Reflexiones en torno al tema del aborto

Una semilla no es una planta

Una semilla no es una planta. Una crisálida no es una mariposa. Un huevo no es un pollo. 
Cualquiera comprende esto. Como también va de suyo que aquella semilla pueda dar lugar a un enorme árbol el cuál, alguna vez, dará frutos; pasado el tiempo necesario la crisálida será una mariposa y el huevo se romperá surgiendo del mismo un pollito. 

Por esto resulta inconducente estar debatiendo en que momento de los nueve meses se está en presencia de un humano. En la primera célula – cigoto – de la cual parte todo el proceso de gestación, ya están la gran mayoría de los códigos de vida inscriptos. Es el punto de partida sin el cual será imposible que nazca un humano. ¿Qué aún no es un humano? Muy cierto. Tanto como que la semilla no es una planta. Pero si se permite el devenir natural del cigoto… ¡ineludiblemente llegará a convertirse en un miembro de la especie humana! Por lo tanto, ¿qué duda cabe de que si – por la razón que fuere, legal o ilegal – se interrumpe ese recorrido habrá de destruirse lo que se encuentra en un momento ineludible de la vida humana? 

Son cosas éstas que cualquier persona entiende. Cabe, entonces, preguntarse ¿por qué hay quienes afirman que – en su opinión – la vida humana comienza recién a  las 14 semanas pues es allí cuándo el sistema nervioso central está perfeccionado? ¿Cuál es la causa necesaria para entender que es en ese momento del proceso cuando se inicia la vida humana? ¿Y no antes o después? 

Por ejemplo, ¿por qué no decir que sólo hay vida humana cuando se tiene independencia para obtener alimentos? ¿O cuándo ya se sabe hablar? Todo momento del proceso hasta convertirse en persona humana es válido – usando las mismas herramientas – para aceptar su destrucción.

Un poco más profundo resultó el planteo realizado en su momento por una reconocida escritora quien – con marcado énfasis – no vaciló en expresar que ella, que defiende la ley de interrupción voluntaria del embarazo, está a favor de la vida y que no la ofendieran más, diciendo que no lo está.
Obsérvese como se ha intentado aquí jugar con las palabras llegando hasta a  ponerse como víctima de quienes no piensan como ella. ¿Cómo puede decir que está a favor de la vida quien aprueba “la interrupción del embarazo” conociendo que, con esa acción, se suprime aquello que conducirá inequívocamente a una vida humana?

Hay que preguntarse por qué tanta necesidad de poner un momento en particular de un largo proceso tanto como interrogarse la causa por la cuál quienes aprueban el aborto voluntario exigen que los veamos como defensores de la vida.

La respuesta es muy simple: todos tenemos bien en claro – más con los avances de la ciencia – que desde el primer momento hay vida; y que esa vida, si no se interrumpe su devenir, habrá de dar lugar a un humano. Como tenemos esto en claro, ninguno quiere aceptar que está condenando a muerte a una futura persona. Que es eso lo cierto.

De allí tanto juego de palabras y tanta necesidad de encontrar un punto en que la “semilla” no esté en condiciones de dar lugar a la planta. Hecho que no es posible. Si no la destruyen, la semilla se convertirá en una nueva planta.