Con perdón de la palabra

Un molino de plata

Mi primer suegro (soy viudo vuelto a casar), Carlos Ibarguren (h), Carlitos, era un tipo extraordinario. Seguramente fue mi mejor amigo. Farrista y hombre de la noche cuando muchacho, se transformó en un marido ejemplar cuando se casó. La anécdota que paso a relatar se le refiere.

Se hallaba Carlitos en París cuando se iba a disputar en Amsterdam la final olímpica de fútbol entre la Argentina y el Uruguay. Carlitos resolvió ir a ver el partido, acompañado por su amigo Franck Chevallier Boutell que también estaba en París. Y allá fueron los dos amigos.

Ganó Uruguay con gol de Scarone. Y Carlitos, junto con Chevallier, se fueron a un boliche para consolarse con unos tragos. En eso estaban, desolados, cuando irrumpió en el bar la delegación oriental que reconociéndolos como argentinos, se acercaroncon ánimo cordial diciendo: todo queda en el Río de la Plata.

Charlaban cuando los uruguayos recordaron que tenían una cita con el alcalde de Amsterdam, que quería agasajarlos. Pero no estaba todos, así que le pidieron a Carlitos que los acompañara, haciéndose pasar por el capitán del equipo, A. Gestido. La intención era que Carlitos, que chapurreaba algo de francés, agradeciera al edil el regalo que probablemente les haría. 

En el bar estaba un holandés con cara de aburrido, que no se puso de pie cuando entraron los uruguayos portando su bandera. El delegado uruguayo se le acercó y le gritó en la cara: ¡Viva Holanda, viva Holanda, viva Holanda! Después se dio vuelta y les dijo a los uruguayos: Le he dado una lección a este cafisho.

Marchó la delegación hacia la municipalidad y marchó con ella Carlitos, resignado a agradecer atenciones en su mal francés.

Por el camino, las damas presentes le hacían firmar sus abanicos, cosa que hacía Carlitos estampando la firma A. Gestido.

Comentaba años después que en Europa sobrevendría una guerra tremenda y que aquellas damas conservarían sus abanicos firmados por el falso Gestido.

Efectivamente la delegación uruguaya recibió un regalo del Intendente Municipal. Que consistía en un molino de plata, emblemático de Holanda.

Carlitos se adelantó y pronunció las siguientes palabras: Je donne ma parole d´honneur que ce moulin no sortirá jamais de Montrevideo (y pido perdón para el caso de que esto está mal escrito pues yo, al igual que los jugadores uruguayos, no sé francés).

Prolongada la velada, Carlitos y Chevallier se fueron a dormir.

A la mañana siguiente, cuando salieron a la calle, advirtieron que en muchas vidrieras estaba la foto del equipo campeón y que en esa foto figuraba el auténtico Gestido. De modo que huyeron precipitadamente de Amsterdam, antes de que se descubriera la matufia.

A raíz de la aventura, Carlitos proclamaba que él había saboreado las mieles de la gloria olímpica. Privilegio del que no muchos habían disfrutado.