Illia, La Prensa y su apego a la libertad

Por Agustín Barletti (*)

A principios de los 80, siendo estudiante de Derecho, tuve la suerte de compartir varios encuentros con Arturo Illia, quien gobernara la Argentina entre 1963 y 1966. Se llevaron a cabo en el hotel Bristol de la Ciudad de Buenos Aires, donde Illia contaba con una habitación sin cargo. Eran siempre temprano, y luego de que el gran demócrata cumpliera con dos de sus ritos matutinos. Primero, le dedicaba varios minutos a bañar de crema a sus manos.

``La mano es lo único que tengo para ofrecerle a mi interlocutor, lo mínimo es que la encuentre tersa y suave'', me explicó una vez.

Luego se interiorizaba de las noticias de Argentina y el mundo leyendo el diario La Prensa. Lo hacía por su sólido contendido editorial e informativo, pero también como una suerte de reconocimiento y gratitud a un periódico que, por defender la libertad de expresión, había padecido más de un problema a lo largo de su historia.

Nacido en 1900 y testigo de un siglo, más de una vez me relató su presencia cerca del histórico edificio de La Prensa para seguir algún acontecimiento de trascendencia.

Con diez años, siendo estudiante del colegio salesiano Pío IX del barrio de Almagro, recordaba el temor que reinaba en la sociedad frente al paso del Cometa Halley que se produciría el 18 de mayo de 1910. Muchos creían que el fenómeno astronómico traería aparejado el fin de los tiempos. La ola de terror era planetaria, y provocó suicidios en cadena en distintos países.

``Desde el diario La Prensa habían avisado que a las doce de ese día harían sonar su sirena para que toda la población supiese que había llegado el momento de pronunciar las últimas plegarias. Gracias a Dios nada de eso sucedió, salvó el paso del cometa por el cielo porteño'', recordaba Illia.

El joven Arturo, ya estudiante de medicina, se acercaría nuevamente al edificio de La Prensa en 1923. La Avenida de Mayo presentaba ese 14 de septiembre un inusitado aspecto, un mar de gente esperaba noticias del gran combate. Para amenizar la espera, actuó un dúo campero de guitarra y voz, integrado por un tal Rodríguez, oficial del Ejército, y un joven de la provincia de Buenos Aires llamado Chavero, quien años más tarde entraría en la cultura popular con el nombre de Atahualpa Yupanqui. En el otro extremo del continente, unas 80.000 personas colmaban el Polo Grounds de Nueva York para ver la pelea del siglo entre el indestructible campeón de peso completo Jack Dempsey, y nuestro "Toro Salvaje de las Pampas", Luis Angel Firpo.

"La señal era clara. Se encendería la luz verde si ganaba Firpo, o la luz roja su perdía'', me contó el ex presidente.

En 1938, Arturo Illia hacía malabares con sesiones legislativas, pacientes y comités, para viajar cuantas veces pudiese a Buenos Aires para ver a su novia, Silvia Martorell, la que un año más tarde sería su esposa.

``Las visitas tenían lugar siempre en el sillón de novios del living, ante la inquisidora presencia de mi futuro suegro que ocultaba cabeza y agudizaba oído detrás del ejemplar del diario La Prensa que simulaba leer'', me confesó entre sonrisas el gran repúblico.

LIBERTAD DE PRENSA

Arturo Illia fue respetuoso del periodismo y de la libertad de prensa. Siendo presidente no tuvo vocero ni secretario de Prensa. Esto fue así porque consideraba que era demagógico utilizar los fondos públicos para publicitar actos de gobierno.

El origen de esta intransigente postura puede encontrarse en el viaje que realizó a Europa entre agosto de 1933 y diciembre de 1934, donde tuvo la oportunidad de verse cara a cara con el fascismo.

Pasó dos días preso en un calabozo de Berlín por negarse a saludar a una patrulla de las SS. En una tribuna política estuvo a metros de Hitler y presenció los actos de Benito Mussolini.

``¿Sabés por qué una gran nación con una ancestral cultura como la alemana se desvió tanto en su manera de vivir? Fue por la propaganda y por el cerrojo a la prensa. Había que caminar por las calles de Berlín para comprobar que no se podía publicar un diario que no fuese partidario del gobierno, ni era posible opinar nada en su contra. Vi un pueblo con temor, sometido y enfermo por carencia de democracia y libertad'', me reseñó Arturo Illia.

