Desde mi punto de vista

Colchones inflables, minisubmarinos y tirolesas: 60 años del Muro de Berlín

En la madrugada del 26 de mayo de 1989 se podían ver sobre el cielo despejado de Berlín dos aviones. Estaban tripulados por los hermanos Bethke, protagonistas de una de las tantas historias de lucha por la libertad que enaltecen a la humanidad, sobre todo en los momentos en los que parece todo perdido. ­

Tenía apenas 7 años Ingo Bethke la noche del 13 de agosto del año 1961, cuando los oficiales de la República Democrática Alemana empezaron a levantar el muro, al principio bastante precario, con el que tardaron 24 horas en rodear los 155 kilómetros de frontera caliente. El 26 de mayo de 1975 Ingo se deslizó por un pequeño agujero en la valla esquivando la arena rastrillada que servía para revelar huellas de fugitivos a los guardias y los cables trampa que activaban los focos. Luego caminó a través de un campo minado muy lentamente usando una simple madera para detectar las minas hasta llegar a la orilla del Elba. En la costa infló un colchón de aire y remó silenciosamente con pánico de ser detectado por los barcos de la policía. En menos de una hora llegó a Berlín Occidental. Había escapado.­

Ingo continuó burlando al régimen con el fin de estar en contacto con su familia. Mensajes encriptados, remitentes falsos y toda clase de artilugios fueron utilizadas a lo largo de 8 años hasta que el 31 de marzo de 1983, su hermano Holger pensó otro método de escape, una tirolesa. Holger se entrenó durante meses. Con cautela terminó de bocetar el escape que requería ingresar a un edificio lo suficientemente alto del que disparó con arco y flecha un cable conectado a 200 metros por arriba del Muro de Berlín. Del lado de la libertad estaba Ingo, que conectó ese cable a la parte trasera de su auto mientras que Holger enganchó la otra punta a la chimenea del edificio y se lanzó al vacío con unas improvisadas poleas de madera. Pero el declive cedió dejándolo colgado en el medio. Entonces Holger subió las piernas hacia la cuerda y se arrastró hasta caer en Berlín Occidental. Ya estaba con su hermano.

 

Ingo y Holger nunca olvidaron a su hermano menor, Egbert. Para él idearon el escape más audaz. Durante 5 años ahorraron para comprar dos ultraligeros a los que pintaron estrellas soviéticas y aprendieron a volar. La dificultad de este plan tuvo varios intentos fallidos pero en la madrugada del 26 de mayo de 1989, Egbert Bethke se escondió en Treptower Park hasta ver los dos aviones, mientras uno volaba en círculos vigilando el área, el otro aterrizó y lo recogió. Habían pasado 14 años desde la última vez que vio a su hermano mayor, Ingo, que ahora lo rescataba desde el aire. Media hora después Ingo, Holger y Egbert se abrazaban en Berlín Occidental: `Pensé que nunca volvería a ver a mis hermanos, pero salieron del cielo como ángeles y me llevaron al paraíso'', relataba años después Egbert.­

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FRACASO COMUNISTA­

­Decía Jean François Revel, a propósito del Muro de Berlín: "Lo que marca el fracaso del comunismo no es la caída del Muro de Berlín, en 1989, sino su construcción, en 1961. Era la prueba de que el socialismo real había alcanzado un punto de descomposición tal que se veía obligado a encerrar a los que querían salir para impedirles huir''. 

Se cumplen en estos días 60 años de la construcción de la pared más infame, a la que los comunistas dieron en llamar "muro de contención antifascista'' tergiversando una realidad contundente: todo socialismo es una cárcel.­

Cuando se dividió Berlín la gente continuó circulando entre la parte oriental y la occidental. A pesar del historial soviético, al principio era cosa de conspiranóicos pensar en la posibilidad de amurallar una parte de la ciudad y el mundo se negó a ver lo evidente. Los más despiertos comenzaron la sangría que paulatinamente dejó a la RDA sin su población más productiva. Pero las autoridades soviéticas siempre negaron la posibilidad de un muro, y el mundo creyó.

