El rincón de los sensatos

`Negrear', un término repulsivo

La batalla cultural está también asociada al cuidado que merece el uso de la semántica y la dedicación necesaria para propiciar el correcto entendimiento y significado de las palabras. La utilización apropiada del lenguaje evita emplear términos que suponen adherir a valores con los que discrepamos. Erróneamente, muchas veces recurrimos a acepciones que, si nos detenemos a pensar su fondo, espíritu o significación, la deberíamos desechar inmediatamente de nuestro vocabulario.

`Negrear' es un verbo que no deberíamos usar para referirnos a las relaciones humanas. Es despectivo, despreciable y lo instalaron los amantes de la cultura estatal para referirse a todo aquello que está fuera de la frenética aspiradora fiscal y del alcance de los políticos. La Real Academia Española, entre distintas acepciones, define a esta palabra como el acto de ennegrecer algo u oscurecerlo. Pero la acepción de la RAE a la que nos remitimos en esta oportunidad es la que supone el engaño de ``trabajar ilegalmente'' o ``explotar, utilizar abusivamente a un trabajador'' y similares conductas en otros órdenes de la vida.

Estas últimas acepciones son las que quiero tratar en estas breves líneas porque, a mi juicio, se aplican equivocadamente en varios planos de las relaciones sociales.

EL ESTADO

Más comúnmente se usa `negrear' en el contexto de acuerdos laborales y hace referencia a una supuesta explotación y prácticas abusivas del empleador sobre los empleados. A este respecto, hay que entender primero que la verdadera explotación es la del Estado sobre los trabajadores ya que, estos últimos, están sometidos por el soberano mediante la extracción violenta de impuestos, la confiscación de buena parte de su sueldo que supuestamente es para prever pensiones de retiro, servicios de obras sociales y otras misceláneas que consignan un recibo de sueldo con referencias a leyes incomprensibles. Toda esa miserable expoliación institucionalizada se realiza conjeturando que el trabajador es un total infradotado para contratar servicios de forma privada, incapaz para tomar sus propias decisiones concernientes a su futuro y un comité de burócratas iluminados deben administrar su vida y su patrimonio.

Si no hay coerción, ni fraude o incumplimiento contractual de alguna de las partes, no existe tal cosa como la explotación laboral. A pesar de que al empresario le gustaría pagar lo menos posible en salarios y al empleado obtener por sus servicios el máximo rédito posible, los salarios no los determina ni el empleador ni el empleado. Los salarios están determinados por los rendimientos netos de las inversiones globales del mercado independientemente de los resultados operativos que tenga circunstancialmente el empleador. Cabe aclarar que, cuando en un determinado mercado se habla de sueldos miserables, no se debe a empleadores abusivos y tacaños sino a bajas tasas de capitalización de ese mercado comparadas con otros mercados más prósperos.

EXPLOTADOR

Pretender la optimización de nuestros beneficios monetarios y no monetarios está implícito en la naturaleza del hombre; ya sea en las negociaciones laborales o cuando vendemos nuestro auto usado o compramos sillas. No podemos decir que es un explotador quien ofrece comprar tomates muy por debajo del precio de mercado o quien ofrece venderlos a cifras muy superiores al mismo. Si se pretenden esos términos, simplemente no se realizará la transacción.

Algún lector quizás apuntará que no es lo mismo tomar como ejemplo las transacciones de tomates para compararlo con una contratación laboral. Generalmente, bajo esta consideración se esgrime que una contratación laboral presenta fuerzas dispares, una fuerza dominante, la del empleador. Pero hay que tener en cuenta que, quien ofrece empleo, no trata con un empleado particular, sino que se enfrenta con todo el mercado laboral. Si a un trabajador medianamente informado se le ofrecen condiciones inferiores a las de mercado, no accederá a la posición o el empleador tendrá que conformarse con un colaborador con cualidades y competencias de inferior categoría a las que busca. Bajo las mismas condiciones no monetarias y la misma dedicación requerida, si la paga por una hora de jardinería está valuada en 4, ni siquiera un sultán petrolero conseguirá mano de obra si pretende contratar esos servicios por la mitad.

Si verdaderamente existe la preocupación por la desprotección del trabajador, vale consignar aquí que aquellos trabajadores que deciden acordar términos laborales por fuera del radar y el manotazo del monstruo público sí quedan deliberadamente desprotegidos, abandonados y sin respaldo de la justicia por operar en el llamado mercado negro. Como consecuencia de esto, muchas veces quedan a merced de mafias que ven la oportunidad de aprovecharse de esta circunstancia e incumplir las obligaciones acordadas.

DESREGULACION

Bendita sería la iniciativa para desregular el mercado laboral y terminar con el monopolio de representación sindical y de sus obras sociales. Bendita sería una profunda reforma del sistema jubilatorio que permita terminar con una de las estafas piramidales más escandalosas de nuestro tiempo. Bendita sería la posibilidad de que el trabajador pueda conservar sus ingresos conseguidos legítimamente y que el estado se limite a proteger sus derechos en el marco de la igualdad ante la ley. Bendita sería la libertad que hoy, bajo el paradigma del infierno fiscal, se llama "negrear".

Otro caso en el que se usa este término es en el marco de acuerdos libres de inquilinato, donde las partes quieren voluntariamente acordar sus propios términos y evitar caer en regulaciones estatales, costos innecesarios e impuestos generados por legislaciones recaudatorias y pretensiones absurdas de propiciar maridajes forzosos como en la época medieval. Sin embargo, el delirio intervencionista deja sin refugio legal a quienes celebran esos contratos privados cuando en realidad ``los acuerdos privados son ley para las partes'' y deberían ser amparados por la justicia formal, una de las pocas funciones del Estado en una democracia.

Los mercados negros son hijos del intervencionismo y las restricciones artificiales contra la filosofía del `laissez faire' y la libertad de comercio y contratación; son el natural ajuste que hace el mercado frente al estatismo y la reacción natural del hombre para preservar el fruto de su trabajo y su ánimo de prosperar. Siempre el ser humano buscará la maximización de todas las actividades que realice, monetarias y no monetarias.

Aun asumiendo mayores costos por operar en mercados ilegales (que no quiere decir necesariamente que sean ilegítimos), todo cepo tendrá su dólar blue, toda protección arancelaria tendrá su contrabando y todo control de precios tendrá su producto disponible. La teoría económica y los hechos muestran la diferencia abismal de tasas de crecimiento, productividad y los niveles de bienestar que existe entre los países que gozan de libertad respecto de aquellos que cargan con el peso innecesario de la monstruosa mochila estatal y la persecución fiscal.

* Magister en Economía y Administración de Empresas. ESEADE.