CLAVES DE LA PANDEMIA

Todo este horror era perfectamente evitable

``La culpa no es de nuestra estrella, querido Bruto, sino tan solo nuestra''.

Shakespeare, `Julio César', Acto I, Escena II.


Hace dieciocho meses, se desató en el mundo una catástrofe comparable con la Primera Guerra Mundial, o con la caída del Imperio Romano, en medio de estruendos sordos, escenarios oscuros, islas brumosas y terrores insondables. Como en las novelas de R.H.Lovecraft, el temor es hacia algo invisible, inaudible, ineludible, solamente comparable con el miedo a la radiación atómica. Los horrores de la fisión nuclear fueron intuidos y descriptos por R.H. Lovecraft con mano sublime mucho antes de que se produjeran. Pero me atrevo a afirmar que también se adelantó al temor pánico provocado en todo el planeta por el coronavirus Sars-2 (también llamado covid-19) aparecido en la ciudad china de Wuhan el 17 de diciembre del 2019, cuando moría el otoño septentrional y los descendientes del mítico Emperador de Jade se preparaban para festejar, como desde hace 4.700 años, el Año Nuevo Lunar Chino. Terminaba, con el Cerdo de Tierra (en retirada), un ciclo mitológico chino de sesenta años de duración, y se iniciaba, con la Rata de Metal (en avance) otro nuevo ciclo mitológico chino de sesenta años. No había buenas señales en el Cielo para este tránsito, como lo reflejó certeramente una famosa astróloga argentina, a mediados de 2019: ``No será una despedida cordial -escribió Ludovica Squirru- por lo contrario, la Rata de Metal marcará un adiós abrupto, inesperado, caótico e irracional''. De estas exactas palabras, tal vez la más desoladora y terrible haya sido la última: irracional, porque la irracionalidad ha marcado a fuego esta espeluznante pandemia, desde sus primeros minutos hasta el momento actual.

Justamente, el terror y la irracionalidad fueron los motores inexorables e inapelables que convirtieron la aparición de un simple virus, no demasiado distinto de otros anteriores, en una catástrofe mundial inédita, donde se cerraron las puertas y las fronteras de todo el planeta y se confinaron a millones de seres humanos a una imprevista miseria, desolación, locura y muerte.

Cuesta entender, cuando se ven ciudades asoladas, como en la City porteña, con cientos de comercios ya no solamente cerrados, sino directamente vacíos, cuando se recorren cuadras y cuadras con persianas bajas en su casi totalidad, cuando se piensa en chicos que se han quedado sin clases durante más de un año, en los muertos enfermos con covid-19 que pasaron al Más Allá sin poder estrechar la mano de sus seres queridos, ni recibir de ellos una mirada, ni poder escuchar su voz, solamente porque un atroz ataque de pánico irracional justificó tanta soledad, ruina y miseria, resulta muy difícil aceptar que esta gigantesca catástrofe humanitaria, social y económica, pudo y debió haberse evitado.

Los escombros y las muertes, por asombrosas que fueren, no deben ocultar la enorme catarata de errores humanos que nos condujeron al siniestro panorama actual.

Para determinar esta verdad, los sociólogos y periodistas contamos con dos instrumentos irrefutables: el primero, las cifras de muertos con covid-19 (por millón de habitantes) en cada país del planeta. Y el segundo, la investigación independiente ordenada, a fines del 2020, por la Organización Mundial de la Salud -OMS- bajo la conducción de dos personalidades políticas de primera magnitud. Las señoras Eilen Johnson Searleaf, ex-presidente de Liberia; y Helen Clarke, ex-primer ministro de Nueva Zelanda. Para ello, ambas funcionarias condujeron un Panel Independiente de Preparación y Respuestas a la Pandemia.

Podemos afirmar, con autoridad, que tanto las cifras de muertos por millón de habitantes de cada país, como las conclusiones de este formidable Panel Independiente fueron contestes en probar que esta catástrofe mundial pudo ser evitada perfectamente. Casi podría decirse que hubiera sido mucho más fácil evitarla que implantarla, pero eso ocurre con la mayoría de las grandes tragedias humanas.

