UNA MIRADA DIFERENTE

El extraño caso del hombre y la bestia

El discurso del 1 de marzo ante el Congreso reflota el terror de la sociedad ante una serie novelada sin fin que siempre terminó mal.

Con el nombre del título se conoció la película de 1951 conque el entonces pujante y floreciente cine argentino ofreció su versión de la famosa novela de Stevenson El extraño caso de Dr. Jekill y Mr. Hyde, ya para entonces convertida no solamente en un icono literario, sino también en un estudio arquetípico de la psicología de la personalidad y en un símbolo de todas las contradicciones que la suelen habitar. También en una metáfora de cómo el individuo suele tener un desdoblamiento de personalidad cuando le tocan cumplir funciones públicas, una hipocresía muy habitual en la época victoriana. (Se puede omitir la limitación temporal de ese último párrafo) Y también del poder de captación y permanencia que las mentes patológicas pueden ejercer sobre mentes más simples.

Si bien la columna no intenta competir con algunos blogs famosos de libros y series, La Biblioteca de Asterión, por ejemplo, se impone resumir que el Dr. Jekill era un caballero bondadoso, de espíritu curioso, respetado por su afabilidad, su mente inquisitiva y su inteligencia. Jekill advierte que a veces hay una suerte de alter ego que se mete o habita dentro de él, y que representa su opuesto. Alguien brusco, violento, desagradable, sin miramientos, sin piedad, sin empatía, sin compasión. Un monstruo que llama Mr. Hyde, que aparece y se desvanece espontáneamente. Movido por su curiosidad, y con sus habilidades médicas, prepara una poción que hará que el monstruo se aparezca cada vez que él la beba. Y luego otro brebaje que obrará de antídoto y hará desaparecer a Hyde al beberlo. Poco a poco, la horrorosa y morbosa figura cobra vida propia, el brebaje ya no es necesario para que aparezca, y el antídoto deja de funcionar. Edward Hyde, el asesino, el sociópata, ha pasado a controlar al Dr. Jekill. Freud debe haber llegado al climax más de una vez leyendo la novela.

Es raro, aunque no casual, que la columna, que suele citar a von Mises, a Carl Menger o a Das Kapital, se ocupe de Stevenson y del Hombre y la Bestia y su significado. Pero es pertinente.  El lunes, si el oportuno Covid desatado sospechadamente por Vizzotti lo permite y cumpliendo un ritual de la democracia, el presidente de la Nación, Dr. Alberto Fernández, dirigirá su mensaje inaugural del período de sesiones ordinarias ante el Congreso, en cumplimiento del mandato tradicional y constitucional. Pocas veces la sociedad estuvo en un estado de desesperanza, descreimiento y escepticismo mayor que el de hoy. Tampoco tan irreconciliablemente dividida. Ni tan resignada.

Un Jekill trucho

El sueño original que algunos acariciaron ilusamente de que Fernández morigeraría a Cristina y haría del peronismo un partido más moderno, democrático e insertado en el mundo y en el comercio internacional, y respetuoso de las libertades y la propiedad, cedió casi de entrada, o antes de entrar, al primer berrinche interno de Mrs. Hyde. El discurso inaugural de hace exactamente un año fue pulverizado con declaraciones inmediatas que lo contradecían en cada palabra, en cada promesa, en cada declamación, en cada propuesta. Luego fueron sus proyectos de alianzas las que se borraron ante los gritos conventillescos de su apoderadora.

Sus funcionarios designados fueron humillados, insultados, sufrieron la presión interna de los espías designados como tutores ideológicos, hasta a ser forzados uno a uno a resignar cualquier plan, proyecto o convicción, no importa si eran buenos o malos. El brebaje para que el evil apareciera o desapareciera según se lo tomase, había perdido todo efecto. Cristina Hyde de Fernández había tomado plena posesión de Alberto Fernández, que ni siquiera era tan brillante, honesto y respetado como Jekill, más bien es un Jekill trucho.  Cualquier intento de rebeldía era sofocado de inmediato con algún grito tipo parrillesco (de Parrilli) con alguna intriga palaciega u operación del estilo perruno de la vacunación tramposa, cualquier marcha o paro de los que se organizan o desarman según la conveniencia de un plan que nadie conoce pero que se ejecuta con la precisión genética de la maldad.

La figura deforme, oscura y simbólica de Edward Hyde campea sobre la república. Jekill, que en esta versión telúrica de la novela ni siquiera fue bueno alguna vez, ya no es ni mínimamente creíble. Nadie cree en el Fernández que explicaba hace un año el valor de la palabra. Solamente algún periodista o analista rezagado puede creer en la fábula de que aún sigue luchando por una justicia imparcial, diferente de la que quiere su otro yo, u otra ella. Sus ataques a la Corte Suprema, en el mejor estilo patotero y mafioso del Duhalde del 2002, ni siquiera responden a sus odios, desvaríos ni necesidades propias, más allá de que sean inconstitucionales y antirrepublicanas.

