El combate que selló el final del ERP en el monte

La guerrilla guevarista, aislada y perseguida por el Ejército, recibió un golpe demoledor en Acheral.

Diez días atrás, en una fresca y soleada mañana de viernes, unas sesenta personas se congregaron en una pequeña localidad en el corazón de Tucumán para recordar un hecho ocurrido hace 46 años: el Combate de Acheral . La victoria del Ejército argentino sobre el ERP en ese combate, ocurrido el 10 de octubre de 1975, tiene la singularidad de haber puesto fin al sueño de la guerrilla guevarista de crear una "zona liberada"  en esa provincia. La trascendencia de ese revés contrasta con la exigua asistencia al acto celebrado en los días pasados, que no contó con cobertura mediática alguna ni casi con la presencia de ningún funcionario público, salvo un secretario de recursos humanos de la comuna.

En esa soledad acostumbrada, El combate fue recordado por tres de los oradores, El teniente coronel (r) Oscar Jaimet, veterano de guerra de Malvinas; el teniente coronel (r) Luis Ocaranza, y el suboficial principal Alfredo Manzur, también veterano de guerra de Malvinas.

Ocaranza contó detalles del enfrentamiento en el monte, siguiendo las ideas ya volcadas por él mismo en un breve texto sobre lo ocurrido aquel día, con alguna referencia a su contexto más inmediato: la vigencia nada desdeñable de un gobierno constitucional, la proliferación de acciones armadas de la guerrilla, y el despliegue del Ejército en Tucumán en el marco de la Operación Independencia , que estaba en pleno desarrollo. No hace falta aclarar que esa operación había sido decidida por el gobierno peronista al verse sobrepasadas las fuerzas de seguridad por el desafío guerrillero.

ENCERRADOS

La realidad, si se amplía un poco más el foco, es que luego del comienzo de esa operación militar en pocos meses el Ejército había asegurado ya el sur de la provincia y sus incursiones en los cerros empezaban a no dar tregua al ERP.

En octubre, de los 6.000 kilómetros que la Compañía de Monte había querido conquistar y declarar "zona liberada", solo les quedaba una estrecha franja geográfica  donde se movían encerrados y donde tenían dificultades para el reaprovisionamiento de sus hombres. Cuenta Eugenio Méndez en su biografía de Santucho que, cuando los hombres del ERP no pudieron bajar, compraban comida o animales a los pobladores, lo que facilitó su detección por los baqueanos del Ejército, una situación que generaba estados de desesperación entre los combatientes. En los días sucesivos esas condiciones no harían más que agravarse.

El ERP, golpeado por las reiteradas emboscadas sufridas , planeaba nuevas ofensivas para lo cual esperaba refuerzos humanos y materiales. Pero el general Acdel Vilas acababa de crear dos nuevas fuerzas de tareas (Ibatín y Agulia) para operar en el interior del monte y así emprender una fase de hostigamiento progresivo. Casi a diario se producían bajas entre los erpianos, aunque todavía mantenían su capacidad de combate.

Prueba de ello es el fiero ataque sufrido tres días antes, el 7 de octubre, por una patrulla del Ejército que se desplazaba por una de las márgenes del río Los Sosa, de parte de una importante fuerza de la Compañía de Monte "Ramón Rosa Giménez "de entre 30 y 40 hombres. La patrulla, que en el ataque perdió a cinco soldados jujeños, había quedado aferrada  por los intensos disparos desde una zona elevada y sólo se salvó por la oportuna intervención de una sección de tiradores de la FT Ibatín que puso en fuga a los subversivos hacia la espesura del monte. Pero eso solo sería el preámbulo de un enfrentamiento mayor .

Esa misma noche, en medio de la oscuridad, y queriendo replegarse de la zona, los guerrilleros cruzaron en fila india inadvertidamente por el medio del cerco que habían tendido en forma circular las tropas del Ejército, lo que desató un tiroteo de una violencia inusitada. La escena se cubrió de gritos, disparos y bengalas, con los soldados disparando hacia el interior del cerco y los guerrilleros respondiendo el fuego en todas direcciones, hasta que la lucha fue cuerpo a cuerpo. El enfrentamiento, que se conocería luego como el combate de Los Quinchos, duró varias horas hasta que el fuego cesó.

En el campo quedaron tendidos el jefe de la Compañía de Monte del ERP Jorge Carlos Molina ( Capitán Pablo ), y del lado del Ejército el soldado conscripto clase 1953 Fredy Ordoñez  del Regimiento de Infantería de Monte 28 de Tartagal (Salta).

IGNORADO

Cuenta Ocaranza que "este soldado salteño, huérfano de padre y madre, podría haber eludido el servicio militar y no lo hizo. Se escapaba del cuartel y luego regresaba. Pero al momento de los hechos no dudó en pelear por la patria, por lo que es otro de los ignorados veteranos de guerra de Tucumán ".

