Con perdón de la palabra

Círculo de armas

Soy socio vitalicio del Círculo de Armas, prestigiosa institución sita en la calle Corrientes, entre Florida y Maipú, sobre la vereda izquierda como quien viene del obelisco hacia el bajo. 

Se fundó el Círculo en 1885 y, con motivo de cumplir el club sus 125 años de vida, Jorge Otamendi, presidente del mismo, me encomendó escribir su historia. Que fue publicada en una bella edición, con excelentes fotografías de Magdalena Ladrón de Guevara y Ricardo Labougle. 

No es del caso contar aquí la historia del Círculo. Sólo me valdré de unos cuantas pantallazos ilustrativos que considero de interés. 

Ingresé en 1970, presentado por Emilito Álzaga, primo de mi madre. Me invitó a almorzar y, vacilando yo en cuanto al plato a elegir, se me acercó discretamente Fortunato Carande, factotum de la institución y me dijo:

Señor Gallardo, puesto en su caso, el doctor Pirovano, abuelo suyo, que no sólo era socio sino amigo de esta casa, hubiera pedido una brandade de bacalo.

Naturalmente pedí la brandade y una solicitud de ingreso. 

A mediados de 1930 se gestaba la revolución del 6 de septiembre. El general Uriburu había hecho del Círculo su centro de operaciones. Pasó por Corrientes un camión con vociferantes radicales y dos socios bajaron, armados de fusiles. Momento en el cual uno de los porteros empezó a los gritos, diciendo:

¡No vayan ustedes a romper los vidrios!

Ya me he extendido demasiado en estos aprestos pues, en realidad, lo que quiero contar es una anécdota vinculada con los indios, tema de moda con motivo de los problemas suscitados por los mapuches en el sur. Mapuches a los que hay que llamar araucanos, pues provienen del Arauco, de Chile, y utilizan el nombre de mapuches con intención reivindicatoria, ya que esa denominación significa gente de aquí. Y la anécdota tiene por teatro al Círculo de Armas.

El cacique Pincén estaba preso en la isla de Martín García y un grupo de caballeros decidió divertirse a costillas de él. Lo hiciero traer al Círculo y le invitaron con una comida fastuosa, con cubiertos variados, infinidad de copas distintas y pequeños recipientes de todo tipo, sea para utilizarlos como salseras o para enjugarse los dedos. La intención consistía en observar cómo se desempeñaba el cacique y hacerle pasar un mal rato. Pero Pincén lo hizo bastante bien. Desepcionados los anfitriones le preguntaron cómo lo había pasado. Y el cacique respondió:

Con amigos estando, cualquier

porquería comiendo.

La historia me la contó mi cuñado Arturo Enrique Ossorio Arana, descendiente por vía materna del general Conrado Villegas, que la conocía y transmitió.

Y, como cierre de esta nota, aquí va un soneto que compuse, titulado Círculo de Armas.

Inmutable, como esos accidentes

que definen la línea de una costa,

se alza el Círculo al borde Corrientes,

avenida que un día fuera angosta.

 

La elegante dialéctica mundana

sustituyó a la fintas del florete

y al golpe del acero en la pedana

lo reemplazó el batir del cubilete.

 

En sus salones conversaba gente

que del país regía los destinos,

lo cual ya no sucede últimamente.

 

Pues la Historia ha tomado otros caminos

y transita una senda diferente

que aquella de los viejos argentinos.