EL JURISTA Y ESCRITOR SALTEÑO DE INSPIRACION CATOLICA FUE UN CANTOR DE LOS AMORES ESENCIALES

Julio César Ranea, poeta de afirmación y elevación

POR CARLOS MARIA ROMERO SOSA

El 12 de mayo de este 2021 se cumplió el cincuentenario del fallecimiento en la ciudad de Buenos Aires de Julio César Ranea, jurista, magistrado integrante durante años de la Corte de Justicia de la Provincia de Salta y un escritor y poeta de delicada y reconocida obra lírica. Era hijo de Francisco José Ranea, ferviente católico -presidente de la Acción Católica salteña y condecorado por el gobierno de Bolivia debido a su participación en los primeros Congresos Eucarísticos reunidos en el País del Altiplano- y de María Cardona Ramón, natural de Ibiza y descendiente de antiguas familias cristianas catalanas, que actuaron en la reconquista de las Islas Baleares por la corona de Aragón.

El nombrado Francisco José Ranea, genearca de la estirpe en el país, llegó a Salta proveniente de la población portorriqueña de Ponce a orillas del Mar Caribe, de la que era oriundo. Sin embargo los estridentes soles de la tierra Borinquen que Colón descubrió en su segundo viaje y que acaso despuntaban en la sangre de su hijo Julio Cesar, éste no los trasmitió a su poesía que gustó escandir en las formas clásicas de trabajados sonetos y romances; una poesía más bien melancólica, recatada en su intimismo, afirmativa de valores hasta elevarlos al plano de la devoción por lo perfectamente bello y bueno, según la definición aristotélica del término kalokagathía. 

NACIMIENTO

Julio César Ranea había nacido en la ciudad de Salta un 23 de agosto de 1911, cuando gobernaba la provincia Avelino Figueroa, ocupaba el cargo de Intendente Municipal Agustín Usandivaras y era obispo diocesano monseñor Matías Linares y Zanzetenea. A poco transitaban por las calles los primeros tranvías eléctricos explotados por la Sociedad Anónima Luz y Tranvías del Norte poniendo algo de celeridad a la parsimonia provinciana. La "gente decente" solía leer el periódico de tendencia conservadora La Provincia, fundado en 1906 por Policarpo Romero y Enrique Sylvester y también desde su creación en 1909, el diario del mismo signo político Nueva ƒpoca de Agustín Usandivaras. Faltaban aun tres años para que en 1914, Juan Carlos Dávalos diera a conocer su primer libro de versos: De mi vida y de mi tierra, prologado por Carlos Ibarguren.

En ese ambiente lugareño y cerrado con algunas muestras de progreso urbano, sin desmentir las tradiciones incluso en materia edilicia que conservaba el estilo colonial y de los primeros tiempos patrios se desarrolló su infancia y adolescencia. Graduado como bachiller en la promoción de 1928 en el histórico Colegio Nacional Dr. Manuel Antonio de Castro, fundado por Mitre en 1864 y sito entonces en el edificio de la calle 20 de Febrero y Caseros; durante sus años de estudiante el establecimiento educativo estaba bajo la dirección del doctor Moisés J. Oliva y entre los docentes que moldearon su espíritu se contaron Juan Carlos Dávalos, profesor de Ciencias Naturales, el ingeniero Víctor Zambrano que dictaba física, el profesor Policarpo Romero geografía y en historia el abogado, historiador y sociólogo positivista Alberto Alvarez Tamayo. 

En 1938 obtuvo su diploma de abogado en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. Ya de regreso a su provincia, actuó en el foro local y en 1940 fue designado Procurador Fiscal ante el Juzgado Federal de Sección desempeñándose allí hasta ocupar desde 1944 el cargo de Ministro de la Corte de Justicia de Salta donde permaneció hasta 1955 cuando se radicó en Mar del Plata. Fundó allí el Centro de Residentes Salteños local y presidió la Sociedad de Escritores de la Provincia de Buenos Aires. 

En forma paralela al ejercicio de la magistratura y de la profesión libre, Ranea fue desarrollando su obra literaria y así, en 1954 dio a conocer el poemario Dibujos animados y una laguna disparatada; en 1961 apareció el cuadernillo con ocho composiciones intitulado El corazón del agua; en 1965 publicó El poema de la voz con prólogo de Tomás Diego Bernard, libro ganador al año siguiente de la Faja de Honor de la SADE de la Provincia de Buenos Aires; en 1967 salió de la imprenta Palabras para mi silencio, y en 1969 Mensaje de bandera. 

Consignó La Prensa en la edición correspondiente al 27 de noviembre de 1966 sobre El poema de la voz: "Situarnos frente a la vigorosa personalidad de Julio César Ranea nos crea un compromiso de autenticidad con uno de los más notables líricos del momento. Su poesía es una suma de integración entre el hombre con sus facultades creadoras y el arte como la sublimidad de la expresión. Su canto, vertebrado por las más altas finalidades del espíritu, nos lleva por un sendero de alta realización poemática". La obra de alto vuelo metafísico trascendió las fronteras del país y el diario ABC de Madrid elogió el 23 de abril de 1966, esa suerte de viaje iniciático al origen de lo creado y el hecho de recorrer "líricamente las voces del mundo -las del viento, las de la lluvia, las del hombre en sus múltiples facetas- hasta llegar a la voz final, la del silencio de Dios ante las voces sin sentido de sus hijos, ante nuestro silencio vital de cobardía".