Su viaje prosiguió por los países nórdicos donde palpó de cerca sus monumentales democracias, y luego por Londres y París.

Por simple comparación entonces, abrazó la libertad y la democracia como estilo de vida.

GUARISMOS POSITIVOS

De esa misma libertad, se colgaron quienes impulsaron la campaña de prensa tendiente a desprestigiar a un gobierno que mostró positivos guarismos que no se volverían a repetir en el futuro.

El aumento del PBI fue del 10,3% en 1964, del 9,1% en 1965, y del 4,7% en los primeros seis meses de 1966. La industria creció 18,9% en 1964 y 13,8% en 1965; el sector agropecuario lo hizo al 7% y al 5,9%.

Casi sin inflación, bajó el gasto público y el déficit del presupuesto se redujo de $4.054,1 millones en 1963, a $2.778,9 millones en 1965.

La partida destinada a educación alcanzó el 24% del presupuesto nacional, la más alta de la historia, y un Plan Nacional de Alfabetización benefició a 350 mil alumnos de 18 a 85 años.

Durante su gobierno se sancionó la Ley del Salario Mínimo Vital y Móvil. En 1965, la tasa de desempleo fue del 4,4% y la participación del sector asalariado en el PBI pasó del 36% en 1963, al 41% a junio de 1966.

Illia obtendría el mayor triunfo diplomático en la causa Malvinas. La resolución 2065, aprobada el 16 de diciembre de 1965 por el 87% de los países miembros de la ONU, instaba a los gobiernos de la Argentina y del Reino Unido a negociar sin demoras la soberanía de las islas. Por tal motivo, en enero de 1966 el secretario de Relaciones Exteriores de Gran Bretaña, Michael Stewart, viajó a Buenos Aires e inició las primeras conversaciones con la diplomacia argentina.

VISION DE ESTADISTA

Su visión de estadista se expuso en 1964, cuando se convirtió en el primer presidente del mundo occidental en comercializar con una China Popular, gobernada por Mao Tse Tung que ni siquiera estaba reconocida por la ONU. Le vendió varias toneladas de trigo contra el pago en libras esterlinas al contado, a través del Banco de Londres en Hong Kong que actuó como agente financiero chino. Recién seis años más tarde, en 1970, el presidente norteamericano Richard Nixon viajaba a China con similar propósito.

Arturo Illia concretó la exportación sin moverse de la Casa de Gobierno. No hubo grandilocuentes comitivas ni misiones comerciales. Para ello contó con la ayuda de Josué de Castro, fundador del Instituto de Nutrición de la Universidad del Brasil, y elegido en 1952 presidente del Consejo Ejecutivo de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO). Además, el directivo brasileño actuó como asesor de la Reforma Agraria de Mao y había vivido varios años en China.

También se adelantó al proceso de integración regional durante el encuentro con su par chileno Eduardo Frei, el 28 de octubre de 1965. Le propuso y avanzaron juntos en la creación de una Confederación Argentino Chilena con sede en la ciudad de Córdoba.

Cuesta entender cómo con estos resultados pudo recibir el mote de "tortuga". Claro que más tarde la zoología política nos mostraría que también existían los cangrejos, que ni siquiera van para adelante.

$240 MILLONES EN EFECTIVO

A quienes fueron a derrocarlo les dijo que no representaban a las Fuerzas Armadas, y que como salteadores nocturnos llegaban de noche a la Casa Rosada para robarle los sueños a los argentinos. También les aseguró que sus hijos se avergonzarían de lo que estaban haciendo. Años más tarde, la mayoría de los que participaron en el golpe expresaron públicamente su arrepentimiento.

Al día siguiente de su destitución, los asaltantes del poder encontraron $240 millones en efectivo en la caja fuerte del despacho presidencial. Era la totalidad de los fondos reservados que Arturo Illia pudo haber usado sin rendir cuenta a nadie. El coronel Horacio Ballester, a cargo del operativo, solo atinó a decir: "Para qué lo habremos sacado a este tipo".

(*) Autor de la novela histórica "Salteadores Nocturnos" sobre la vida de Arturo Illia.