En el discurso de lanzamiento de una campaña política se lee lo siguiente: "No podemos permitir que el miedo nos paralice''. Llama la atención esta frase pues, además, está dicha por un médico neurólogo.
El miedo es algo valioso, y necesario, que los humanos tenemos. En lugar de paralizar es un toque de atención que brinda el psiquismo a efectos de provocar un estado de alerta que permita tomar una decisión superadora de la situación.
Podemos comparar al miedo con un semáforo titilando en amarillo en una esquina durante una noche de tormenta. El semáforo no está allí para que uno quede paralizado. ¡Todo lo contrario! Ese titilar en amarillo es lo que hace que se produzca el estado de alerta necesario para que la persona que conduce el vehículo ponga atención antes de cruzar, observe que no haya peligro y, luego, .¡cruce la avenida y siga su camino!
El Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) brinda dos definiciones para la palabra miedo. Una es: "Angustia por un riesgo o daño real o imaginario''. La otra dice: "Recelo o aprensión que alguien tiene de que le suceda algo contrario a lo que desea''.
Podemos definir, entonces, al miedo como un estado emocional, necesario para la correcta adaptación de la persona al medio que lo rodea.
Hasta en la Biblia aparece el miedo como algo que lleva a producir cambios, movimientos, acción y nunca parálisis. Recordemos: "Y llamó Dios, el Eterno, preguntándole: `¿donde estas?' Y respondió: `He oído tu voz en el huerto, y tuve miedo, porque estoy desnudo; por eso, me escondí''. (Génesis 3:9 - 10).
El miedo no provocó parálisis en Adán sino el movimiento requerido para esconderse.
El sabio Carl G. Jung -creador de la Psicología de los Arquetipos- escribe en El Libro Rojo: "