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El virus del progresismo

Progresismo suena bien ¿A quién no le gusta progresar?, ¿quién no espera con ansias que llegue un tiempo mejor? Ya desde el nombre parece empezar la treta para convencernos de sus virtudes.

El progresismo es una enfermedad y su manifestación es la corrección política sentenció José Luis Milia, en una nota aparecida el martes, en este diario. Buen inicio para empezar a pensar que hacemos cuando el “virus” está en todos los rincones y no hay alcohol en gel, ni barbijo que lo mantenga a raya.

Para “aislarlo y cercarlo”, en principio, vamos a definirlo. La RAE en este caso, no resulta de mucha ayuda: lo define como ideas y doctrinas progresistas, o sea de pensamiento y actitudes de avanzada. Podríamos decir en palabras sencillas que es un conjunto de creencias de índole política, social, económica y filosófica que presuponen que todo lo nuevo es mejor por el solo hecho de serlo y que su norte se encuentra en el progreso indefinido de la sociedad.

EL PROGRESISMO BAJO EL MICROSCOPIO

Muchas veces se lo asocia con la izquierda, pero no necesariamente es así. Hay progresismo en cierta derecha liberal y también oculto en las variantes que se visten de centro. Como todo virus, se esconde y subsiste en el cuerpo social del huésped, mientras trabaja para debilitarlo. Pongámoslo bajo la lente para su identificación.

Como muy claramente explica el escritor Pablo Muñoz Iturrieta, hablando del iluminismo del siglo XVIII, de la mano de J.J. Rousseau, “al liberalismo le nació un hijo matón y rebelde, que se hartó de las consecuencias del liberalismo craso y adoptó una idea que se venía gravitando ya desde la época de los sofistas en Grecia: el comunismo. Es decir, el comunismo se metió en la intimidad del liberalismo, siendo un producto o fruto reaccionario del mismo”. La Revolución Francesa, “de hecho, fue al mismo tiempo, comunista y liberal, o mejor dicho, fue una revolución iluminista, la cual incluye a ambos hijos…” En sus efectos, se comprueba claramente como bajo el ropaje de la libertad y la tolerancia está agazapado el demonio del totalitarismo.

Los choznos del iluminismo francés adhieren a la agenda de género, al globalismo, al feminismo radical y otras linduras “progre” de moda. Allí están Todos Juntos, no importa el color, fusionados en la social democracia y el neomarxismo cultural.

El Estado progresista, aunque se le adjudiquen diferentes dimensiones e importancia, se concibe como benefactor, providencial y garante del cumplimiento de los derechos sociales conquistados. En su afán de protección, sobreprotege y paradojalmente ahoga las libertades individuales.

Es laicista, busca una sociedad no religiosa en la que los aspectos espirituales del hombre quedan excluidos de la vida social y relegados al ámbito privado. En la práctica, llega hasta el ateísmo activo y el avasallamiento de la libertad religiosa.

Promueve la diversidad y hace alarde de la democracia y si bien esto aparenta ser bueno, con consignas variopintas y plurales, impone el pensamiento único, inventa crímenes de odio y gesta privilegios para lobbies minoritarios.

Promueve constantes cambios y genera debates controvertidos que buscan romper el statu quo pero, termina generando otro: el de lo políticamente correcto. Y cuando alguien sale de lo establecido, es cancelado.

Progresismo y globalismo van de la mano. Es bien claro que este virus es transversal y por lo tanto es muy difícil identificarlo exclusivamente con una bandera política, pero allí está, carcomiendo las bases.

Todo organismo, para crecer bien y fuerte necesita hacerlo partiendo de sus raíces. Desde las plantas hasta las naciones, pasando por los individuos y sus instituciones. ¿Qué hacer cuando el progresismo, de izquierda y derecha, con buenos modos o “a lo matón”, invade todas las estructuras sociales, las mina y las socava? ¿Qué hacer cuando “la corrección política” se impone y denigra al que piensa diferente?

CONFIAR EN EL SISTEMA INMUNE

El progresismo, como idea política bien podría oponerse al conservadurismo, que bien entendido, no es quedarse en el tiempo, sino valorar, y rescatar aquello que es valioso, útil o razonable, aunque ya haya estado presente en el pasado. Algo así, como reconocer el valor de las raíces y tener en claro que no todo por el solo hecho de ser nuevo, es bueno.

Siguiendo el paralelo sanitario es motivador saber que en algunos países –inclusive en el nuestro- se están intentando “vacunas” de derecha patriótica. Mientras tanto confiemos en nuestro sistema inmune y en las fuerzas que vienen de lo Alto.

Lograr un bien arduo siempre implica la posibilidad de caer y no conseguirlo, tampoco se está exento del miedo. La valentía para enfrentar una realidad adversa implica la presencia de temor, y aun así actuar.

Decía el pedagogo español David Isaacs que la fortaleza tiene dos momentos: acometer y resistir. La prudencia nos dirá cuál es el momento para cada una.

 

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