Con Perdón de la Palabra

Adiós a un árbol viejo

Mi casa está edificada en una fracción que fue parte de un quintón en las Lomas de San Isidro. Quintón donde había un ombú sobre el que cayó un rayo, derribándolo y poniendo al descubierto un sable oxidado que albergaba en sus entrañas.

La calle de casa está flanqueda por paraísos centenarios, sobrevivientes de los que sombreaban aquella quinta. En el hueco que presentaba el tronco carcomido de uno de ellos arraigó el retoño de otro árbol que, al crecer, partió el viejo tronco donde se había aposentado. La grieta producida se extendió, creando el riesgo cierto de que parte del paraíso se viniera abajo, causando destrozos en la verja de casa.

Razón suficiente para que la municipalidad de San Isidro enviara un grupo de operarios para arrancar lo que quedaba del árbol.

Cuando yo era chico leí varias veces un libro que se llama Los Habitantes de un Arbol Viejo y se ocupa de los insectos, los pájaros, los ratones que albergaba aquella planta. Bichos similares a los que poblaban el árbol de frente a casa.  Ahora observo con melancolía los restos forestales de mi antiguo compañero, que todavía no se han llevado. Testigo de lo ocurrido en mi hogar durante más de medio siglo. De los sucesos rutinarios y de los acontecimientos extraordinarios. De la edificación de la casa, de la llegada de los hijos, del fallecimiento de mi primera mujer y del arribo de la segunda, de períodos de escasez y de prosperidad, de penas y alegrías, de cumpleaños, de visitas, de tormentas, de inviernos helados y de veranos tórridos, de esperanzas y desencantos, de amaneceres y de ocasos.

Adiós, viejo amigo. Tu sombra ya no nos refrescará, tu follaje no nos defenderá del pampero, el viento no silbará dulces melodías en tus ramas. Te has ido antes que yo. Y, si hubiera sido al revés, intuyo que me hubieras extrañado.

Los obreros municipales no se han llevado todavía los restos del viejo árbol. Cuyas hojas empiezan a amarillear. Yo también te echaré de menos