LAS DESNUDAS CIFRAS

Concentrémonos ahora en las desnudas cifras. No todos los países han actuado igual, para nada. Para una docena de naciones ubicadas alrededor del Mar de China (tanto el Septentrional, como el Meridional) y sus adyacencias, fue como si esta pandemia de coronavirus no hubiera existido, pues sus cifras de muertos por millón de habitantes son absolutamente bajas. Este mar constituye, como se ha señalado en un artículo anterior, el epicentro virtuoso de la lucha mundial contra el covid-19 y sus distintas cepas.

Por lo contrario, se ubica, casi en sus antípodas, en el Atlántico Norte: el ``epicentro fatal de la pandemia'' pues las naciones situadas alrededor de este Océano, muestran las peores cifras de muertos por coronavirus (por millón de habitantes), de todo el planeta. Los países europeos, seguidos muy de cerca por las naciones americanas, se han convertido en los líderes de esta horrible pandemia, de esta tragedia sanitaria, social y económica cuyas ruinas se levantan urbi et orbi en casi todos los países de ambas regiones, incluida la Argentina, por supuesto.

El Mar de China, compuesto por dos mares diferenciados: uno llamado Mar de China Meridional, desde Indonesia y Malasia hasta el Estrecho de Taiwán; el otro llamado Mar de China Septentrional, u Oriental, desde Taiwan hasta Corea del Sur y Japón. Si se consideran ambas partes, por el Mar de China transita actualmente la tercera parte del comercio mundial internacional. Sobre el Mar de China Meridional tienen costas, además de China continental: Malasia, Indonesia, Singapur, Tailandia, Camboya, Vietnam, Taiwán y las Filipinas.

Un poco más lejos del Mar de China, pero no demasiado, ya en el hemisferio sur, hay otros dos países importantes en lo referente al comportamiento virtuoso: Australia y Nueva Zelanda. Son doce países donde la pandemia no causó ningún estrago importante, ni en vidas ni en pérdidas económicas.
Ahora bien, el covid-19 había sido detectado fehacientemente el 17 de diciembre de 2020, en el corazón del territorio continental chino, en la moderna ciudad de Wuhan (once millones de habitantes), capital de la próspera provincia de Hubei, a orillas del Río Yangsé (Río Largo), uno de los cuatro más largos del mundo. Sobre el extenso delta de este caudaloso y extenso curso fluvial, cerca de su desembocadura en el Mar Septentrional de China, se yergue la espectacular ciudad de Shanghái, con 24 millones de habitantes, capital económica de China y rival de Pekín, capital gubernamental del país más poblado del planeta.

Pues bien, ha ocurrido algo importantísimo: en todas las naciones que rodean ambos mares de China, es como si la pandemia del covid-19 casi no hubiese existido. Por lo menos en cuanto a sus efectos. 

Veamos primero las cifras de muertos por coronavirus, durante el último año y medio, de los ocho países que rodean este Mar de China Meridional:
En primer lugar, por lejos, con menor cantidad de muertos figura Vietnam, un país de 96 millones de habitantes, con solamente sesenta y una (61) víctimas fatales en total, lo cual arroja dos muertos por cada tres millones de habitantes; o sea, el 0,63 por millón. Luego tenemos a Singapur, una República formada por 63 islas situadas entre Indonesia y Malasia. Pues bien, esta nación, con 5,7 millones de habitantes, tuvo solamente 34 muertos en total, lo cual arroja una cifra de 6 muertos por millón de almas.

Tercero se ubica la Isla de Taiwán, con una superficie semejante a la de la provincia de Misiones (unos 30.000 km.2) y 23,5 millones de pobladores, con solamente 497 fallecidos, lo cual arroja 21 muertos por millón de almas. 

Cuarto, Tailandia, con solamente 22 fallecidos por millón de habitantes, en una población de 70 millones. Quinto, Camboya, con 387 muertos en total; es decir, 24 óbitos por millón de habitantes, y una población de 16 millones. Sexto, Malasia, con 129 muertos por millón de habitantes (32 millones de pobladores en total). Séptimo, Indonesia, con 199 óbitos por millón de almas (270 millones de habitantes en total).

