EL RINCON DEL HISTORIADOR

El general Mitre y Juan Gregorio de Las Heras

Cuando el general Bartolomé Mitre llegó a Santiago de Chile visitó entre otros al general Juan Gregorio de Las Heras, una gloria de la campaña sanmartiniana. “En su sereno retiro”, vivía el héroe que salvó la artillería en Cancha Rayada en San Diego unos de los barrios más apartados de la ciudad; debía atravesarse una magnífica alameda para llegar a la casa de “arquitectura de la época colonial” en la calle que lleva el nombre de Arturo Prat.  “Donde vivía y murió el capitán ilustre y libertador de tres Repúblicas, republicano sencillo y desinteresado, que siendo uno de los héroes más notables de la epopeya de la independencia argentina, vivía tranquilo en el retiro, sin espada, sin poder y sin fortuna”.

Así la describe nuestro visitante:

“Penétrase en ella por un ancho portal que conduce a un vasto patio, especie de plaza de armas, donde podría acampar cómodamente el famoso batallón 11, que tantas veces condujo a la victoria. Hacia la derecha se encuentra una ancha escalera que va a dar a una galería alta que rodea parte del segundo patio, ocupado por un melancólico jardín en cuyo centro se elevaba, en aquella época un pino marítimo que, batido desde temprano por los vientos habían tenido que apuntalarlo. La primera puerta que se encuentra es la pieza, donde habitualmente recibía el general. Sencillamente amueblada, era, a la vez, su sala de recibo, su gabinete de estudio y su cuarto de descanso. Allí se veían sus libros, que siempre se ocupaba de leer, el sofá donde reposaba de sus dolencias y la mesa donde escribía sus cartas y sus apuntes históricos, siendo de notar que en aquella estancia, que tenía de la autoridad militar, no se veía ningún trofeo, ningún arma, nada que recordase que el que la habitaba era un héroe que manejó la espada y rigió ejércitos como general…”.

Cuando Mitre que era presidente de la República le envió a Las Heras la biografía que de él había escrito en 1864, el guerrero de la independencia le dijo: “;e asombra, señor general, que en una laboriosa tarea como debo suponer en Ud., pueda Ud. tomar tiempo y aún memoria para hacer descripciones tan detalladas de mi casa habitación y aún de los árboles que había en ella”.

En una de esas visitas, Mitre fue testigo de la presencia de “un anciano de exterior algo adusto, que tenía cerca de si las muletas en que se acompañaba para caminar y a quien el general presentó como amigo y compatriota. Era don Manuel Barañao, argentino, coronel de Húsares del Rey en las campañas de Chile. Reputado por los españoles como una de las primeras espadas del ejército hispánico, a su ausencia en el campo de Chacabuco atribuyen la pérdida de la batalla”.

Mitre quedó impresionado de aquella intimidad de esos hombres, que habían militado bajo banderas y causas completamente opuestos; “encontré grande y noble aquella reconciliación, efectuada al final de sus años, cuando el uno podía gozarse en el fruto de sus gloriosas fatigas y el otro podía vivir tranquilo a la sombra de la ley que había combatido”. Que ejemplo a imitar por los hombres que militan en bandos diferentes en la política actual.

A los ojos de Mitre refiriéndose a Las Heras agregó: “Encontré que el héroe era más grande aún, visto a través de la historia, como había encontrado que el hombre era más interesante visto de cerca, despojado de los prestigios externos que hacen a veces aparecer a los poderosos más grandes de lo que realmente son”.

Muchas personas le pidieron a Las Heras los apuntes de sus servicios para escribir su biografía y también Mitre, según le escribió a don Domingo de Oro a los primeros “me he negado del todo” en cuanto al segundo pensaba “cuando mi salud me lo permita” revisar un gran legajo de papeles, apartar lo útil y formar un paquete para su albacea lo remitiera a Buenos Aires. Su salud estaba resentida por una dolencia crónica, cálculos al riñón, que en una oportunidad eliminó 97 piedras por vía urinaria quedando postrado. A ello agregó en esa carta a Oro: “el 20 de abril pasado (1856) fui atacado del mal de piedras de que adolezco y aunque logré si el tratarlo con mucha pérdida de sangre, a ésta le siguieron muchas convulsiones, fiebre y la formación de un tumor entre las dos vías que fue preciso abrir y del que resultó hincharme toda la pierna izquierda desde el cuadril, costándome esto tres meses y medio de cama, y aunque con los medicamentos se logró deshinchar el muslo, hasta ahora, que ya van más de nueve meses, no he podido lograr lo mismo desde la rodilla hasta la punta del pie. El 1º del corriente he vuelto a arrojar una piedra mayor, aunque con menos trabajo, por su figura, que la anterior, y con esta alternativa tengo que pasar mis días sin moverme de casa y con la pierna estirada sobre un sofá. Basta de miserias”.

Hablaba muy pocas veces de sus campañas afirma Mitre, y casi nunca su participación en ellas, “no obstante poseer cierta elocuencia militar y expresarse con animación y colorido toda vez que la corriente de la conversación lo llevaba insensiblemente a ocuparse de la guerra de la independencia”. Sabemos que lo acompañó una vez “al memorable campo de batalla de Maipo, a lo que se prestó de buena voluntad, como un homenaje al general San Martín, del cual se ocupaba con frecuencia y siempre con admiración y respeto”. 

Las Heras falleció en febrero de 1866 en Santiago de Chile, cuarenta años más tarde sus restos llegaron al país. Mitre estaba en la guerra de la Triple Alianza al frente del ejército, Marcos Paz ejercía la presidencia; pero el nombre de Las Heras ya estaba en la nomenclatura argentina. El gobernador Mariano Saavedra el 24 de octubre de 1864 dividió la campaña de la provincia de Buenos Aires al interior del Salado en cuarenta y cinco partidos, y por decreto reglamentario del 24 de febrero de 1865 dio nombre a los ocho nuevos que se crearon entre ellos el de Las Heras.

Su descendencia hizo honor a esa modestia del prócer, su última nieta María Teresa de Las Heras, refirió Marcos A. Roca, a la que tuvo “ocasión de conocer y tratar con cierta asiduidad era una viejecita encantadora, que afrontaba animosamente y hasta con una risueña conformidad las estrecheces de una situación harto modesta”. Mitigaba esa soledad un joven sobrino Sergio Martínez Baeza, hoy figura destacada en Chile, historiador, académico, diplomático y autor de una biografía del prócer que nos honra con su amistad.

El 30 de setiembre de 1873 el general Mitre en su discurso a la juventud, señalándole su misión histórica en la renovación de las fuerzas sociales recordaba al prócer con estas palabras plenas de vigencia: “En lejanas playas he conocido al general Las Heras, uno de los más gloriosos representantes de aquella generación que dio la independencia a la América del Sur, y recordando los heroicos días  de su juventud, siempre le vi animado de la esperanza de que la juventud de su patria no desmereciera del esfuerzo de sus mayores y antes de cerrar sus ojos para siempre tuvo la satisfacción de ver realizada su esperanza”.