Después de la pandemia, más cuarentena económica obligatoria

Todo hace suponer que la economía y las condiciones sociales empeorarán, cualquiera fuese el resultado de las elecciones de medio término.

Cotidianamente se lee y escucha a economistas y politólogos explicar que la estrategia del gobierno consiste en demorar el ajuste –así se denomina aparentemente a la práctica de ser responsable en el manejo de la cosa pública– hasta después de las elecciones. De ese modo, el oficialismo se aseguraría el éxito electoral, continúa la profecía, para luego hacer buena letra. 

Semejante afirmación tiene implícita la creencia, la esperanza o la promesa, de que luego de las elecciones se arreglará con el Fondo, el Club de París, bajará el riesgo país, se pondrá una cuota de cordura en el gasto del estado, los subsidios y el dispendio, y se dejará de jugar a los chicos malos y estúpidos prohibiendo exportar, midiendo la altura de las góndolas y confiscando con más y más impuestos, cambios con lo que se espera que lentamente vuelvan la inversión y el empleo. O persiguiendo a los comerciantes para ahorcarlos con alambre de fardo, como quería Perón. También significa creer que luego de superar ese Rubicón, (o ese obstáculo electoral como alguna vez definiera la gran demócrata que gobierna hoy los destinos del país) se adoptarán políticas más coherentes, ortodoxas y efectivas, tanto presupuestarias como en otros aspectos de la economía. Y conlleva, se asume, la suposición de que entonces habrá un recambio de funcionarios en todas las áreas, condición evidentemente imprescindible para que la Administración Pública vuelva a funcionar como un estado serio y a inspirar algún tipo de seguridad jurídica y respeto. 

Estimada lectora, es el triste deber de esta columna advertirle que nada de eso pasará. Se llegará a las elecciones con la economía y el país puestos de cabeza, haciendo malabarismo de limpiavidrios de esquina con los gremios, los precios, los sueldos, los muertos, la inflación, robando las ganancias privadas, fundiendo pymes, escondiendo la basura debajo de la alfombra, sin clases y suplicando dádivas de vacunas y períodos de gracia de los países que tanto odia el Frente de todos. Y después todo seguirá igual o peor. 

Ajuste mal parido

En término del gasto, el país ha hecho en este año y medio lo que se llama despectivamente el ajuste. Un ajuste presupuestario mal parido, usando cruel y salvajemente la inflación, hasta ilegalmente. Se usó para destrozar a los jubilados en sus remuneraciones que antes les permitían estar sobre el nivel de pobreza, y que en cambio ahora los arrojan a la miseria. Se han ajustado de ese modo los sueldos públicos y privados con el silencio sindical cómplice de los gremios que con un gobierno opositor hacen paros, huelgas y piquetes con argumentos nimios y ridículos, que ahora han traicionado a sus afiliados cumpliendo órdenes, o cambio de alguna ventaja o prebenda para sus caudillos-empresarios-billonarios. Solamente el cierre impuesto (sic) con la excusa de la pandemia ha hecho que no se evidencien las deficiencias y las protestas. Y el conveniente silencio de los entes supranacionales de toda índole, a quienes en esta oportunidad parece no preocuparles los derechos de los pueblos. Y también se han limitado las paritarias privadas, con los que los salarios del sector privado han seguido el mismo camino. Por supuesto, al seguir aumentando impuestos y cobrarlos sobre las ganancias inflacionarias, el déficit técnicamente baja. Un ratito. 

Ese mismo procedimiento se ha usado para las prestaciones elementales a la sociedad, salvo en las excepciones que implican retornos para los funcionarios involucrados, donde se fue generosísimo con la erogación y el tipo de gasto. La educación ha sido víctima principal de este proceso, y todo el presupuesto ha sufrido los efectos cualitativos de bajar los costos en valores reales en pesos por el mecanismo descripto, no por un análisis serio de funcionalidades, necesidades y rendimientos. Los salarios, prestaciones y partidas que no sufrieron esa forma burda de acomodamiento, fueron las que beneficiaban a los propios políticos, a los intereses electorales de ciertas provincias o las conveniencias de los negocios y negociados con la cosa pública. 

