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Oportunidad perdida en la World Economic Forum

La World Economic Forum es una organización internacional que, entre otras cosas, se reúne anualmente en Davos convocando a gobiernos, instituciones civiles y de negocios, académicos y organizaciones internacionales, agencias de gobierno y autoridades de bancos centrales.

Ciertamente es una de tantas organizaciones cuyas actividades impulsan o fijan agendas políticas, lo que muchas veces crea un caldo de cultivo para el lobby empresario y el aprovechamiento personal que otorga el poder circunstancial de los políticos. Una empresa puede llegar a pagar mas de medio millón de dólares por una membresía del WEF como partner estratégico y, de esta manera, tener acceso a una zona caliente en la cocina de la agenda política. Cazadores de privilegios que están siempre atentos a este tipo de encuentros, la ven como una buena oportunidad para valerse de favores políticos y lograr negocios a costa de la gente. Adam Smith decía que el empresario es un benefactor de la humanidad porque, para ser exitoso y beneficiarse con su actividad, debe mejorar la vida a sus semejantes. Sin embargo, continuaba el economista escocés, cuando ese mismo empresario se acerca al poder político, es para traicionar la naturaleza empresaria y aprovechar resortes políticos que le permiten enriquecerse de mercados artificialmente cautivos. Esto, en definitiva, lo transforma en un ladrón de guante blanco, no en un empresario.

No obstante lo dicho, esta reunión anual atrae mucha atención y, quién allí asista, debería hacerlo con la intención de romper paradigmas y exponer visiones distintas para abordar la problemática mundial; problemática que, en muchos casos, se debe a las malas decisiones que toman las autoridades políticas presentes en el encuentro.

El contenido de la breve intervención a distancia del presidente argentino Alberto Fernández para dirigirse a los participantes del World Economic Forum 2021, me resultó desconcertante. Tuvo pasajes impostados y fantasiosos cuando se refirió al potencial energético de la Argentina y su futuro en la electromovilidad; los polos de industrias limpias y las industrias 4.0. Pareciera como si el presidente Fernández viviera una realidad paralela o estuviese convencido que su auditorio no tienen acceso a información sobre la delicada situación del país. Hoy, cualquier persona del exterior más o menos atenta, sabe de la alarmante desinversión energética argentina. Bajo la bandera benefactora del “Estado presente” y los “servicios esenciales”, la socialización de facto de la actividad, hizo tal estropicio que, un día de calor, es suficiente para dejar sin luz eléctrica a la población. Y, en lo que respecta a la movilidad, podemos reducirla a un sistema ferroviario inutilizable, puertos marítimos bloqueados, aerolíneas privadas asfixiadas por persecuciones políticas y sindicatos monopólicos de naturaleza fascista impuesta para todas las actividades. A duras penas, en esta argentina del suicidio socialista, queda la movilidad de los viejos camiones MB 1114 cerealeros que queman aceite por las rutas argentinas. Rutas que, dicho sea de paso, parecen zonas de guerra y transitarlas es una dura prueba para la mecánica y la seguridad personal. Con estos antecedentes, no es necesario ser experto en la materia para concluir que, la situación energética y logística argentina, está más cerca de Cuba que de la electromovilidad. 

También provocó desorientación cuando dijo que su gobierno tiene un “compromiso absoluto y esencial con la inversión y la producción” al tiempo que, esta gestión; con impuestos, cuarentenas, pulverización del poder adquisitivo producto de la inflación descontrolada, regulaciones, controles de precios, clausuras y legislaciones laborales que ahuyentan al inversor más temerario; han logrado cerrar PyMEs, que jóvenes talentos y emprendedores se vayan del país y que las multinacionales migren sus inversiones a plazas menos demenciales.

El despilfarro

En su alocución, el presidente dejó claro que no está dispuesto a bajar el gasto público. Como suele ocurrir con gobiernos populistas que se niegan a bajar el ritmo de su despilfarro, sus políticos se escudan en los más vulnerables, las emergencias sociales y la necesidad del asistencialismo. Pero, para demostrar que el gasto elefantiásico no se debe escudar en los pobres, el economista argentino Javier Milei, en varios de sus notables trabajos, ha demostrado que los presupuestos nacionales pueden ser recortados en cifras equivalente a por lo menos 15 puntos del PBI, sin afectar partidas sociales.

