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La Argentina está muy lejos de ser un país democratico

La palabra democracia implica muchas cosas; muchas más, de hecho, que no ser gobernados por militares. Casi cuarenta años después, los argentinos seguimos sin comprenderlo.

Ontológicamente, democracia es una palabra que denota al gobierno del pueblo. Implica, por tanto, no solo que el demos pueda elegir a sus gobernantes cada tanto tiempo, sino también, rotación en los cargos de poder y un sistema sencillo y diáfano para que cualquier ciudadano tenga chances reales de ser parte de esa rotación. Los sistemas de acceso a las magistraturas pueden, en tal sentido, ocultar autoritarismos dentro de democracias, en tanto y en cuanto la posibilidad real de cumplimentar los requisitos formales para postularse sean, como son en argentina hoy, una barrera férrea casi imposible de vencer.

De fondo, a su vez, e independientemente de los diversos sistemas electorales, una sociedad democrática es una sociedad de iguales frente a la ley. Es democrático por tanto todo aquello orientado a abolir derechos de sangre, linajes y prerrogativas ancestrales, y deja de serlo todo aquello que favorece la creación de una casta con privilegios. Es por eso, de hecho, que todas las acciones de discriminación positiva, a pesar de lo mucho que se discurse, se milite y se escriba al respecto, son difícilmente conciliables con verdaderos sistemas democráticos. Pero no profundizaré al respecto en este artículo.

El vacunagate ocurrido esta semana, no deja de ser una muestra más de que Argentina, por mucho que nos llenemos la boca con el término, está muy lejos de ser un país democrático. Sí, cada tanto se suceden elecciones; sí, cada tanto elegimos gobernantes, pero lo cierto es que independientemente de esa voluntad del demos que se manifiesta de vez en vez, en la práctica, existen ciudadanos de primera, de segunda y de tercera, y así como la vacuna estuvo disponible ipso facto para quienes tenían el teléfono del ex ministro de salud, otros tantos asuntos públicos se resuelven sin que medie la necesaria igualdad ante la ley. 

Nótese al mismo tiempo un detalle que no sorprenderá a ningún lector que conozca algo de historia del Siglo XX: tal como ha ocurrido en todos los países socialistas y comunistas, cuanto más se habla desde el poder político de igualar económicamente a la sociedad, cuanto más se trabaja para enfrentar cínicamente a ricos con pobres, más se recrea un establishment pétreo, privilegiado y antidemocrático, que se nutre de creciente concentración de poder y riqueza para sí y su entorno personal.

VERBITSKY Y EL PATA MEDINA

No sorprende entonces que la misma semana que Verbitsky admite haberse vacunado haciendo gala de su relación personal con el poder, también se hayan visto las obscenas imágenes de celebración del sindicalista de la UOCRA conocido como Pata Medina tras su liberación, coronadas con el aberrante latiguillo de ``Soy peronista, quiero vivir mejor''. Tampoco sorprende que días antes, gran parte del arco político oficialista haya pedido por la liberación de los supuestos presos políticos, Amado Boudou y Milagro Sala y tampoco sorprende que en las mismas horas, Sala, procesada en 15 causas judiciales, haya integrado junto a Alberto Rodríguez Saa, una de las fórmulas que pretendían gobernar el Partido Justicialista. Sí, todo lo anterior ocurrió también la misma semana que Hugo Moyano declaraba que su hija ``se rompe el orto laburando para juntar manguito por manguito'', mientras la justicia le hacía devolver a ésta casi medio millón de dólares en una causa por narcotráfico.

Hace muchos años un amigo me resumió Argentina como un país en donde los organizados tienen privilegios y los desorganizados (o los de a pie, en sus propias palabras) solo obligaciones y cargas. Tomábamos un café en un bar porteño, y con esa sabiduría de los que observan la realidad con atención, levantó un dedo y me señaló a un encargado que barría la vereda. Con el dedo aún en el aire, entonces me dijo: ``Mirá, ese tipo gana por mes cuatro veces lo que se lleva un kiosquero que está 12 horas por día metido en un sucucho, pagando impuestos y cumpliendo regulaciones. Encima tiene vivienda garantizada, vacaciones y un montón de privilegios, ¿sabes por qué? Porque él está organizado en un sindicato que a su vez tiene contactos y negocios con el poder, el kiosquero no''.

De aquella conversación han pasado más de diez años y, sin embargo, sus palabras me siguen resonando cada vez que se vuelve evidente que la Argentina está gobernada en la realidad, por un establishment decadente que cruza todo el arco político, sin distinciones de banderías. Un statu quo que vive de espaldas al sentido común del pueblo; que defiende causas absurdas como la provisión de tampones gratuitos en un país con 62% de niños pobres; que nos enrostra su obscena y mal ávida riqueza, que llama `presos políticos' a delincuentes groseros, que intenta hacer sentir culpable a un jubilado si trata de escaparle a la inflación comprando dólares, o que llama oligarca a un tipo que se levanta a las cinco de la mañana para ganarse el pan, enfrentando las inclemencias que el campo siempre tiene preparadas.

FINAL DE EPOCA

 Me atrevo a decir, que Argentina transita un peligroso final de época en el que el absurdo se hace evidente, la paciencia se acaba y las diferencias entre 'los organizados' y 'los de a pie', se extreman. Tras más de una década sin real crecimiento económico, viajando estrepitosamente a niveles de pobreza e indigencia inusitados y recibiendo con vergüenza declaraciones como las de Edgar Chagwa, actual presidente de Zambia, que días atrás puso a nuestro país de ejemplo de aquello que la nación africana no quiere llegar a ser, la verdad de que por delante viene una crisis atroz, se vuelve ineludible.

 Churchill supo sintetizar con su ``sangre, sudor y lágrimas'' el espíritu de aquello que la sociedad británica estaba a punto de enfrentar. No me atrevo al intento de decir tanto, con tan poco. Pero sí puedo afirmar que los meses y años venideros serán un antes y un después para el que nuestra sociedad aún no está preparada y mientras el establishment se rie a las espaldas de los de a pie, éstos comienzan a adquirir lentamente una leve conciencia del problema; conciencia que derivará, más antes que después, en esa organización del sentido común que tanta falta le hace a nuestra querida patria.

 La taba está en el aire y ya comienza a caer.