En ese estado de cosas, la incontenible presión sindical y de los trabajadores, que se sufrirá en breve para resolver esa situación improvisada e insoportable no permitirá soñar con ninguna clase de ahorro, al contrario, tarde o temprano, con suerte después de las elecciones, el grito social será imparable, aún para el peronismo. Todavía no se ha llegado al estado en que el hambre se acalla con ideología. La hiper está agazapada esperando. De modo que los entes internacionales, plagados de expertos, burócratas y supuestos auditores de gestión gubernamental, no tienen derecho a suponer una mejora que no ocurrirá. Se deja constancia para que luego no aparezcan los sorprendidos, o las sorprendidas, ya que estamos hablando de las Georgievas, Lagardes y Van der Leyens sensibles de este mundo, que saben de sobra lo que ocurre.  

Manoseo inflacionario

En términos más técnicos, el descalabro que se ha generado con este manoseo inflacionario en los precios relativos es de tal magnitud que llevará varios años resolver semejantes desajustes. Lo que significa que también por mucho tiempo la alternativa de crecer exportando no estará disponible, aún cuando “después de las elecciones”, se decidiese abandonar el sabotaje a la exportación de carne y cambiar completamente las señales que se envían al sector de transables, aunque incluya el silenciamiento y ostracismo perpetuo de Paula Español. Del mismo modo, ese desequilibrio en los ingresos relativos tiene y tendrá duros efectos sobre la economía real una vez que las cuarentenas se suavicen o eliminen, algo a lo que el gobierno teme, o al menos debería temer si leyese correctamente la realidad. 

La inflación contenida con una combinación de esterilización vía Leliqs y ahora con el agregado desesperado del permiso legal para que los bancos compren papelitos-bonos del país en dólares, más el rígido cepo y control cambiario, ha creado otro intríngulis que tampoco podrá resolverse mágicamente luego de las elecciones, que difícilmente provoquen ningún cambio importante en la composición de las cámaras, ni –como se ha dicho– en lo que se llama con generosidad modelo económico, que creó las causas para la inflación, que un sector de irresponsables internacionales, al que se adhiere la conducción gubernamental local, ha decidido que no tiene relación con la emisión y el déficit. 

Un tipo de cambio lógico

No hay manera de alcanzar un tipo de cambio que guarde algún parecido con la realidad sin efectuar un cambio de rumbo drástico, impensable no sólo desde la supuesta ideología imperante, sino desde la realidad de la situación. No existe margen crediticio, político, social ni económico para un cambio de rumbo que encause el actual estado de cosas, salvo un terremoto arrasador, peor que lo que la calle llama un Rodrigazo o con otros símiles de la generosa historia nacional de fracasos. 

Y por supuesto, más allá de alguna recuperación estadística que tiene con ver con la salida del aislamiento obligado virósico, no hay ninguna razón para pensar en un crecimiento salvador, mucho menos del crédito, la inversión o el empleo. 

De modo que luego de las elecciones, nada cambiará. Mucho más cuando se estará entrando en el período demagógico y populista en que se tratará de imponer a Máximo Kirchner como presidente de la nación y líder del movimiento, lo que sólo puede lograrse en un entorno de pobreza ampliada, reparto, dádivas, redistribuciones y si fuera posible, de expropiaciones y prohibiciones diversas. Es difícil comprender en qué basan sus predicciones quienes esperan que tras los comicios se produzcan cambios que serían milagrosos, dignos de la beatificación. Como tantas otras veces en la historia en que se sostuvo que se estaba “postergando” el ajuste para un momento ideal. Y que nunca ocurrió. 

Bastaría poner sobre el tapete la cuestión de la energía, sus mecanismos, controles, prohibiciones y retribuciones de producción, sus tarifas y subsidios, los condicionamientos políticos, los intereses de todo tipo, las apetencias de la política, de los sindicatos y de los privados, para darse cuenta de que, tras las elecciones, se estará más cerca del caos y un escándalo que de un cambio y una solución. 

Oposición sin plan

Estas consideraciones valen tanto para el supuesto en que el oficialismo pierda algunas bancas, como si las ganara. Ni el gobierno tendría respaldo y comprensión popular para hacer cambios hacia la seriedad –suponiendo que quisiera hacerlos– ni la oposición tendrá fuerza política alguna ni números para imponerlos –suponiendo que quisiera hacerlos. 

