Con perdón de la palabra

Lole Reutemann

Ha muerto Carlos Alberto Reutemann. Vayan estas líneas en su memoria.

Gobernaba el general Juan Carlos Onganía que, dicho sea de paso, fue uno de los mejores presidentes que tuvo la República en los últimos años, el doctor Santiago de Estrada ocupaba la Secretaría de Estado de Promoción y Asistencia de la Comunidad (SEPAC) y yo formaba parte de su gabinete.

Y fue entonces cuando, junto con YPF y el Automóvil Club, se resolvió costear la excursión a Europa de Reutemann, Benedicto Campos y un motociclista apellidado Caldarella.

Reutemann compitió en Fórmula 2, ganó varias carreras y pasó a ser muy respetado por sus condiciones de piloto, su seriedad profesional y sus conocimientos de mecánica. Estos últimos lo transformaron en un excelente probador de autos, cuya opinión era tenida muy en cuenta por sus constructores.

Aquí, en cambio, no se lo valoró debidamente. Porque no ocupó el primero sino el segundo puesto en un campeonato mundial. Como si no fuera importante ser subcampeón del mundo. Y  porque tuvo la mala fortuna de quedarse sin combustible muy cerca del final, en un Gran Premio disputado en Buenos Aires, debido a una avería en la toma de aire del coche. Aunque nadie osó poner en duda sus capacidades profesionales.

Concluida su carrera de automovilista, el entonces presidente Carlos Saúl Menem tuvo el acierto de iniciar a Lole en la política. Duhalde le ofreció la candidatura por el Partido Justicialista a presidente, pero no aceptó. Aunque tenía todas las de ganar. Y quizá por eso.  

En cambio fue gobernador de Santa Fe y senador nacional.

Siendo gobernador, recorría la provincia en su motocicleta, trabajó junto a los operarios municipales, pala en mano, para cavar zanjas con motivo de una inundación. Y, cierta vez, llegó en moto a una comisaría del interior de la provincia y advirtió que allí se estaban cometiendo ciertas irregularidades, que no recuerdo en qué consistían.  Aplicó las sanciones del caso y dejó pasar algún tiempo. Volvió a la comisaría y descubrió que las irregularidades se seguían llevando a cabo. Para evitar lo cual hizo desmontar la puerta de la misma,  a fin de que los vecinos del pueblo ejercieran el control de lo que allí ocurría.

Reutemann fue un hombre de bien. Condición bastante poco frecuente que bastaría para justificar su elogio.