Si se deja al Sur el Estrecho de Taiwán, límite natural entre ambos mares de China, se accede a los países con costas sobre el Mar Septentrional (también llamado Mar de China Oriental), donde aparecen dos naciones testigo muy importantes. Corea del Sur, con solamente 38 fallecidos por cada millón de pobladores (sobre un total de 52 millones de habitantes). El segundo, Japón, que tuvo en estos quince meses poco más de 14.000 muertos por covid-19. Pero, como tiene una población de 126 millones de almas, el promedio de óbitos alcanzó a solamente 113 muertos por millón de habitantes. 

A estos países cabe agregar dos más, cuyas costas no dan sobre el Mar de China, pero también están en su área de influencia: Australia y Nueva Zelanda. 

Pues bien, durante estos últimos dieciocho meses, Australia reportó, en total, 910 fallecidos por coronavirus. Como su población alcanza a 26 millones de almas, tuvo 36 víctimas fatales por millón de habitantes.

En el caso de Nueva Zelanda, las cifras son aún más bajas pues, en el período considerado, registró 26 muertos en total, lo cual arroja una cifra de 5 víctimas fatales por millón de habitantes. 

EPICENTRO FATAL

Es posible comparar el paraíso virtuoso con epicentro en el Mar de China, contra las notorias catástrofes registradas en el resto de las naciones del mundo, especialmente en las naciones que rodean al Océano Atlántico Norte, convertido, por obra y gracia de los resultados, en el ``epicentro fatal de la pandemia'' debido a las pésimas cifras de toda esa región, con Europa al Oriente, América del Norte al Occidente y el Brasil cerrando el extremo Sur de ese Océano.

Comencemos por Europa, dueña de algunos de los peores guarismos de muertes por millón de habitantes de todo el planeta.

En el continente europeo, el país abanderado en fallecimientos, lamentablemente, porque es un triste privilegio, lo constituye Hungría, con 3.064 muertos por millón de habitantes. Entre paréntesis se agrega su población actual. En el caso del país Magyar, tiene 10 millones de almas, como se decía antiguamente. Lo siguen, entre los peores resultados: República Checa, con 2.827 fallecidos por millón (11 millones); Bosnia Herzegovina, con 2.888 óbitos (3,3 millones); Macedonia del Norte, 2.636 muertos (2 millones); Bulgaria, con 2.580 óbitos (7 millones); (Bélgica, con 2.178 fallecidos (11,6 millones); Italia, con 2.131 óbitos (60 millones); Croacia, con 2.011 muertos (4 millones); Polonia, con 1.966 óbitos (38 millones); Reino Unido, con 1.912 fallecidos (68 millones); España, con 1.702 muertos (48 millones); Portugal, con 1.657 fallecidos (10,3 millones); Francia, con 1.644 óbitos (65 millones); Rumania, con 1.653 muertos (19 millones); Suecia, con 1.411 fallecidos (10,4 millones); Grecia, con 1.162 muertos (11 millones); Alemania, con 1.083 óbitos (83 millones); y Dinamarca, 434 fallecidos (5,8 millones).

Hay dos excepciones en Europa que confirman la regla: Finlandia y Noruega, cuyas cifras muestran a las claras que no era necesario estar junto al Mar de China para tener una conducta exitosa frente al coronavirus, sino simplemente hacer las cosas bien, tanto en materia sanitaria como social y política. 

Noruega tiene 783 fallecidos en total, lo cual representa 147 óbitos por millón de habitantes (5,4 millones) y Finlandia, 946 muertos en total, 174 fallecidos por millón de almas (5,5 millones). Son cifras resplandecientes dentro de un continente europeo sumido en negras tinieblas.

EN AMERICA

Si dejamos la margen europea del Atlántico Norte, y pasamos a su margen occidental, en América, arrancamos con las cifras, digamos razonables, de Canadá (básicamente en comparación con las de Europa y gran parte de América), con 683 muertos por millón de habitantes (tiene 38 millones de población total) pero, en seguida se descuelgan las de los Estados Unidos, con 1.828 muertos por millón de habitantes (335 millones de población), México con 1.803 fallecidos (128 millones de habitantes en total) y cierra Brasil, en el extremo sur del Atlántico Norte, con 2.335 muertos (213 millones de población nacional). 