La oposición, por su parte, tampoco tiene un plan. Por el momento está ocupada en ver quién consigue un lugar no ya en las cámaras, sino en alguna lista que lo acepte. Ya se ha hablado del perverso mecanismo que obliga a quien quiere candidatearse a mendigar un lugar en el oligopolio de los partidos. Y como se sabe, los partidos ya no son usinas de ideas o principios. Como máximo, un catálogo de oportunidades comerciales multipartidarias, una corporación, un supermercado político. 

Aún en la hipótesis de que algún opositor intentase proponer un modelo, si puediera impulsar alguna idea en la maraña partidaria será sólo una bandera de lucha, un discurso bonito, un par de declaraciones rimbombantes o una trifulca que ganará en la TV. Aún las mentes más lúcidas, las que tengan las mejores ideas para salir de esta instancia, tendrán muy poco lugar para exponerlas, para predicarlas, mucho menos para aplicarlas. Licuadas, además, por la picadora de carne de los costos de campaña, el financiamiento y otras mugres. Esto no quiere decir que no deba intentarse elegir a gente nueva y mejor, simplemente significa que no hay que esperar mejora alguna hasta 2023, con suerte y suponiendo que los condicionamientos en que quedará atrapada la sociedad permitirán empezar de nuevo con un modelo y un plan distintos y que no se encumbrase al hijo de Néstor en un poder que será definitivo y final. 

La prédica del reseteo mundial, del mundo nuevo que vendrá después de la pandemia, de un neosocialismo que renacerá desde las cenizas del capitalismo, ha encontrado rápidamente eco en la señora Fernández y sus seguidores, y también en sus asesores como el siempre complaciente Stiglitz y su recomendado Martín Guzmán, más el corro de amantes de ambos géneros que ocupan los cargos claves sobre todo en manos de la Cámpora. Por supuesto que es cómodo suponer que el resto de la humanidad va a descubrir que la que tenía razón y poseía la verdad era Argentina y que en consecuencia hay que imitarla. Pero no sería recomendable confiarse en ello. El peronismo ha cometido errores históricos homéricos en su diseño de política exterior desde su misma gestación. El papelón mendicante de las vacunas es una alerta que no se debería desoír. Aunque se insista con mangar DEG’s  a los países ricos sacando así patente de pobres, como si fuera un recurso financiero maravilloso e innovador. 

Dos clases de países

El mundo no dejará de estar dividido entre países exitosos e importantes y países que no le importan a nadie. Y los resultados para sus sociedades no serán iguales. Un mundo más proteccionista es todavía más peligroso para los países de producción precaria y de baja capacitación y crédito nulo, como la Argentina de hoy. Y un universo donde la diplomacia profesional y al geoposicionamiento requerirán personalidades de gran capacidad para negociar e insertarse, será kriptonita para el estilo y preconceptos del movimiento al que hoy adhiere en espíritu y acción la mitad del electorado. Y la inversión privada seguirá siendo vital. En eso EEUU y China se comportarán del mismo modo. Esto habría que entender antes de hacerse socio incondicional de Rusia e Irán, por ejemplo. 

Tampoco se ha terminado de plasmar el supuesto nuevo modelo global, que es mucho más una expresión de anhelo del socioglobalismo repartidor y envidioso que una certeza técnica, al contrario. Por ahora no pasa más allá de un nuevo intento de imponer el modelo marxista tantas veces fallido, en un mundo que se ha quedado con poco empleo, donde el trabajador, que suponía ser la base y la razón de ser del pergeño de Marx, ha perdido lastimosamente protagonismo. Un mundo cuya discusión central ha pasado a ser si el celular que el lector compre se hará entre 10 países y tendrá la marca Apple, o si se hará entre 10 países y tendrá tecnología Huawei. 

Habrá que elegir para que gobiernen a aquellos que sean capaces de entender, digerir y manejar este tipo de cuestiones sin corromperse ni alinearse ideológicamente. Además de no venderse. Pero no tendrán chance alguna inmediata, sino en 2023, en el mejor de los casos, aunque se puede ir plantando a algunos ahora en el Congreso. Recién en una elección general, después del inevitable desastre, podrán intentar cambiar el modelo y salir del atraso y la oscuridad. La resurrección suele tener algunos requisitos previos.