregunta, pienso que algunos ingredientes groseros y necesarios de una no muy lejana novelística, ya han dejado de ser apreciados por los lectores ávidos de emociones, como yo cuando leía novelas policiales y al filósofo Sade. Esto ha hecho que el escritor bucee más hondo y obtenga felices resultados. Mas también se ha de tener en cuenta que los escritores de hoy están mucho más formados y es así como nos sorprenden novelas específicas sobre economía, sobre perfumes y hasta sobre la cocina y los mil modos de hacer desaparecer un cadáver cociéndolo a temperaturas superiores a las necesitadas para un suave conejito. Hoy en día, los escritores compiten con sus novelas para demostrar que saben más que los colegas en algún ramo de la tecnología, y se imaginan que esto es la cima de la ambición literaria; antes había géneros especializados, como la novela policiaca, de espionaje, erótica, o de ciencia ficción, pero los autores tenían la modestia de obsesionados mecánicos que se sabían suplentes periféricos en el mercado de la "novela barata", y sin embargo podían llegar a deslumbrar. Hoy se olvida que los grandes novelistas son los que nos dejan sin aliento porque saben golpear despiadados nuestra vanidad, al destapar nuestros inconfesables secretos del alma, no simples imitadores de algún robot sofisticado. Por ahora me conformo con los que más me interesan, los que investigan en temas históricos, que por chatos que sean, algo provechoso nos enseñan.

­LIBRO IMPRESO­

­- ¿Cuál será el destino del libro impreso para el 2050?

- Sin duda este pasto es para los caballos editores. Nadie como ellos para atisbar los años que nos aguardan por delante. Siempre han sabido adaptarse a las necesidades del caso. Cuando yo empecé a leer, los cuadernillos de los libros venían doblados en el pliego impreso, y uno debía cortar los bordes para liberar las hojas. Luego apareció la guillotina en la imprenta y ya no había que hacer ese trabajo porque los cuadernillos venían refilados en los bordes. Para achicar costos, se dejó el correcto estilo artesanal de coser las páginas, para mal pegarlos con una pésima goma que lo único que lograba era que, al abrirse el libro, las páginas volaran por el aire como celestial abanico. También hubo cambios en las tapas, las cubría un plástico de mala calidad que se despegaba. Y aparecieron los pocket para el bolsillo del caballero y la cartera de la dama, como cantaban los vendedores ambulantes en los transportes. Pero el libro siguió avanzando.

Recuerdo que en 1974 cuando publiqué mi novela Transparente en Sudamericana, tuve reuniones especiales con López Llausâ (español ilustre de la literatura argentina) para que me aceptara incluir fotos en el libro. En ese tiempo el proceso de incluir fotos aumentaba el costo del libro. Para abaratarlo un poco se podía hacer un cuadernillo sólo de fotos en papel ilustración, pero yo quería que las fotos se fueran incluyendo según las necesidades del texto. Fue un logro del que aún me jacto. Tuve suerte porque el libro se vendió bien. Incluso años más tarde, cuando publiqué la primera edición de Gatica, se incluyó un cuadernillo con las fotos, pero por suerte en las últimas ediciones pude poner fotos a granel porque ya no es complicado el proceso.

De seguir así, preveo que el futuro del libro será ventajoso. Será fácil su edición y distribución. Habrá modificaciones lógicas como debe ser; por ejemplo, hay libros viejos que apenas uno lo abre las páginas se deshacen, o la tinta ya está borrosa. En la edición norteamericana de Las Tumbas hay una aclaración que no figura en ninguno de mis libros argentinos: “las páginas de este libro tienen garantía por 250 años para mantener su blancura y ductilidad” ... No sé de ningún libro nuestro que se jacte de lo mismo. En síntesis, el futuro del libro lo veo muy positivo y con el mismo valor intelectual y espiritual que siempre ha tenido. Y si se desarrolla más el e-book que el libro en papel, adelante, que por lo menos permite agrandar la letra, mejorar el contraste en la pantalla, buscar una anécdota perdida entre las páginas, etc..

­LO ELECTRONICO­

­- ¿Qué importancia asigna al e-book y la venta de libros en el ciberespacio?

- Fundamental. La máxima importancia, ya que se trata del cambiante mundo de las futuras generaciones. Confío en que el negocio del libro se horizontalice con el e-book, para que puedan coexistir las grandes y poderosas editoriales con las pequeñas y, aún, pactar con las empresas más marginales. Los lectores votan mucho en Internet, ya es automático el sobrio pulgar en alto o el mortal pulgar hacia abajo; así le cortan el paso a los críticos profesionales que a veces tienden a la mezquindad o a la censura ideológica. En este caso, mi exigencia es la de siempre, pobre y elemental, pero firme: que todas las voces y los distintos criterios y pensamientos puedan ejercer el pleno derecho de la libertad de expresión.

Todo dependerá de los lectores activos, los que piensan; y ya no de los lectores-ganado, que son aquellos funcionales a imposiciones políticas e ideológicas, llevados de la nariz al matadero, como se hace con las vacas, según el signo ideológico imperante. En realidad, esto suena optimista, pero no estoy diciendo nada nuevo. Esto siempre se dio, hay lectores de vanguardia como escritores pioneros. Pero también puede volver lo peor de la pasividad del lector; viendo cómo se va ordenando el mundo, viendo cómo la política y las fronteras se van tiñendo de perturbantes neblinas tóxicas, mucho me temo que si en estos años que siguen no se endereza el volante, puede ocurrir que el desmesurado avance tecnológico que en mucho beneficia a la humanidad, también mucho pueda perjudicarla, ya que la ingeniería social y mental pretende imponernos los algoritmos de la inteligencia artificial, y perturbar todos nuestros sanos instintos en la búsqueda de la verdad.