Malvinas, una épica silenciada

La Malviníada 
Por Nicolás Kasanzew 
Argentinidad. 206 páginas. 

En su afán de precisar la dimensión real que tuvo la Guerra de Malvinas, el infatigable Nicolás Kasanzew regresa con La Malviníada, una magnífica recopilación de aventuras y hazañas, angustias y sufrimientos de aquella contienda, que siguen siendo ignoradas por la sociedad debido a una obra deliberada de ocultación.

Las historias surgen en buena medida de sus constantes encuentros con protagonistas del conflicto, un hábito que nunca abandonó en medio de su paciente labor de investigación. El propio Kasanzew afirma que después de sus dos obras anteriores, Malvinas a sangre y fuego (1982) y La pasión según Malvinas (2008), pensó que no escribiría más sobre el tema, pero que las propias historias se lo impusieron, algo que -a la vista del resultado- hay que agradecer.

Los que aquí se presentan son sesenta relatos breves que tienen por protagonistas a hombres de las tres fuerzas: pilotos, artilleros, marinos, infantes, desactivadores de explosivos, médicos y hasta capellanes y conscriptos. Hay en la mayoría de ellos un arrojo, una impetuosidad, que sorprende, como la de aquellos que podían no haber ido al frente o no tenían misiones asignadas y lo pedían. El olvido de sí mismos impresiona, tanto como su amor a la patria.

La narración logra transportarnos a la guerra. Nos invita a palpitar la adrenalina de los pilotos yendo a atacar la flota británica o a sentir el silencio de la cabina de un Skyhawk A4B seguido del ruido ensordecedor cuando el piloto se eyecta. Nos lleva a detenernos un instante en el espectáculo que describe el comando Rubén Figueroa de balas luminosas trazantes, semejantes a cintas rojizas y anaranjadas, que bailaban endiabladas hacia él y que buscaban su muerte.

Bajo la crudeza del combate, del dolor, la fatiga y el hambre, se alzan aventuras de supervivencia fascinantes y sacrificios que rozan el martirio. Escenas, muchas de ellas, dignas de película, y que no se rodarán por el cerco ideológico que lo impide.

No todo es, sin embargo, la crónica de lo ocurrido. En cada relato asoma, de vez en cuando, el diálogo original que sirvió de base para la narración. Esos tramos dialogales, más intimistas, se abren a la reflexión, a las confesiones, a abordar cuestiones espinosas, como el miedo, la cobardía de unos pocos, que también la hubo. Allí, en la hondura de ese abismo, es donde se recorta mejor el heroísmo de las figuras que nos trae Kasanzew, el de los mejores de los nuestros.

Heroísmo que se entrelaza con una devoción tan profunda que sume al lector en el silencio y lo deja cavilando. Imposible no hacerlo al enterarse de los rosarios rezados en conjunto antes de alguna misión, de las misas que no se interrumpían bajo los bombardeos o del estremecedor pedido de los conscriptos a un capellán para que celebre una última misa diaria antes de que ellos partieran, para así morir en gracia de Dios. Es la misma fe que movió a algunos pilotos en pleno vuelo a abandonarse a la Providencia, confiados en que inspiraría sus maniobras. La misma que llevó a otros a ver la intervención de una mano misteriosa que les permitió salir con vida de una muerte segura. Esas anécdotas que rescata felizmente el autor son las que le dan su vibración especial a la obra, una vibración que continúa al acabar la lectura.

En los diálogos a veces despunta también el carácter indómito, apasionado, del escritor, con alguna crítica hacia la actitud de los mandos después de la guerra. De tanto en tanto asoma alguna memoria personal de la guerra del propio autor. Y en alguna oportunidad también es su voz la cobra protagonismo, como en "Nunca un paso al costado", donde el periodista abandona la mordacidad pasajera para encarar un reproche de más calado al almirantazgo por no haber empeñado sus buques de guerra. Un muy interesante ejercicio de historia contrafáctica.

Una de las cosas que más se repite en los relatos es el reproche a los mandos de las fuerzas por demorar en la condecoración de sus héroes, por ocultar estas hazañas debido a la envidia. Ingratitud especialmente dolorosa, que se suma a otras tres: la de los politicastros de toda laya que impiden a los argentinos inspirarse en arquetipos que eleven; la de la venganza, de quienes quieren cobrarles a los militares la derrota del terrorismo marxista en los setenta, y la de quienes entienden que reivindicar a estos guerreros haría imposible seguir demonizando a las Fuerzas Armadas y mantenerlas desmanteladas.

Es esa suma de desaires la que explica que hoy el alférez Hugo Gómez, uno de los héroes que diezmó la flota inglesa, camine por las calles sin ser reconocido por sus vecinos. La misma ingratitud que mantiene privado de su libertad, acusado bajo cargos falsos, al comando Horacio Losito que en su día resistió hasta desangrarse en el feroz combate de Top Malo House, herido, aturdido y sin municiones. Su triste presente, que es el de muchos, es una parábola del decaimiento del país.

Pero como bien afirma el profesor Sebastián Sánchez en el prólogo de esta obra, Kasanzew, que supo compartir las horas del combate y también las de la posguerra, ya que fue proscrito por el alfonsinismo, quiere con estas páginas revelarnos la épica y el sentido trascendente de nuestra guerra.

El autor, que guarda gratos recuerdos de la cobertura de este diario sobre la guerra, identifica que en 1982 se desplegaron las dos líneas de fuerza que recorren toda nuestra historia, la religiosidad y el patriotismo, que pueden inspirarnos.

Por ello el título de la obra remite a una épica. Una épica en la tradición de los antiguos griegos, que tuvieron la Ilíada, o los romanos con La Eneida, o los rusos con el Cantar de la Hueste de Igor. La de Malvinas no le va en saga a ninguna de ellas, según Kasanzew, solo que no estamos conscientes de ello. Por eso, a la espera de que la gran historia de la Guerra de Malvinas se cuente algún día, el autor nos sumerge aquí en las apasionantes densidades de algunos episodios aislados, convencido de la capacidad que tiene toda épica para recuperar la identidad de una nación, para recobrar la memoria de dónde venimos y a dónde vamos.