En total, sobre la margen occidental del Atlántico Norte existen más de 700 millones de personas con un promedio superior a los 1.800 muertos por millón de habitantes. 

Lamentablemente, Europa ha seguido siendo, por inercia, el lugar de referencia de las más frecuentes miradas del continente americano. Comenzó con el desastre sanitario en el Norte italiano, con los cientos primero y miles de muertos después, provocados por este coronavirus, en condiciones de terror colectivo. 

Peor aún, en la primera etapa de esta angustiante enfermedad, la OMS solamente recomendaba la ingesta de paracetamol, un simple calmante de dolores leves. ``Vuelva cuando se sienta peor'', parecía ser el consejo repetido urbi et orbi. Y efectivamente, cuando los pacientes se sentían peor, acudían a terapias cuyos resultados se mostraban demasiado alejados del éxito. En el caso de los respiradores mecánicos, por ejemplo, cuando los pacientes tenían crecientes dificultades para respirar y eran finalmente intubados, se encontraron que, en esos angustiosos primeros tiempos, a principios del 2020, morían nueve de cada diez pacientes tratados con respirador.

Nuestro hilo de Ariadna, las cifras de muertos por millón de habitantes, mostrarán ahora la mortalidad del Sars Cov-2 en los países sudamericanos más poblados.

  • * Brasil, 2.360 muertos por millón de habitantes (213 millones de población total).
  • * Perú, 2.360 fallecidos por millón de almas (33 millones).
  • * Argentina, 1.953 óbitos por millón de pobladores (45 millones).
  • * Colombia, 1.948 muertos por millón de habitantes (51 millones). 
  • * Chile, 1.630 fallecidos por millón de habitantes (20 millones).
  • * Paraguay, 1.579 óbitos por millón de almas (7,3 millones).
  • * Uruguay, 1.488 muertos por millón de habitantes (3,5 millones). 
  • * Bolivia, 1.383 muertos por millón de pobladores (12 millones). 
  • * Ecuador, 1.226 fallecidos por millón de almas (18 millones). 

Realmente, son cifras para el olvido. Pueden compararse a la par con muchas naciones europeas, pero no resisten la menor comparación con las cifras de los estados que rodean al Mar de China.

LAPIDARIAS CONCLUSIONES

Ante una resolución de la Asamblea General de la Organización Mundial de la Salud -OMS- las autoridades de este organismo internacional designaron a dos estadistas intachables para conducir una exhaustiva investigación sobre el comportamiento de la OMS. Las elegidas fueron las señoras Eilen Johnson Searleaf, ex presidente de Liberia; y Helen Clarke, ex primer ministro de Nueva Zelanda. Bajo su dirección, un importante grupo de expertos internacionales investigó durante ocho meses las principales fallas detectadas en el sistema mundial de salud, factores fundamentales para poder entender la sumatoria de errores de todo tipo (``miríadas de errores'', dice el informe final) causantes de este rotundo fracaso, cuyas pérdidas económicas, sin ir más lejos, consideran que superarán los daños producidos por la Segunda Guerra Mundial.

Pero hay otra conclusión mucho más grave: ``Esta pandemia era perfectamente evitable si se hubieran utilizados los parámetros científicos en uso y la experiencia recogida en pandemias anteriores.''

Es importante destacar que este informe es completamente independiente de las actuales autoridades de la OMS y, por lo tanto, tuvo completa libertad científica para juzgar los comportamientos de todos los involucrados, sin parar mientes en su poder ni en su jerarquía. 

EL ERROR GARRAFAL

Desde hace miles de años, los centinelas cumplen una misión vital en todos los ejércitos: avisar sobre la presencia del enemigo. Da lo mismo que se luche contra un incendio, contra una peste, un grupo de delincuentes o un grupo armado: la alerta temprana resulta fundamental. Los médicos, en ese punto, han acuñado una frase axiomática: es preferible prevenir a curar. Y ahora vamos a entrar de lleno en la etiología, en el estudio de las causas de esta pandemia.

Se trata de un coronavirus, un SARS, porque produce un síndrome agudo en el aparato respiratorio y, si no es tratado a tiempo, puede dar paso a enfermedades concomitantes muy peligrosas, como la neumonía doble, o trombosis asociadas que, sobre todo en pacientes de edad avanzada o con morbilidades pre existentes, pueden ocasionar su inexorable muerte.

