CON PERDON DE LA PALABRA

Araucanos

Ya me he ocupado aquí del tema de los indios. Sin embargo, la gravedad de los sucesos que están teniendo lugar en el sur argentino, desencadenados por los mal llamados mapuches, me lleva a tratar el tema nuevamente. Aunque la repetición pueda resultar fatigosa.­

¿Por qué digo que los indios que nos ocupan están mal denominados? Sencillamente porque son ellos los que se denominan mapuches, ya que la denominación posee un fuerte ingrediente reivindicatorio pues mapuche significa gente de aquí. Y los autodenominados mapuches no son gente de aquí sino que llegaron desde el otro lado de la cordillera después que los hombres blancos, arrasando a puelches, querandíes, pampas, que estaban pacíficamente instalados en esa parte del territorio nacional. Se los debe llamar araucanos, que es lo que son. Venidos de Chile, del Arauco. Por tal motivo no cabe llamarlos pueblos originarios como les gusta que los llamen.

Y llegaron en tren de guerra. No contentos con desalojar a los verdaderos pueblos originarios pretendieron crear un verdadero imperio, fundado por el cacique Calfucurá, cabeza de la dinastía de los piedra.  Me detengo un momento para ocuparme de dicho imperio. Que tuvo su capital en las Salinas Grandes, situadas junto a las actuales localidades pampeanas de Rolón e Hidalgo. Conozco el lugar: una enorme cuenca blanca, rodeada de monte natural. O sea de caldenes, piquillines, jarillas, chañares. De donde hoy se extrae la sal Dos Anclas. ­

Ya en tiempos de la colonia partían hacia las Salinas Grandes tropas de carretas para surtir a Buenos Aires. Que solían arrastrar un cañón para el caso de ser atacadas por los indios.

Calfucurá, padre de Namuncurá y abuelo de Ceferino, contaba con lenguaraces blancos y su imperio poseía un sello que lucía dos lanzas cruzadas.

¿Soy enemigo de los indios? de ningún modo. Las dos estancias de mi padre tenían nombres araucanos, Huinca Hué y Lihué Calel. Trabajó para nosotros el indio José María Santos Ocampo, ahijado de un comandante de la guerra del desierto. Cuidaba las gallinas y siempre usaba boina colorada. Desde chicos, aprendimos de mi padre a valorar cosas que pertenecieran a los indios, tales como puntas de flecha, pedazos de alfarería, boleadoras, que buscábamos empeñosamente. ­

Pero la política que ha de seguirse con los indios es civilizarlos, asimimilarlos al resto de los argentinos. Por eso es conveniente desalentar sus intentos de diferenciarse, transformándose en un Estado dentro del Estado.­