Velada sinfónica en La Boca

Neukomm: 'Les héros'; Guastavino: Sonata para clarinete y orquesta; Haydn: Sinfonía N° 5, en la mayor, H1/15. Por: Eloy Fernández Rojas, clarinete, y la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires (dir.: Natalia Larangeira). El jueves 23, en la Usina del Arte.

Con acceso libre y una sala entusiasta y superpoblada, la Filarmónica se presentó el jueves en la Usina del Arte, en el marco de una jornada conducida por Natalia Larangeira, caracterizada por su atrayente nivel general. Es reprochable que el Colón no hubiera mandado los programas de mano, lo que contrariando su proyecto didáctico en la ciudad, hizo que muchos espectadores asistieran sin saber cuáles eran las piezas que se estaban tocando. Prefiramos pensar que esto no se debió a razones presupuestarias.­

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FERNANDEZ ROJAS­

Orquestada (con suerte varia) por Augusto Reinhold, el concierto incluyó la Sonata para clarinete y piano (1970), de Carlos Guastavino, que nuestro gran santafesino dedicó a Luis Rossi. Discípulo de Carlos Céspedes y Mariano Rey, Eloy Fernández Rojas desplegó en su ejecución, y se lo debe decir, un cometido de alto rango. Pleno dominador de su instrumento, magnífico en delicados pianos y pianissimos, siempre con notas limpias, de emisión transparente, su sonido tuvo volumen, redondo y neto color (debe tratar de mantenerlo igual en el sector agudo), buen cuerpo y plenitud de matices. Con impecable fiato, el joven clarinetista (33) fraseó además con calidad y compostura, especialmente en el animado, acariciador rondó conclusivo.­

Música nacionalista romántica, con gratos giros de raíces telúricas, la composición del autor de `Se equivocó la paloma' fue expuesta a su vez por el conjunto orquestal con amplias y agradables líneas.­

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NATALIA LARANGEIRA­

Directora asistente de la Filarmónica desde 2020, alumna de Ligia Amadio y con buena actuación en su país, la maestra brasileña mostró en la ocasión notoria seriedad en la preparación del concierto, acabada seguridad en la conducción y gestualidad un tanto simétrica pero convincente. Además de ello, manejó todo el programa dentro de un horizonte de consumada complexión general, equilibrio de planos y correcto ajuste. Es cierto que algunos tutti resultaron excesivamente resonantes (pareciera ser una tendencia de  Larangeira), pero también lo es que su batuta se movió con soltura y precisión, lo que le permitió alcanzar estimables resultados.­

En el comienzo, un trabajo para gran orquesta sinfónica de una figura hoy desconocida, Sigismund Neukomm (1778-1858), creador austríaco muy renombrado en su tiempo (y músico por varios años en la corte brasilera de Juan VI), lució sugestivos trazos melódicos y combinaciones instrumentales (flauta, clarinete, oboe).­

Ya en el final, y con el agregado de dos trompetas no incluidas en el orgánico original, la Quinta Sinfonía, de Haydn, fue vertida con dinámica algo exuberante en el allegro inicial (es una cuestión conceptual, recordemos que se trata casi de una sonata da chiesa), y una tónica de contrastes `forte'-`piano' que definieron la impronta de toda la edición. El `menuetto' y el `presto' exhibieron por su lado líneas agraciadas, deslizamientos esbeltos así como efusión serenamente templada, en el mejor espectro del clasicismo.­

En cuanto a la Filarmónica de Buenos Aires, con la guía de sus concertinos Xavier Inchausti y Elías Gurevich, cabe destacar que sus cuerdas revelaron sedoso cromatismo, los bronces esmaltado timbre, las maderas perfiles refinados. ­

Calificación: Muy bueno