En tanto que Palabras para mi silencio mereció también en La Prensa, esta vez del 2 de junio de 1968, un extenso comentario crítico del que extraemos los siguientes conceptos: "En los sonetos, de variado tema, y en los endecasílabos espontáneamente asonantados, encuentra Ranea su modo más auténtico de expresarse. Los primeros revelan un conocimiento profundo del estilo y del lenguaje que corresponde a esa forma clásica".
Con lo impreciso que resulta todo encasillamiento, podría situárselo entre los de mayor edad entre los poetas de la Generación del 40 al advertir la orientación neorromántica así como la inspiración humanista -de un humanismo no detenido en el hombre sino empinado desde su condición terrenal y de "polvo enamorado", a la Divinidad- que trasuntan sus versos: "el agua enmudecida de la fuente/ y la tregua discreta de la diana/ esperarán parábola sapiente./ Y el labriego del surco, confortado,/ volverá a la voz de la campana/ y al Milagro del pan multiplicado". Un ideal más patente todavía en los esperanzados endecasílabos de "Canto de la alborada nueva" presagiando un despertar de las conciencias al ritmo cósmico de los ciclos de la Creación: "Alguna vez estallará el incendio:/ el horizonte como leña seca/ será un racimo de gladiolos rojos/ en llamaradas de alborada nueva".

FORMAS CLASICAS

Frecuentó las formas clásicas lejos del vanguardismo de los anteriores maestros martinfierristas, así como de los muchachos revolucionarios, en lo social, del grupo El Pan Duro con Juan Gelman a la cabeza o de los sesentistas ávidos lectores de otras literaturas y reunidos en las páginas disruptivas de Poesía Buenos Aires. Esa búsqueda de la perfección formal lo acerca también a varios de sus coetáneos del 40 que sin desechar el verso libre y blanco da a suponer que identificaban en la severidad métrica algo así como una piedra basal desde la que reconstruir el "mundo roto", como dijera Gabriel Marcel. "Nosotros somos graves porque nacimos a la literatura bajo el signo de un mundo en que nadie podía reír", había escrito León Benarós en 1951 en el primer número de la revista El 40. 

Incluso la catolicidad inspiradora de varios de sus sonetos y romances coincide asimismo con la condición religiosa exhibida por figuras claves de esa Generación, como el catamarqueño Juan Oscar Ponferrada (1907), el tandilense Vicente Trípoli (1912) o el mercedino Tulio Carella (1912) y por los más jóvenes José María Castiñeira de Dios (1920) y el ex seminarista Fermín Chávez (1924), discípulo del Padre Guillermo Furlong y amigo y colaborador del Padre Leonardo Castellani en la antología Las cien mejores poesías (líricas) argentinas (Huemul, 1971). 

Ranea cantó a los amores esenciales. A Dios en sus creaturas, a la tierra carnal y su pueblo, evadiendo el retumbante tono patriotero y asumiéndose en actitud sacrificial: "Para dar sangre a la palabra Patria". Y con ejemplar ternura le cantó a la esposa, María Esther Arias, una salteña que entroncaba su sangre con guerreros de la Independencia y fue madre de sus dos hijos: "A veces sueño. Vegetal aroma/ fue nuestro amor. Poleo y yerbabuena/ sobre lecho nupcial de pasto tierno/ en agreste rincón de nuestra tierra./ Así fue nuestro amor: tan campesino,/ que ardía con silencio de luciérnaga/ en trasparentes sábanas de viento".

No obstante las identificaciones con la ya referida generación del 40 al adscribir Ranea a comunes valores éticos, patrióticos y estéticos con varios de sus integrantes, no lo menciona Luis Soler Cañás en su obra en dos tomos publicada en 1981 La generación poética del 40. Sí, alguna vez ante nuestra inquietud al respecto, aceptó encuadrarlo en aquel sector Luis Ricardo Furlan, estudioso sobre todo de la por él bautizada Generación del 50.
Otras antologías sí lo rescatan, así en Panorama de las letras salteñas de José Fernández Molina (1971) se dice de él: "Un poeta actual por las formas y por el contenido de sus versos, es Julio Cesar Ranea, que reside desde hace algunos años en Buenos Aires y que en 1954 hace imprimir un tomo que define su rara sensibilidad: Dibujos animados y una laguna disparatada. Descriptivo las más veces, Julio Cesar Ranea concentra su poesía en temas del hogar y de la infancia, que desarrolla con tierno y claro subjetivismo." En tanto que en Cuatro siglos de literatura salteña (1981) de Walter Adet, se traza su biografía y se trascriben dos poemas suyos. 

En fecha reciente el poeta y académico de letras Santiago Sylvester lo evocó tejiendo propias y entrañables memorias familiares: "Recuerdo perfectamente a Ranea, pero lamento no tener aquí sus poemas. También conocí a su mujer, y la traté ya viuda porque era muy amiga de mi tía Anita, hermana de mi padre. De Ranea puedo decir que integró la Corte de Justicia con mi tata. (Mi tata era radical y Ranea peronista). De sus poemas, los recuerdo como de un lirismo ya para entonces un poco antiguo, pero con seguridad estaban en el "buen hacer" que a veces se extraña."
Esa justa vigencia de la personalidad y obra de Julio Cesar Ranea se tradujo últimamente en homenajes que se le tributaron en su ciudad extendida al pie del cerro San Bernardo. Entre ellos se dispuso que una calle lleve su nombre, el que también figura en la placa que recuerda a varios poetas y prosistas nativos de la provincia y está emplazada en el Paseo de los Poetas de Salta, en las proximidades del local Balderrama mitificado por la zamba de Manuel J. Castilla y Gustavo Cuchi Leguizamón. Dónde mejor que entre silencios de "vegetal aroma" y ecos de coplas populares arreciando con el lucero del alba, para proponer su evocación a los caminantes.