EL ANALISIS DEL DIA

Massa pone a prueba un nuevo liderazgo

Finalmente, el miércoles 3 de agosto Sergio Tomás Massa llegó a la Casa Rosada. En cierto sentido fue un retorno, pues 14 años atrás ya había reemplazado allí mismo a Alberto Fernández en la Jefatura de Gabinete.­

Pero nadie se baña dos veces en el mismo río. Esta vez no aterrizó como jefe de Gabinete sino como "superministro" de Economía (como lo presentó inclusive la prensa menos adicta) y Fernández ahora le tomó el juramento.­

Aunque Massa llegaba formalmente a hacerse cargo del puesto que por menos de un mes ocupó Silvina Batakis -no a la jefatura de Gabinete, donde pudo haber recalado un mes antes de no haber sufrido la reticencia activa de Fernández y de la señora de Kirchner-, su arribo tuvo las repercusiones de la apertura de un nuevo ciclo. Su ascenso fue interpretado por muchos casi como el ocaso final de la presidencia Fernández y el preámbulo de un nuevo gobierno. El poder de veto de la vicepresidenta y la (magra) capacidad de movimiento de Alberto Fernández (el remanente de autoridad presidencial que ha sobrevivido a su vaciamiento) pueden impedir algunas cosas, pero no alcanzan para subordinar la realidad.­

El primer fin de semana de julio, en pleno alboroto suscitado por la inopinada renuncia de Martín Guzmán, se abrió la posibilidad de una terapia de emergencia para cerrar la hemorragia financiera y de gobernabilidad causada por el ostensible vacío de poder, empoderando a Massa en condición de superjefe de un gabinete reestructurado y con control directo de toda la botonera de mandos, en especial los económicos.­

Pero el binomio CFK-AF decidió entonces, en cambio, aplicar el método Bartleby ("Preferiría no hacerlo"), limitarse a reemplazar el fusible caído y convocar para ello a la decidida, competente y valerosa Silvina Batakis.­

Pero ese resultaría un procedimiento insuficiente e inadecuado para cerrar las heridas. El problema no residía en Batakis, sino en que la sociedad y los mercados habían perdido la confianza, no en una funcionaria (que, al fin de cuentas recién llegaba a su cargo), sino en el gobierno que debía sostenerla y que, en cambio, no dejaba de exhibir su impotencia, su inmovilidad, sus tensiones intestinas, su disgregación y su desconcierto.­

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EL VACIO DE PODER­

El vértigo de esas semanas reflejaba el vacío de poder expresado por una presidencia sin atributos, una vicepresidenta con más influencia que el titular del Ejecutivo (y a menudo en un sentido contrapuesto), cuyas capacidades políticas están fuertemente limitadas por la resistencia que su figura despierta en la opinión pública (incluyendo a una parte considerable de la opinión pública peronista).­

Alberto Fernández, el titular del Poder Ejecutivo, malgastó durante dos largos años el capital de autoridad asociado histórica e institucionalmente a la figura presidencial, amagó sin convicción un ejercicio autónomo de sus atribuciones, la composición de una fuerza interna que le diera consistencia y estructura territorial (sindicatos, movimientos sociales, gobernadores, intendentes) y el tendido de puentes hacia sectores dialoguistas de otras fuerzas políticas para capitular una y otra vez ante el embate de las corrientes más intolerantes de su coalición, encarnadas fundamentalmente por la vicepresidenta.­

Durante cierto tiempo sus reincidentes repliegues quisieron ser leídos como expresiones de tiempismo, como paciencia estratégica, como la espera del momento más oportuno para emanciparse, pero después de agotar ese recurso durante más de la mitad de lo que abarcaría su período, el resultado fue una supeditación creciente, y un despiste que suscitaron la decepción de la mayoría de quienes querían tomarlo como punto de referencia para orientar y ordenar al gobierno y al oficialismo. Muchos culpan a la vicepresidenta por ese deterioro, pero hay que subrayar lo que María Elena Walsh llamó en un poema "complicidad de la víctima" (¿Qué culpa tiene una sombra?/Quise investirme de prestigio ajeno/y el sometimiento era vínculo/me contagiaba un solemne resplandor")