El presidente Fernández, cayó en el lugar común de casi todos los políticos del momento con su adhesión a los tendenciosos enfoques ambientalista, al feminismo que contradice el espíritu femenino y la deliberada desfiguración del concepto de solidaridad. La política moderna fomenta activamente esta agenda nefasta a la que provee con carrada de dólares y que trae bajo el brazo nada menos que ideas contrarias a los principios de la igualdad ante la ley y el respeto por la propiedad. Lamentablemente muchas empresas, sin comprender las connotaciones morales del asunto y los peligros implicados para su propia empresa, entran por la variante y adhieren a estas ideas por temor a que su negocio sea dañado por los boicots de la corrección política.

Socialismo que no osa decir su nombre

Debido a que el socialismo ha sido un fracaso en lo económico y en lo social, sus adeptos se presentan con otras posiciones alternativas para volver a la carga contra el mercado libre y validar las consignas dirigistas. Por el lado del ambientalismo, sus activistas se dedican a obstaculizar el trabajo que realizan países en vías de desarrollo que aspiran a mejorar su productividad, innovación y abrirse al mundo. En paralelo, hacen propaganda de consensos rimbombantes intentando legitimizar dudosas posiciones como verdades indiscutibles, un gesto llamativo y contrario al espíritu científico de la duda y la refutación permanente. El feminismo posmoderno, por su parte, ha ensuciado por completo el espíritu feminista original, cuya consigna era la igualdad ante la ley. Hoy se esgrimen lemas y reclamos que solo persiguen privilegios que, de una u otra manera, afectan la vida, la libertad y la propiedad de otros.

La moda absurda del relativismo lingüístico donde al perro se le dice “gato” y al gato, “perro”, entorpece la comunicación, el aprendizaje y el conocimiento. En esta involución cultural, ni siquiera el término “solidaridad” se ha salvado. La solidaridad es aquel acto noble de desprendimiento hacia otros y, cuando el acto involucra bienes materiales, por definición, es realizado con recursos propios y de forma voluntaria. Alberto Fernández, en el discurso que mencionamos en esta nota, volvió a usar equivocadamente el término “solidaridad” para referirse al hecho violento de quitarle a unos lo que les pertenece para dárselo a quienes no le pertenece. Este discurso encierra la columna vertebral y la esencia del socialismo donde se cultiva la envidia, se reprueba el mérito y se asesta una puñalada al corazón de la civilización y el respeto, dándole al robo un significado bienhechor y justo. 

“Allí donde hay una necesidad, nace el derecho”, la tristemente célebre frase de la precursora del clientelismo, supone disponer del esfuerzo y el fruto del trabajo ajenos. También, quien afirma que “el rico es rico debido a que el pobre es pobre” siembra resentimiento, frustración y pretende corromper la dignidad e inhibir el natural ánimo de autosuperación del individuo.

Qué es el capitalismo

Por último, el mandatario argentino evidencia una vez más no saber qué es el capitalismo. En la conferencia de marras, lo define como un sistema que “descarta a los más débiles e idolatra la ganancia desenfrenada” Sin embargo y muy por el contrario, el liberalismo se define como “el respeto irrestricto al proyecto de vida del prójimo”, lo cual implica que nadie tiene derecho alguno sobre la vida, la libertad y la propiedad de otros. El capitalismo ha sido la historia más notable de crecimiento y desarrollo social, cultural y económico basado en los fundamentos de la moral, la libertad y el derecho.

En la época preindustrial, el promedio de vida era de 25 años. Desde entonces, los países que supieron aprovechar los beneficios de la división del trabajo, la cooperación social, el respeto por los acuerdos voluntarios y valerse de la acumulación de capital mediante el ahorro y la inversión en un clima de respeto a la propiedad; están a la vanguardia del mundo y sus habitantes gozan de los mejores niveles de vida, tasas de capitalización y salarios en términos reales. Es el sistema de libre mercado el que provee las oportunidades de crecimiento y la movilidad social en la medida que sepamos beneficiar a nuestros congéneres. La riqueza se crea, no se distribuye. 

Últimamente el oficialismo proclama pour la galerie que “solamente sirve crecer, cuando se crece con la gente adentro” implicando la necesidad del intervencionismo para evitar un supuesto sistema injusto. Esto da pie para avanzar con la justicia social y la distribución de la riqueza, el gran fetiche socialista, una manía igualitarista que solo sirvió para triplicar el tamaño del Estado y sextuplicar la pobreza, tal como ocurrió en la Argentina en el lapso de los últimos cincuenta años.