La encuesta que desató un terremoto

El escenario surgido de las PASO puede arrojar a Cristina Kirchner y Mauricio Macri nuevamente al centro del reñidero.

En una democracia donde los partidos políticos han muerto y cuyos animadores carecen de vasos comunicantes con la sociedad, las elecciones primarias fueron concebidas como una especie de encuesta compulsiva para que las franquicias electorales ajusten sus estrategias proselitistas de acuerdo al humor popular, a fin de volverlas más competitivas en las elecciones definitivas. Esta vez se convirtieron en otra cosa. Se convirtieron en el instrumento por medio del cual la sociedad le dijo ``¡Basta!'' al gobierno encabezado por Alberto Fernández -a su ineptitud y a su autoritarismo-, y "¡Basta!'' a una manera de hacer política que está por encima de Alberto Fernández. La amplitud geográfica y la contundencia del mensaje proclamaron el más amplio y profundo rechazo de la ciudadanía a la corriente que le cambió el nombre al peronismo y que hoy encabeza Cristina Fernández.­

Antes de la elección se decía que un triunfo del Frente de Todos le pertenecería a Cristina, mientras que la derrota caería sobre las agobiadas espaldas de Alberto. Pero la derrota fue tan significativa que arrastra inexorablemente a los dos. De este modo, una elección concebida como una encuesta produjo un terremoto político mucho antes de que la elección definitiva introduzca los cambios previsibles en las legislaturas, y redefina la distribución del poder. El tembladeral es tan grande que nadie puede predecir a ciencia cierta qué puede ocurrir en el país a partir de ahora, en su vida política, en su vida económica y en su vida social: qué va a pasar con su gobierno, qué va a pasar con su moneda, qué va a pasar con su convivencia.

La campaña de la principal fuerza de oposición al kirchnerismo lució tan penosamente huérfana de ideas y propuestas como la del oficialismo. Sin embargo, la ciudadanía eligió a esa fuerza como instrumento para concentrar y reforzar el impacto de su NO. Esa oposición se equivocaría de medio a medio si confundiera el respaldo recibido con un SI a sus banderas, cuya diferencia con las del oficialismo resulta muchas veces difícil de decidir. El SI de los votantes hay que buscarlo en las terceras fuerzas: en el impresionante desempeño de Javier Milei y Victoria Villarruel en la Capital, en los más modestos de Florencio Randazzo y Juan José Gómez Centurión en Buenos Aires, y en infinidad de pequeños partidos en el resto de las provincias. Todos esos fueron votos decididamente afirmativos, y sugieren el rumbo y la naturaleza de la preocupación ciudadana.

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LO QUE VIENE­

­Quedan por delante dos largos meses hasta las elecciones legislativas de noviembre, y dos largos años hasta que el kirchnerismo complete su mandato. Son plazos demasiado extensos como para ser afrontados por un gobierno débil y carente de ideas, al frente de una economía amenazada desde todos los flancos, en medio de una maraña de subsidios imposibles de eliminar de la noche a la mañana, una emisión monetaria vertiginosa, una inflación indomable, y la bomba de tiempo de las leliqs, cuyo tic-tac aporta una estremecedora banda de sonido al escenario. Son problemas demasiado graves como para ser afrontados sin respaldo legislativo. ¿Alcanza un cambio de gabinete para cambiar el aire? ­

El columnista Carlos Pagni decía hace poco que las circunstancias se asemejan notablemente a las de los últimos meses de Alfonsín. Aunque no rozamos todavía la hiperinflación y la amenaza de saqueos es remota, ambas cosas figuran en el menú de los temores habituales, más allá de su probabilidad. Alfonsín debió entregar la presidencia antes de tiempo. ¿Será éste el destino que le espera a Alberto? Cristina ya debe haberse dado cuenta de que la única posibilidad de revertir la derrota, retemplar el espíritu de sus seguidores, y asegurar que el apellido familiar siga impregnando el destino argentino le exige admitir ahora el fracaso del alambicado experimento que inició hace dos años, y dar un paso al frente. La alternativa es marchar mansamente hacia el ocaso.­

Si la vicepresidente optara por blanquear las cosas y cargarse las responsabilidades del ejecutivo, debería hacerlo a tiempo como para reducir en noviembre la dimensión de la derrota y asegurarse cierto respaldo legislativo en los dos años de mandato que su sigla política tiene por delante. A su vez, obligaría a movimientos simétricos en las filas de sus rivales políticos, y Mauricio Macri se vería lanzado nuevamente al ruedo, para continuar el duelo con la viuda de Néstor Kirchner iniciado en el 2015. Sería para él una oportunidad dorada si quiere recuperar, como es evidente que quiere, un protagonismo que ahora le discuten Horacio Rodríguez Larreta, Patricia Bullrich y Facundo Manes. Cristina, a la que no le falta astucia, debe haber incorporado este dato también en sus cálculos para tomar una decisión. En el reñidero se siente cómoda.­