Dado que el sistema socialista no tiene forma de no fracasar económica y socialmente, al poco tiempo las diferencias entre uno y otro modelo se hicieron evidentes y la RDA no podía contener el éxodo. El totalitarismo enloqueció con la existencia en Berlín de una frontera abierta entre el mundo socialista y el capitalista que, sin querer, llevaba a la población a hacer una comparación entre ambas partes de la ciudad. Si hubiesen continuado esas comparaciones y, en consecuencia la migración, la RDA hubiese dejado de existir y de ahí la barrera levantada el 13 de agosto que se hizo cada vez más grande, más controlada y más mortífera. El Muro de Berlín tenía kilómetros de cemento, alambre de púas, perros,  minas y guardias que disparaban a matar si sus compatriotas querían huir del paraíso. Y con eso y todo, no se detuvo la sangría.­

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DE TODO PARA HUIR­

­Los berlineses atrapados hicieron de todo para huir: Heinz Meixner se enamoró de Margarete Thurau mientras trabajaba en Berlín Oriental pero no se les permitió casarse y salir del país, así que alquiló un auto, le quitó el parabrisas y desinfló un poco las ruedas con la medida justa. El 5 de mayo de 1963 cruzó con su permiso de trabajo, buscó a su amada y frente al checkpoint aceleró haciendo pasar el coche por debajo de la barrera.­

En 1964 berlineses occidentales cavaron un túnel de 145 metros de largo, 12 metros de profundidad y 70 centímetros de diámetro que pasaba por debajo del muro gracias al cual 60 personas lograron huir, entrando por un baño y saliendo por una panadería. En 1963, una costurera hizo uniformes soviéticos para sus amigos, que escaparon en auto con ella escondida, luego de semanas de ensayar un saludo al estilo soviético. Utilizando un motor pequeño, un berlinés construyó un minisubmarino con el que cruzó a Dinamarca, navegando 25 kilómetros. En enero de 1965, seis personas se escaparon escondiéndose en el interior de un carrete de madera para almacenar cables eléctricos de la compañía BEWAG transportado en camión a través del control de Marienborn/Helmstedt. Con un globo de aire caliente, cosido caseramente, dos familias se fugaron en 1979 usando por toda instrucción, un manual. El trapecista Horst Klein escaló un poste de luz y comenzó a caminar por un cable hasta el Berlín Occidental. Es particularmente famoso el ciclista Harry Seidel como organizador de fugas ya que durante los primeros doce meses del levantamiento del muro, Seidel consiguió sacar de la Alemania del Este a su mujer y su hijo; y luego a dos docenas más de personas.

El ansia de libertad nos deja muchos más escapes bien documentados. Se llegaron a excavar 75 túneles y los que se embarcaban en estas misiones se arriesgaban a la prisión, la tortura y la muerte, para liberar a amigos, familiares y cualquier persona atrapada del otro lado. Tres décadas después de su construcción, frente al colapso del sistema, una multitud exigió que los guardias fronterizos la dejaran pasar al otro lado del muro, su destrucción permitió unir a las dos partes que había mantenido separadas durante casi 30 años.

Con cierta lógica, una ola de optimismo recorrió el mundo tras la caída del Muro de Berlín. Las dos ideologías que habían destrozado a Alemania estaban finalmente derrotadas, una en 1945 y la otra en 1989. El símbolo palpable de la tiranía más asesina, caía y los oprimidos eran liberados. Las huellas del horror todavía humeaban bajo los escombros de la pared infame, y ante semejante evidencia, ¿cómo podría la humanidad volver a caer en la trampa?

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UN PELIGROSO ERROR­

­Muchos fueron los festejos y recordatorios, años tras año, por la caída del muro. Pero la fecha en la que se erigió, ese momento en el que se levantó el Muro de Berlín ante una humanidad impasible, tiene menos prensa. Posiblemente ese sea el error, mirar sólo la caída, la parte del éxito y no el contexto infame de su construcción que representa el fracaso. Olvidar ese contexto de fracaso nos expone, 60 años después, al eterno retorno de la ideología a la que hay que reconocerle sus dotes adaptativas. Los múltiples envases en los que se presenta actualmente no deberían distraernos de su objetivo claramente reconocible: el ataque a la libertad, la sumisión colectivista y los individuos cosificados sujetos al poder omnímodo del Estado.­

El muro, además de una infamia, fue a la postre un experimento gigante. Tomó dos poblaciones idénticas, en idéntico territorio y con idénticas competencias tecnológicas y culturales y las separó por un par de generaciones modificando sólo el sistema de gobierno.

