El rincón del historiador

Ramón J. Carcano y los comedores escolares

Ha sido uno de los mejores títulos de algunos de nuestros hombres públicos en el siglo pasado la constante preocupación y el ardoroso empeño que pusieron en beneficio de la educación. En ese grupo sobresalen como figuras destacadas dos presidentes del Consejo Nacional de Educación, Angel Gallardo, hombre de ciencia, docente universitario, diplomático y finalmente ministro de Relaciones Exteriores y el doctor Ramón J. Cárcano, que llegó a ese cargo con la experiencia de una vida dedicada a la política, y con 72 años sobre los hombros cuando el 30 de abril de 1932 el presidente Justo lo designa para ocupar ese cargo.­

Lo acompañaron en la gestión como vicepresidente Agustín Araya y como vocales Martín Gil, Avelino Herrero Mayor, Inés Recalt, Agustín Pestalardo, Guillermo Correa, Arturo Medina y Segundo J. Tisghi.­

 

Al poner en posesión a las autoridades el presidente Justo manifestó que su presencia no se debía a la amistad que tenía con algunos de los nombrados, sino para que su presencia influyera ``en obtención de los grandes objetivos que deben esperarse de una instrucción primaria integral convenientemente dirigida y eficazmente aplicada''. 

El ministro de Justicia e Instrucción Pública Manuel de Iriondo atento a la grave crisis de los docentes afirmó: "He concurrido con preferente atención en ayuda de la mayor urgencia que hoy plantea con legítimo derecho el magisterio, que ya ha resuelto el gobierno disponiendo que sus sueldos sean simultáneamente satisfechos con los de la administración pública''.­

Cárcano agradeció destacando que con la presencia del presidente: "Renace una tradición ya muy lejana: la instrucción popular vuelve a ser la preocupación activa de su primer magistrado''. En su programa estaba "extirpar el maestro y escuela electoralista, economizar sobre los gastos administrativos, combatir el analfabetismo como propósito dominante; suprimir el laberinto burocrático; aplicar honesta y lealmente las dos grandes leyes que constituyen el régimen de la instrucción primaria''. 

Después de elogiar la calidad de los docenes expuso algunos males entre ellos "no puede realizarse ningún esfuerzo sin vivir, y es imposible vivir con largos meses de sueldos impagos, absorbidos por las penurias y las vergüenzas de la escasez. Es impostergable colocar al personal de enseñanza por lo menos en la misma situación que las demás ramas administrativas''. 

Para todo su plan de acción Cárcano contaba con el aval del presidente y del ministro, por eso afirmó finalmente: "Estoy autorizado para declarar que se hallan resueltos a garantir el tesoro común de las escuelas y tratar a los maestros en el mismo nivel que a los demás servidores del Estado''.­

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PAQUETE DE MEDIDAS­

­No fue menor la serie de medidas que tomó desde ese lugar, junto con el resto de los consejeros, así a Avelino Herrero Mayor le encomendó "estudiar y organizar en todo el país, un plan de cooperativismo, coordinación y solidaridad escolar, que asegure la participación social en la enseñanza'', y al vicepresidente Araya el cuerpo médico escolar y los consultorios odontológicos. La crisis del 30 seguía causando serios prejuicios en familias de escasos recursos y era necesario no abandonar la lucha por la alfabetización. ­

El consejo se reunía los lunes, miércoles y viernes a las 16.00 horas y dedicaba largas horas de trabajo como lo reflejan las actas, como también trabajos de realizaban sus integrantes en forma particular. Cárcano recuerda que un día llegó a la secretaría una señora de Amaya, directora de una escuela Villa Lugano, pidiendo hablar con urgencia. Al ingresar a su despacho apareció "una señora de cierta edad, un poco gruesa, con un sombrero extravagante, vivaz y desenvuelta''. 

La señora había escuchado un proyecto que se había tratado en una reunión del Consejo de instalar comedores escolares y pedía que en su escuela funcionara el primero por ser "la de niños más pobres'', a lo que le respondió: "lo podrían expresar todas las escuelas de los suburbios''. 

