El Papa contra dos mandamientos

Especial para La Prensa

El pasado 16 de octubre, se realizó el IV Encuentro Mundial de Movimientos Populares, reunión que se hace desde 2014 y que proclama la defensa de la dignidad humana a través de la "justicia social" y bajo tres "derechos sagrados", el de la tierra, el techo y el trabajo. Proponen, a través de esto, un contrapunto a la "globalización excluyente".

Tal como informa Telam, entre otros representantes de los llamados movimientos sociales, no faltó el amigo del Papa y de lo ajeno, el referente del Frente Patria Grande, Juan Grabois.

El Papa Francisco I participó del encuentro con un mensaje. Entre otras cosas que dijo el Sumo Pontífice en esta oportunidad, manifestó la importancia de garantizar las necesidades básicas de los ciudadanos mediante el otorgamiento generalizado de un ingreso universal. En otro orden de cosas, abogó por la reducción de la jornada laboral a efectos de que todos tengamos trabajo. Parece mentira que a esta altura de los acontecimientos y desde posiciones de enorme influencia y protagonismo, se planteen semejantes dislates que contradicen principios elementales de la naturaleza humana y cuya eventual implementación, pasan por alto aspectos éticos primordiales.

El reclamo por un ingreso universal necesariamente implica que, por la fuerza, los frutos del trabajo de unos deben ser destinados al beneficio de otros; una sugerencia que confronta abiertamente con el séptimo y décimo Mandamiento de la Ley de Dios que rezan "no robarás" y "no codiciarás los bienes ajenos". Asumo que el Papa no percibe las implicancias morales de pedir la intervención del aparato de la fuerza cuando dice que "...es tarea de los Gobiernos establecer esquemas fiscales y redistributivos para que la riqueza de una parte, sea compartida con equidad..." 

NO CAEN DEL CIELO
 
Ni los ingresos ni la satisfacción de necesidades caen del cielo. El bienestar y la acumulación de capital es producto de arduos procesos de trabajo, ahorro e inversión. Y no es un tema menor señalar que esto se logra únicamente bajo marcos de respeto a la propiedad, los cuales, como señala John Locke, incluye el proceso de transformación implicado en el trabajo y su resultado.

Si se corrompen los incentivos que movilizan el ánimo de superación -factor inescindible de toda acción humana- y la libre disponibilidad y uso del rendimiento de lo producido, no solo se violan derechos inalienables del hombre sino que provoca una contracción de la productividad y hace que, el trabajo y el capital, busquen refugio en otros horizontes más seguros y amigables.

Cuando hablamos de la acumulación de capital, nos referimos a las inversiones que permiten mejorar el rendimiento del trabajo. En la medida que se realicen más inversiones de ese tipo, es decir, aumentos en el stock de capital, la productividad y los salarios en términos reales, aumentan. Tener claro este simple concepto ordena las acciones tendientes al crecimiento y a que una mayor cantidad de gente pueda satisfacer una mayor cantidad de necesidades, tanto básicas como de otros ordenes.

Los mejores niveles de vida y las más significativas obras solidarias se encuentran en países donde prima el respeto recíproco, el interés personal, la cooperación social y la división del trabajo. Es muy llamativo que teniendo disponible y a los ojos de todos el escandaloso contraste que existe entre los países que respetan la propiedad, los que no y el respectivo correlato con la pobreza, se promueva el uso de la fuerza, el trato desigual frente a la ley y la corrosión de los incentivos que conducen al progreso y a la prosperidad.

SALTEADORES DE CAMINOS
 
En su sano juicio, ni el lector ni nadie invertirá en un país donde impongan su voluntad los salteadores de caminos o allí donde los gobernantes consuman las 24 horas del día pergeñando formas para despojar a los ciudadanos. Con la llamada justicia social, el igualitarismo, el redistribucionismo y otros subterfugios, invariablemente se legaliza la rapiña y el saqueo provocando los efectos nocivos arriba mencionados.

Cuando se insta a que los gobiernos redistribuyan propiedades -léase también, el fruto del trabajo- se inhibe el estímulo productivo y el incentivo para obtener los resultados de los propios logros. Lentos y difíciles procesos evolutivos y civilizadores del hombre han permitido establecer normas de respeto recíproco que abrieron las puertas a la prosperidad mediante el desarrollo de los planes de vida de cada persona. Por eso se dice que el liberalismo es la revolución del individuo, la revolución de la propiedad. Por todo esto, cuesta creer que sea posible la permanente insistencia en tomar el camino regresivo hacia la involución y la miseria, nada menos que en nombre de la lucha contra la pobreza.