La occidental prosperó y la oriental se hundió en la miseria y la violencia. El muro fue la expresión de la impotencia soviética frente al fracaso político, económico e ideológico del comunismo. Nadie nunca hizo el camino en la dirección opuesta: la gente huyó siempre de los infiernos socialistas

Pero, como señala Revel: "Es un deshonor para Occidente que el Muro fuera, a fin de cuentas, derribado por las poblaciones sojuzgadas por el comunismo en 1989 y no por las democracias en 1961, cuando hubiera sido tan fácil que ocurriera". Esa es la clave, la fecha que hay que mirar es la de la construcción para entender los escasísimos anticuerpos que tiene la sociedad para defenderse del totalitarismo comunista. Las palabras de Revel suenan lacerantes en la actualidad donde una sombra se cierne sobre el Occidente democrático. Nuevamente, con una extendida complicidad de la intelectualidad, la política, la academia y los medios masivos, la sociedad occidental desconoce la experiencia y los valores que triunfaron tras el colapso del comunismo en lo que parece un suicidio colectivo. Hoy, el modelo social más justo, libre y próspero de la historia, está siendo cuestionado por quienes veneran el fracaso asesino. Los que perdieron se están vengando.­

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LA CONTRAOFENSIVA­

­Decía Revel que luego de la caída del Muro, existió una poderosa contraofensiva de la vieja izquierda con el fin de borrar e invertir las conclusiones de la implosión del imperio soviético. Para el genial francés, esta contraofensiva buscaba reeditar "la utopía". Es bien interesante lo que plantea ya que según explica Revel, "la utopía no está sujeta a ningún resultado obligado, dado que su única función es permitir a sus adeptos condenar lo que existe en nombre de lo que no existe''. 

Con meridiana claridad, Revel describe con décadas de antelación lo que está ocurriendo poco más de medio siglo después. Los cultores de la ideología por lejos más asesina y fracasada de la historia, vuelven a la escena política a criticar al sistema que sacó adelante a la humanidad, le dio confort y amplió su expectativa de vida. 

Todo les parece mal: la cultura es opresiva, la tecnología es mala para el planeta, las artes atentan contra la sensibilidad de las minorías, el amor estigmatiza, el humor es dañino, la familia es la base de la decadencia y la riqueza es un mal que debe ser controlado y gerenciado por un grupo de expertos iluminados. No hay un aspecto constitutivo de la cultura occidental que no tengan en la mira.

Antes de la fatídica noche del 13 de agosto de 1961 el mundo era escéptico de que un delirio procaz como un muro de 155 km de extensión podría ser posible. Y mucho menos pensaban que ese delirio podría mantener presa a la población por 30 años. El actual escenario internacional de nuevo es tolerante y cómplice con una ideología que vuelve a vender la utopía que periódicamente proclama el colapso capitalista. Ya cansan con la alarma mundial maniquea y, de nuevo también, proclaman la necesidad urgente de un reinicio social diseñado y manejado por unos pocos iluminados. Lo explica mejor Revel cuando dice: "En el fondo, el reino del comunismo no es de este mundo, y su fracaso, aquí, en la tierra, es imputable al mundo, no a la idea comunista''.­

Se cumplen 60 años de la construcción del Muro de Berlín y otra vez sopa. De nuevo lo inimaginable, lo que de ninguna manera iba a pasar, está pasando. De nuevo la circulación es un privilegio. De nuevo la libre expresión está vigilada. De nuevo afloran las vallas y los estados de emergencia. De nuevo los iluminados nos salvan de los riesgos de nuestra propia libertad. Esto ya lo hemos vivido antes. Por suerte, siempre tendremos a mano colchones inflables, minisubmarinos y tirolesas.­