La mujer le replicó: "No, señor presidente, ésta es la más pobre. Vea lo que ha sucedido esta mañana. En un intervalo de clases, una maestra que cuida el patio de los niños, extrae un pan del bolsillo de su delantal, y al partirlo varios niños se precipitan a sus pies para recoger migajas. En las escuelas de Lugano los niños sufren hambre''. 

De inmediato, Cárcano le dijo: "Vaya señora, dígales a los niños que donde buscaban migajas, en la próxima semana el Consejo les llevará abundancia''.

Apena asumió don Ramón recorrió como gustaba hacerlo las escuelas suburbanas, ``las más distantes y pobres, donde son menos frecuentes las inspecciones y escasa la protección y vigilancia del vecindario''. 

Observó muchos chicos de mal color, flacos y pálidos y comenzó a interrogarlos que habían desayunado antes de ir a la escuela, y la palabra nada se repetía entre "siete de cada diez. Dos habían tomado mate cocido y uno simplemente una galleta''. 

Tenía un panorama de las escuelas de "Lugano, Nueva Pompeya, Liniers, Mataderos, Chacarita, Villa del Parque, Villa Urquiza, Barrio de la Quema de Basuras y Bañados de Flores, Boca y Barracas'', donde comprobó resultados semejantes. 

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EL RANCHO­

­Renunciado el secretario del Consejo, el presidente sin duda propuso a su amigo Rómulo Zabala, director del Museo Mitre y reconocido historiador, colega suyo en la Junta de Historia y Numismática Americana.

Entendió que la alimentación era una obligación del Estado y así se dirigió al ministro de Guerra, general Manuel Rodríguez para consultarlo si había un exceso de rancho en los cuarteles que se perdía, para destinarlo a los niños; además de pedirle para un primer momento las cocinas de campaña a fin de utilizarlas en los establecimientos escolares. 

La respuesta de Rodríguez es afirmativa, comprometiéndose el mismo a servir el primer plato a los niños.

La alimentación estuvo supervisada por el profesor Enrique Olivieri a cargo de la Dirección de Sanidad Escolar, quien además consultó con el Instituto de Nutrición y se destinó una partida de 50.000 pesos para abrir desde el 1º de julio al 30 de noviembre cuatro comedores escolares en los distritos 1, 17 y 19, que resultaban los de menores recursos. 

En una campaña en busca de donaciones Cárcano dió a conocer la realidad en las páginas de La Nación, pero sólo recibió una por 200 y otra por 5.000 pesos, de personas anónimas, como afirmó: "La gente adinerada en aquel momento hállase sorda a mi clamor. Ninguna angustia la despierta. Me canso de esperar''. 

Se presenta un proyecto de ley destinando una ínfima cantidad porcentual de los boletos de las carreras en el Hipódromo de Palermo destinada a la instalación de los comedores, ``pero no tiene alas, camina lento y yo estoy impaciente''.­

Finalmente el 2 de junio de 1932, afirmó Cárcano, ``la directora señora de Amaya consigue la preferencia para su escuela en un barrio apartado de Lugano, donde la calle sin pavimento es todavía un lodazal. Allí se instalan las mesas improvisadas, en el mismo patio donde los niños recogen las migajas que deciden la voluntad del Congreso. Es un símbolo y un triunfo de la maestra fervorosa". Concurren a la ceremonia los consejeros, el ministro Rodríguez, el doctor Olivieri, médicos escolares, y sólo un diputado el socialista Nicolás Repetto, que se interesa por todo, y a pesar de las restricciones políticas es un espíritu abierto, ilustrado y libre, honesto y sincero, que alienta la buena obra dondequiera que surja''.

Ese fue el comienzo hace casi 90 años de las cantinas escolares del Consejo Nacional de Educación, nacieron por esa maestra fervorosa, una desconocida señora de Amaya que sin duda merece en Lugano un espacio público que la recuerde junto al doctor Ramón J. Cárcano impulsor de una obra que al decir de La Prensa el 4 de diciembre de 1932 por la "eficacia de un plan ideado para acudir en ayuda de la niñez con un complemento de alimentación que al suplir la escasez obligada de la que le proporciona el hogar, defienda su organismo de los desfallecimientos físicos y mentales a que se halla expuesta''.­