Páginas de la historia

El ganador de la maratón olímpico

"Hay días que se cierran para no abrirse".

Y uno de esos días fue un 24 de enero de 1983. Porque ese día moría en San Isidro, uno de los más grandes atletas argentinos de todos los tiempos. Alguien a quien el viejo diario Crítica, había apodado con rara justeza el "Ñandú Criollo". Me estoy refiriendo a Juan Carlos Zabala, una de esa "llamas, que encendidas, ya no podrán apagarse".

Hijo de un vasco francés, funcionario de la embajada de Francia en Buenos Aires, ciudad donde Zabala nació, perdió a los 6 años a su padre, muerto en la Primera Guerra Mundial, dado que había viajado a Francia, a participar como voluntario en la contienda.

Cuando a esta tierna edad, el niño Juan Carlos Zabala preguntaba con los ojos húmedos ¿por qué hay guerras?, ya estaba dejando de ser niño. Porque "el dolor siempre es maestro. No así la alegría...". Su madre, no pudiendo soportar el dolor, falleció también pocos meses después. El chico entendió rápidamente que "el dolor infantil tiene todos los ingredientes del dolor adulto". Zabala fue entonces, internado en un asilo de huérfanos en una Colonia Hogar, en Marcos Paz, Buenos Aires.

Transcurrió el tiempo. A los 14 años, todavía en el asilo, conoció allí a un austríaco, Alejandro Stirling, que en su Austria natal había sido adiestrador de atletas. Este se interesó por Zabala, quien comenzó a cultivar el atletismo bajo su dirección. El profesor Stirling sería su único maestro, su confidente, su padre espiritual.

Pocos años después, se convirtió en campeón argentino, en 5.000 metros, empleando por primera vez en el país menos de 15 minutos para recorrer esa distancia. Había iniciado un digno y exitoso camino.

El no quería observar el paso de la vida. Quería viajar en ella. "Porque iniciar un camino es la única manera de acercarse al final". Y Zabala había encontrado el suyo. "Era sin duda, difícil, pero ya no querría otro...".

En 1931 -tenía 19 años- emprendió una gira por Europa. Intervino en 30 competencias de las que triunfó en 29, ¡Una verdadera hazaña!

Se acercaban las olimpíadas de Los Angeles, de agosto de 1932. Meses antes se había consagrado Campeón Sudamericano en 3.000, 10.000 y 30.000 metros, ¡un verdadero logro! Y viajó a los EE.UU. -a las citadas Olimpíadas- como representante argentino.

Participaría en la famosa Maratón, junto con otros dos compatriotas: José Ribas, otro excepcional atleta y Fernando Cicarelli. El Maratón Olímpico -como se dice ahora- se largaría a la una de la tarde del 7 de agosto de 1932. Más de 100 atletas de casi todos los países del mundo, intervendrían en la agotadora competencia de 42 Km de extensión. Después de una hora de carrera, quedaban solamente unos 50 atletas. Las puertas del estadio olímpico estaban abiertas esperando al vencedor. Había en las tribunas un silencio sobrecogedor. A 500 m, completamente sólo, se vio aparecer una diminuta figura: era Juan Carlos Zabala. Con buenas reservas físicas y anímicas penetró en el estadio, en medio de un agitar de pañuelos blancos... Y cruzó la meta con 200 metros de ventaja sobre el inglés Ferris, estableciendo un nuevo récord olímpico con 2 horas y 31 minutos. Mientras sus compañeros argentinos lo abrazaban emocionados, él lloraba con sus jóvenes 20 años. En esas lágrimas, estaban sin duda todas las tristezas de su infancia y de su adolescencia, esas tristezas que le habían dibujado marcas que las alegrías no habían podido borrar. Ese día de gloria permanecería para siempre en su retina y en el recuerdo de los argentinos.

Por eso se celebra todos los años el 7 de agosto, el Día del Deporte Argentino.

Modesto, sereno, volvió al hotel en que se alojaban sus compatriotas. Zabala, sabía que `quién se embriaga con el aplauso, no lo merece'. Y a los 71 años de edad, como consecuencia de un accidente -una simple caída- moría esta gloria del deporte argentino.

Su fe, su corazón y su temple le labraron un hermoso destino: honrar a su patria a través del deporte. Y su ejemplo, inspiró en mí este aforismo que hace a su auténtica modestia: "Quien tiene méritos para envanecerse, no se envanece".