En lo que respeta al ERP, Molina no sería el único cuadro caído. Como los comandos del Ejército actuaban permanentemente en el monte, al día siguiente Oscar Asdrúbal Santucho , hermano de Mario Santucho, el líder del ERP, fue descubierto y abatido junto a los bolivianos Wilfredo Contra Siles y Rubén Estrada Al continuar las persecuciones cayó también con su célula el veterano guerrillero Manuel Sidel Negrín, segundo al mando en la Compañía de Monte y miembro de la primera brigada de argentinos entrenados en Cuba. Esto los decidió a solicitar refuerzos en armas y hombres, que serían entregadas el 10 de octubre en el puente del arroyo San Gabriel, cerca de Acheral, donde tendría lugar el combate decisivo.

El ERP, que no había asimilado la dura derrota sufrida en mayo en Manchalá, cuyos resultados trató de ocultar, prosiguió en su política de subestimar al enemigo. No contaban tampoco con apoyo de las bases obreras, que una vez más les darían la espalda. En efecto, por información brindada por obreros del surco, la comandancia de la FT Ibatín supo del movimiento de gente sospechosa entre los cañaverales cercanos al arroyo San Gabriel, en una zona de la Ruta 38. A la zona se envió a un equipo de combate compuesto por 26 efectivos de la FT Ibatín y varios pelotones menores, además de tres helicópteros UH-1H, que llegaron alrededor de las 11 de la mañana, y comenzaron a "peinar" el cañaveral. Avanzaban a una velocidad de un nudo por hora, un vuelo casi estático, de modo que el viento de las aspas abría el cañaveral.

En la segunda pasada a baja altura de los helicópteros se detectó a dos combatientes agazapados en la maleza. Una de las aeronaves fue recibida por disparos que provocaron la muerte del cabo 1º José A. Ramírez, artillero de puerta, heridas graves al capitán Armando Novel Valente, y serios daños en el fuselaje, por lo que el helicóptero tuvo que efectuar un aterrizaje de emergencia en medio del dispositivo extremista. Los ocupantes descendieron y abrieron fuego contra el cañaveral con las ametralladoras MAG que llevaba la nave para su defensa, a la vez que solicitaron por radio el apoyo de helicópteros artillados.

El segundo helicóptero disparó varios cohetes sobre el cañaveral que desencadenaron un gran incendio, mientras el enfrentamiento se volvía encarnizado, con varios muertos. El arribo a la zona de 21 soldados de refuerzo provenientes del Puesto de Comando Táctico permitió completar el movimiento de pinzas, o doble envolvimiento, y cerrar el cerco por el norte, mientras las otras dos aeronaves seguían batiendo el lugar con sus MAG.

El combate se prolongó hasta las 17, cuando los helicópteros se retiraron y las tropas terrestres iniciaron su avance, encontrando doce guerrilleros muertos. Uno pudo escapar herido, pero fue muerto al día siguiente. Del lado del Ejército hubo fue un suboficial muerto y dos helicópteros averiados.

Si Manchalá marcó el inicio de la derrota del ERP, el combate en el arroyo San Gabriel, desde lo táctico y lo operativo, significó un golpe demoledor para la Compañía de Monte.

En solo tres días había perdido a su jefe, el arquitecto Juan Carlos Molina, a su segundo, Manuel Negrín, y a una escuadra de varios guerrilleros prominentes. Al día siguiente caería también el sueco Svante Graende en otro enfrentamiento en Yacuchina, una ubicación que sugiere que carecía de comunicación con la comandancia, hecho que fue tomado como signo de descalabro en el grupo. Con la muerte del ex integrante del MIR chileno ya no quedaba ningún guerrillero internacional en Tucumán.

Solo en octubre las bajas en el monte sumaban 65, según Eugenio Méndez, quien señala que algunos combatientes tenían signos de mala alimentación, estaban hinchados de tanto mascar caña de azúcar y agua para combatir la hambruna y tenían sus vestimentas raídas. Entre sus filas había muchos enfermos que habían tenido que bajar de las montañas para su tratamiento, con todo lo que ello significaba. En numerosos casos pedían no volver, lo que había generado el "síndrome del monte": el convencimiento de que tarde o temprano morirían: por el hambre, por las alimañas o por sus perseguidores.

Si bien la guerra continuó, las acciones de la guerrilla a partir de entonces se limitaron a la evasión y al intento de causar daños al enemigo sin enfrentamiento.

Todo esto ha quedado atrás. Como en aquel entonces, cuando un puñado de hombres frenó el avance del ERP, hoy son también unos pocos los que mantienen vivo el recuerdo de estos soldados que fueron llamados a defender la patria durante un gobierno constitucional. Esas pocas personas les rinden el justo homenaje que la intimidación ideológica y la mezquina conveniencia personal les niegan, olvidados, como están todos, de que alguna vez la guerrilla creó un infierno en el monte tucumano.