El relevo de Batakis en medio de sus negociaciones en Washington con el vértice del FMI, con funcionarios de la administración Biden y con líderes de firmas inversoras fue una muestra redundante de aquella disgregación pero también un intento apremiado por rectificar el paso en falso.­

Mientras Batakis se encontraba en Washington y los índices y las cotizaciones hacían resonar sus alarmas, Jorge Pablo Brito, titular del Banco Macro, anotició a Cristina Kirchner de que la situación de las reservas del Banco Central era crítica y que el tanque estaría irremediablemente vacío hacia el 15 de agosto. La vice comprendió que el peligro era inminente. Ante el precipicio que abre una gran crisis la lucidez de los involucrados se perfecciona.­

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CFK-AF Y "EL METODO BARTLEBY"­

Con todo, una vez más, inclusive en aparente retirada, el binomio aplicó el método Bartleby. Massa no sería jefe de Gabinete y tampoco contaría en el superministerio de Economía al que aspiraba (reforzado, con la cooptación de las carteras de Desarrollo Productivo y de Agricultura y las relaciones con organismos internacionales de financiamiento que hasta esta semana controlaba la Secretaría de Asuntos Estratégicos que encabezó Gustavo Béliz hasta su dimisión), con otras palancas que reclamaba (AFIP, Energía y la presidencia del Banco Central). El binomio le retaceó esas atribuciones. La realidad impuso la irrupción de Massa pero el desparejo binomio Presidente-Vice procura refrenar el impulso del superministro con su kryptonita

Massa ha dado muestras de tesón y flexibilidad política. Sus rivales de adentro y de afuera de la coalición oficialista coinciden en cuestionarle su pragmatismo y le enrostran sus cambios de posición. Si bien se mira, no es tan cierto que él haya cambiado tanto sus posiciones: siempre ha transitado por una combinación (en distintos porcentajes) de liberalismo y peronismo, por una adscripción al realismo en materia geopolítica, por una relación amigable tanto con el sindicalismo como con "los mercados", por una agenda empresarial e internacional muy nutrida y por una actitud siempre propensa al diálogo con otros sectores políticos, que refirmó el martes al despedirse de la Cámara de Diputados. En el escenario pueden encontrarse líderes (y lideresas) políticos, exponentes intelectuales y periodísticos con trayectorias mucho más tornadizas (y hasta extremas) que no son escarnecidos por sus mutaciones.­

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SUPERMINISTRO Y KRYPTONITA­

En sus nuevas funciones Massa ha quedado ubicado en el centro de la atención pública y, en verdad, no será juzgado por su trayectoria anterior (ni serán decisivas las bajas marcas de popularidad que en estos días le adjudican las encuestas), sino por los resultados que consiga en los temas prioritarios que él asumió como tales el miércoles, después de investirse en el flamante cargo: fortalecimiento de las reservas, freno a la inflación, impulso a las exportaciones, alivio a la producción, que hoy ve obturados los mecanismos para importar insumos y bienes de capital, estímulo al país interior como reclaman los gobernadores. En términos de posicionamiento: trabajo en común con las organizaciones del campo -cuya relevancia y capacidad competitiva destacó reiteradamente en su conferencia de prensa- y cumplimiento estricto de los compromisos asumidos con el FMI.­

Si bien la primera reacción de los mercados ha sido positiva (señal de que el perfil de Massa genera buenas expectativas) la cautela persiste. La elección de colaboradores (Daniel Marx, Madcur, Juan José Bahillo, Delgado, Jorge Neme) es un indicio de lo que hará.­

Ese programa para satisfacer aquellas prioridades deberá contemplar temas que sin duda desatarán tensiones: Massa avanza hacia un acuerdo con "el campo" para acelerar la liquidación de los miles de millones de dólares que, en forma de granos, se mantienen en los silobolsa; la palabra ajuste pone nerviosa a mucha gente.­