Como se sabe, los primeros indicios de este nuevo peligro comenzaron en la muy moderna ciudad de Wuhan que tiene, entre otros motivos de orgullo, un Laboratorio de Biología Molecular de máximo nivel, cuyas siglas internacionales, en inglés, dicen BSL-4 (Bio Safety Level-4) inaugurado en 2017. 
Pues bien, a mediados de diciembre, el doctor Li Wenliang, un oftalmólogo de la ciudad de Wuhan detectó la presencia de un nuevo coronavirus muy parecido al Sars 2 que había hecho estragos durante los años 2002/3. Pero las autoridades no quisieron saber nada con el inocente centinela. La policía china allanó su consultorio y su domicilio y le obligó a firmar una declaración donde afirmó que ``había mentido y había propalado informaciones falsas sobre un nuevo coronavirus''.

Comenzó un enero para el olvido, donde finalmente se interrumpieron durante casi dos semanas las comunicaciones entre las autoridades sanitarias chinas y la comunidad científica internacional. La Organización Mundial de la Salud -OMS- comenzó a hacer agua para todos lados, liderada por el biólogo etíope Tedros Adhamon Ghebreyesus, de gran relación con las autoridades chinas.

El 14 de ese mes, informaron al mundo que ``las informaciones preliminares llevadas a cabo por las autoridades chinas NO han encontrado evidencias claras de transmisión entre humanos del nuevo coronavirus identificado.'' El 16 de enero comienza a desandar ese camino de negaciones y acepta que, en algunos casos, es posible que haya transmisión del nuevo virus entre humanos. El 19 de enero la OMS acepta el contagio entre personas, pero no declara la existencia de una emergencia internacional.

Finalmente, el 23 de enero, las autoridades chinas deciden el confinamiento de los once millones de habitantes de Wuhan. Es la primera vez, en la Historia Mundial de la Medicina, que se aísla a los sanos en lugar de confinar a los enfermos. Quedan todos prácticamente con arresto domiciliario. Se suspende el transporte público. También se prohibe la circulación de automóviles particulares salvo con salvoconductos muy especiales de fuerza mayor. Todo esto cuarenta y ocho horas antes del comienzo del Año Lunar Chino.

Unos días más tarde, es confinada la población de otras quince ciudades importantes de la provincia de Hubei, con lo cual el número de personas confinadas en Wuhan y su zona de influencia alcanza a 57 millones de personas, la cuarentena sanitaria más grande de la historia universal.

La OMS, apremiada por la inesperada política de hechos consumados de China, termina aplaudiendo las medidas de ese gobierno.

Sin embargo, comete por lo menos dos errores más: el primero de febrero informa que ``el contagio entre personas asintomáticas es muy rara y no debe considerarse como un gran impulsor de la transmisión de la enfermedad''.

En el segundo, declara que el uso de barbijos no es importante, salvo en el caso de los pacientes internados. Exactamente lo opuesto a lo descubierto en todo el mundo poco tiempo después.

Entre idas, vueltas y contradicciones, luego de dos meses completos de demoras (enero y febrero) la alerta temprana se convirtió en alerta muy tardía.

Pero no para los países que rodean el Mar de China. Todos tenían excelente información sobre lo que estaba ocurriendo en China, conocen perfectamente cómo actúa el Partido Comunista Chino, y también cuáles medidas eran fundamentales para luchar con un coronavirus de estas características. Por supuesto, no perdieron el tiempo en aislar sanos, sino en poner todo su esfuerzo en detectar y confinar infectados, usar los métodos tradicionales antiinflamatorios para la primera etapa virósica y complementar con antibióticos y corticoides si el paciente se agravaba.

Por eso este informe de la OMS pone el acento en el olvido de muchos gobiernos de muy sensatos consejos médicos nacidos de la experiencia.
Las pruebas al canto, los países que actuaron bien, tienen muy pocos casos mortales. Y el resto, bueno, está librado a la suerte de las vacunas y a que traten de aprender de los países que usan las terapias adecuadas.