Agrega ahora de apuro al repertorio de maldades inducidas, la lucha contra las redes y las comunicaciones e información libres, en una clara solidaridad madurista que no le pertenece, pero que sabe que tiene que sostener. Al igual que demora la catástrofe económica y la debacle financiera porque se le ha ordenado que “dure” hasta las elecciones, con las que se intentará engañar a la sociedad que también sabe de antemano que será engañada. Vendiendo dólares negros con manos blancas amigas para fingir normalidad, una normalidad en la que nadie serio cree, empezando por el propio FMI. O por AMLO, da lo mismo. A quien tiene que ir a pedirle prestada la guayabera y a sobar el lomo con elogios ridículos que ni el propio mexicano se cree, también cumpliendo órdenes para ver si consigue alguna limosna, quién sabe con qué promesas.

Claudicación final

En una claudicación final, deberá ahora entronizar la figura del delfín máximo, aún escupiendo sus propias alianzas y sus propias promesas. Mientras acusa y ataca al voleo y a los gritos quién sabe a qué enemigos que sólo él ve, o porque el libreto así se lo exige. O amenaza al agro con más retenciones hasta lograr que los amigos aceiteros de su mandante maligna consigan un acuerdo de precios para unos pocos. Al mismo tiempo, la jauría de amantes de ambos bandos, el de Jekill falso y el de Hyde eficiente, que componen buena parte de los estamentos de gobierno, se dedican a declamar frases épicas, consignas que son viejas y que suenan estúpidas y a arrojar leyes y normas como la reciente de ANSES contra los jueces, que no habría sido dictada por ningún profesional serio de ninguna ideología o secta. Sólo por una militante.

Es posible, porque cada uno tiene el derecho de imaginar lo que guste, que el lunes, como dice algún periodismo todavía obediente, el presidente poseído aproveche esta última oportunidad, como se viene diciendo hace décadas, y haga un discurso de grandeza y unidad, de esperanza y de cambio. Y que se beba de un saque todo el frasco del antídoto hasta que Hyde vuelva a la oscuridad de su madriguera recóndita e ignota.

No pasará. Conociendo el cuento, la mueca inaugural de Alberto Fernández será más terrible, más pronunciada. El discurso doblará la apuesta. Y la épica vacía. Atacará más a la justicia, a la Corte, a las libertades, al derecho, a la propiedad privada, anticipará más impuestos y amenazará con expropiaciones. Ningún peronista retrocedió jamás en estas circunstancias. Se agrandan ante el fracaso, como Scarface en el momento final en que lo rodea la policía y lo va a acribillar. Nadie sensato espera otra cosa. Nadie debió esperar nunca otra cosa. Sólo los incautos, o los que no leyeron a Stevenson. O los que ahora esperan arañar alguna prebenda. Capitalistas de cartón. Diría el Diego.

Por eso algunos desesperados ven como un paso adelante que se vuelva al sistema de crear el blanqueo anónimo estilo Cedin que servirá para que otros Lazaros se levanten y vuelvan a blanquear, porque es dudoso que individuos normales decidan construir en este momento nacional, de manotazo desesperado, por lo menos decentemente. De modo que el dinero que se invertirá será plata dulce, para llamarlo de algún modo. Todo el resto será épica burda, impunidad, rebeldía inútil. Explicación de que el mundo ha descubierto que el camino es imprimir y repartir, lo que no es cierto, pero se hará, porque cuando se queme el fusible rentado de Guzmán se acelerará ese rumbo. Entretanto, se puede seguir vendiendo la idea del inminente acuerdo con el Fondo, la llegada de miles de millones, la comprensión de todo el mundo. (que mira con asombro) ¡Qué importa que el riesgo país llegue a 2.000 puntos, si nadie invertirá ni prestará de todos modos!

Para peor

Habrá que esperar la convalidación y promesa de nuevos impuestos y ataques y limitaciones a la propiedad privada. Así corresponde a esta altura del fracaso. También se deberá digerir la defensa de los movimientos cancelatorios, reivindicativos, abolicionistas y garantistas que odia la sociedad no adocenada y que es un credo maligno que carcome a la nació.  Y se desvanecerá la esperanza de quienes están en la etapa de sueños húmedos de recibir un pedido de disculpa por las no menos de 15.000 vacunaciones escamoteadas que se refregaron contra la cara de los argentinos. Mrs. Hyde lo ha prohibido. Ni olvido ni perdón. Salvo de la falta de ética propia, que se olvida y se perdona.

El discurso del lunes será en todo para peor. Pero no será el discurso de Fernández, sin abrir juicio sobre cuál habría sido de no estar poseído. Será el discurso de Mrs. Hyde. Con el terror que eso supone en la ficción y en la realidad. No hay, ni hubo, ninguna razón para pensar que eso sería distinto, desde el primer día, desde que se lanzó la fórmula peronista franquicia Kirchner. O la fórmula Jekill - Hyde, o Hyde-Hyde, mejor.

Para los pocos lectores que no recuerdan el final de la novela de Stevenson: Jekill, desesperado porque se sabe poseído definitivamente por Hyde, en quien se ha transformado, en un instante de lucidez decide matarse y matarlo.

No tema. No hay riesgo de que Fernández lo imite, afortunadamente. No tiene ningún parecido con el Jekill stevensoniano. Siempre fue un poco Hyde. Ahora lo es del todo.