Por cierto, la prueba se extiende: lo que la sociedad y los mercados observarán es si el superministro puede avanzar en el sentido esperado o es frenado por la kryptonita del maltrecho binomio Alberto Fernández-CFK.­

La vice le concedió a Massa una foto, su hijo Máximo, un abrazo cuando asistió en la Cámara a la quema de las naves de Massa (renuncia como titular del cuerpo y como diputado), los voceros de La Cámpora advirtieron que la mayor contribución que harían sería el silencio. Ninguno de ese sector asistió a la ceremonia de asunción de Massa, donde una notable porción de los invitados eran ya una encarnación incómoda para ellos del programa que el superministro se propone poner en práctica.­

El Presidente, por su parte, mostró nuevamente su intención de ponerle límites al empoderado Massa cuando eliminó la fusión de los ministerios de Obras Públicas y de Transporte que ya tenían acordada. Se trató de un recordatorio de que -merced a las atribuciones institucionales que conserva- puede seguir empleando el "método Bartleby", por ejemplo, postergando o negando la firma de decretos de necesidad y urgencia que el superministro de Economía requiera (Massa ya anunció que los necesitará).­

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EL CICLO UNIDAD-DISGREGACION-NUEVA UNIDAD­

El ascenso de Massa ha contado con una gran densidad y variedad de apoyos; si bien para la gran mayoría de ellos el motivo esencial es la necesidad de terminar con el vacío de poder, más allá de esa demanda común, hay divergencia de expectativas entre el apoyo de -digamos- el llamado "círculo rojo" y el de muchos líderes (territoriales y gremiales) del oficialismo. Para algunos la nueva centralidad de Massa es el anuncio de un rumbo de racionalidad económica, para otros es un requisito hoy indispensable para coordinar la unidad del oficialismo y mantenerlo competitivo con vistas a la elección de 2023. Desde esta perspectiva, el punto de largada de la recomposición es la conciencia del peligro pero también la esperanza (o, si se quiere, la ilusión), de que la coalición oficialista se mantenga unida con vistas a la elección del año próximo.­

Pero la puesta en marcha de un programa como el que insinúa el superministro promete más bien conflictos internos y su realización implica la ampliación y reestructuración de la base de poder (acuerdos de gobernabilidad con sectores de la oposición, por caso). En esa lógica, el superministro no significaría un cambio en el poder, sino un cambio de poder. Y los efectos previsibles, más allá de la voluntad de Massa, incluyen, antes de construir una nueva unidad, desagregaciones ("No crean que he venido a traer paz a la tierra. No vine a traer paz, sino espada". Mateo 10.34-36).­

Esto también atañe a la oposición que, en caso de que Massa avance en el programa que insinúa, deberá dilucidar si respalda ese rumbo, lo combate o -como optó por hacer el martes en Diputados a la hora de votar la nueva presidencia de la Cámara- sólo a través de la abstención puede mantener la unidad actual.­

El éxito de la apuesta de Massa tiene dimensiones cuantitativas (incremento de las reservas, disminución de la brecha cambiaria, ajuste del desbordado balance fiscal, caída a mediano plazo de la inflación) pero se basa en una lógica objetiva de carácter cualitativo, relacionada con el poder. Porque si la causa de la crisis es el vacío generado por una disgregación funcional del sistema de gobierno soldado en la elección de 2019, la solución no se alcanza con un mero cambio en el gabinete, la realidad reclama más: la reconstrucción de un centro político apoyado en fuerzas más amplias que el actual oficialismo. El retorno de Massa a funciones ejecutivas es seguramente el primer capítulo de un proceso. Lo que estará bajo examen a partir de la gestión que se inició anteayer es si, en un experimento con escasos antecedentes, es posible coronar exitosamente esa reconstrucción desde el ministerio de Economía. Así se trate de un superministerio.