Aunque la desgracia del robo convive con nosotros desde que el hombre es hombre, bien distinto es cuando los marcos institucionales ejercen efectos disuasivos sobre quienes pretenden violar derechos ajenos y donde los gobiernos, que suponen proteger los derechos, combaten el saqueo y otras malas prácticas que dañan a terceros. Por otro lado, los incentivos privados pueden minimizar aún más estas contingencias asumiendo o disminuyendo riesgos y estableciendo previsiones al efecto. Pero, cuando el robo es ejecutado por quienes detentan el monopolio de la fuerza, la opresión es agobiante, brutal y deja poco margen a los alicientes necesarios para la ciencia, la innovación, la inventiva, el comercio, la productividad, la solidaridad y cuanta actividad el hombre se proponga.

PREMISAS EQUIVOCADAS

Aun si fuera posible que la sola voluntad papal resuelva problemas, el sentido común indica que sería más conveniente aprovecharla para acceder a la abundancia y a los más altos niveles de bienestar en lugar de limitarlo a necesidades básicas.

También el Sumo Pontífice, en la disertación del encuentro que mencionamos, revela varias premisas equivocadas cuando sugiere distribuir las horas de trabajo para facilitar la inserción de quienes están fuera del mercado laboral y alivianar la carga de trabajo de quienes ya están incluidos en él.
Siendo seres imperfectos, nuestras necesidades son ilimitadas. Desde que el hombre llegó a la tierra tuvo que recurrir al trabajo, el factor de producción y transformación por excelencia. Y dado que, como decimos, las necesidades son ilimitadas y está todo por hacer, el trabajo es un factor necesariamente escaso. Entonces, ¿por qué deberíamos repartirnos el trabajo como si se tratara de un factor sobrante, como si hubiera una limitada cantidad de horas-hombre a cubrir? Pues bien, ocurre que las regulaciones y las leyes que imponen términos en la contratación laboral, la imposición de un salario mínimo y todo lo que se interponga de forma exógena a los arreglos libres y voluntarios del mercado laboral, crearán distorsiones.

El trabajo y su carácter escaso, queda bien expuesto si recurrimos a un ejemplo parecido a los que nos deleita Frédéric Bastiat y que usaba para poner en evidencia los sofismas del intervencionismo. Resultaría muy ridículo que dos personas que acaban de sobrevivir a un naufragio y quedaron apartados de toda civilización en una isla, se pongan de acuerdo para distribuirse horas de trabajo con el objeto de que ninguno quede desocupado. La realidad es que están al borde de la subsistencia y de la muerte, en búsqueda de víveres a jornada completa y bajo el rayo de sol. Ciertamente estarían muy agradecidos de contar con más manos que se sumen a colaborar.

Uno de los motivos por los que el trabajo resulta artificialmente sobrante, se debe a los salarios mínimos. Todo salario mínimo que es fijado por arriba del salario de mercado, provoca desempleo. Esto se debe a que las estructuras de capital presentes, los siempre escasos recursos y las prioridades de la gente no admiten el pago de la diferencia. El salario fijado desde la planificación central, cuando es superior al precio de mercado, afecta al trabajador marginal, justamente a quien más necesita trabajar. Y, en la medida que el salario mínimo decretado sea más alto respecto del salario de mercado, el efecto negativo incluirá a un mayor número de trabajadores. Para hacer el punto más claro, si se resuelve imponer en Argentina un salario mínimo de un millón de dólares mensuales, se condenaría a todos los trabajadores de ese país al desempleo.

PSEUDODERECHO

Por último, para referirse a los derechos sagrados de la tierra, el techo y el trabajo, tal como enuncia el Encuentro Mundial de Movimientos Populares, primero hay que tener claro que, como señala Alberto Benegas Lynch (h.), "a todo derecho corresponde una obligación. Si una persona gana diez en el mercado laboral hay la obligación universal de respetarle ese ingreso, pero si ganando lo dicho la persona pretende que el gobierno le asegure veinte y el aparato estatal procede en consecuencia, esto se traduce en que otros deben hacerse cargo por la fuerza de la diferencia lo cual implica una lesión al derecho de esos otros por lo que estamos frente a un pseudoderecho".

Los derechos a la vida, la libertad y la propiedad, son sagrados. Pero, si usamos el término derechos sagrados para justificar la expoliación, además de usar expresiones reservadas a la divinidad para llevar a cabo usurpaciones y ejercer tratos desiguales frente a la ley, se patrocinan ideas que hacen que la sociedad se convierta en un perverso grupo de saqueadores.

(*) Magister en Economía y Administración de Empresas.
Twitter: @nygbertie