La hidrofobia, otra preocupación belgraniana

En un artículo publicado hace unas semanas nos referíamos al general Belgrano y al doctor Favaloro, haciendo un paralelo sobre las preocupaciones con respecto a la educación de éste último, coincidentes con el pensamiento belgraniano. Y también a las preocupaciones de Belgrano por la salud pública, y es el Correo de Comercio que bajo su inspiración apareció en marzo de 1810, un eficaz vehículo para educar a la sociedad de su tiempo y divulgar un tema preocupante como era el de la rabia, que cual las epidemias, el catarro o las gripes comenzaba a dejar muchos muertos en las ciudades y en la campaña,.

En su edición del sábado 31 de marzo de 1810, publicó una nota bajo el título “Sobre los males que causa la imaginación”, que continuó en el número siguiente. Allí se transcribe la opinión del médico Bosquillón, regente de la facultad de medicina de París, traductor de libros, invitando a los lectores: “que por nuestra desgracia [la hidrofobia], ha empezado a cundir rápidamente en nuestros días. Suplico en obsequio a la felicidad de mis conciudadanos y mi patria, se le lea sin preocupación; y que adaptados sus consejos sabios, no nos dejemos arrastrar por elección de los más funestos males que trae aparejados…”.

 Estos artículos llamaron poderosamente la atención de Justo García de Valdés, uno de los más prestigiosos médicos de Buenos Aires, que después de consultarlo con Belgrano, publicó como separata de la edición del 19 de mayo de 1810 once páginas bajo el título “Carta escrita a los editores del Correo de Comercio de esta ciudad por el licenciado en medicina Don Justo García y Valdés”, que se imprimió en el taller de los Expósitos, que sin duda fueron motivo de especial interés, aunque los sucesos de la caída de la Junta Central de Sevilla y el futuro de estas tierras debía interesar mucho más a los porteños de esos días. 

Una de las primeras críticas de García y Valdés es porque “aconsejan el abandono de los mordidos; pretenden curarlos con consejos”; siguen sus observaciones con un premio otorgado por la Real Sociedad de Medicina de París a Mr. le Roux quien prueba "con observaciones irrefragables la existencia de la rabia espontánea en los hombres; desciende a la comunicada por los animales". Elogia a numerosos médicos que “han socorrido a los mordidos por animales rabiosos, destruyendo el virus por medio de remedios, que obrando sobre la parte mordida, han evitado la fatal propagación”. Además de  destacar la sala de Hospital General San Isidro de Madrid donde se han curado “todos los que oportunamente han concurrido antes que el virus haya afectado el sistema glandular y nervioso”.

Los mordidos

Presenta después las observaciones hechas en los mordidos en el Hospital General de la Residencia. Son nueve casos, el primero de ellos Juan Francisco Ramírez, de 40 años, viudo, el 18 de febrero de 1810 fue internado, “con mucho trabajo se le colocó en la cama, a causa del delirio furioso que lo agitaba, se mordía los labios, escupía mucho, y amenazaba a cuantos le rodeaban”.  Cuando en un momento de tranquilidad el médico se acercó y lo examinó, “se le hizo traer un poco de agua, pero no fue posible dársela, porque al ver el vaso se alteró y afligió tanto, que fue preciso desistir de la empresa”. Indagado con disimulo si sospechaba la causa de sus padecimientos, respondió “que me y medio poco más o menos le había mordido un perro en la palma de la mano derecha, y que por haber mordido el mismo perro a otro hombre en la ropa, lo mataron….” El relato fue interrumpido “por un grito espantoso, se le encendieron los ojos, creció la inquietud, se presentó el priapismo, quería huir de la cama, todo lo mordía, una linfa muy espesa y verde corría de su boca, así continuó hasta las 4 ½ de la mañana, hora en que empezó a agonizar, y expiró a las 5 de la mañana del 19”.

El 24 de febrero, Manuel Aguirre de unos 25 años, fue internado a las 4 de la tarde, mordido hacía 42 días “en el antebrazo izquierdo por un perro enfermo que no comía, ni bebía, que arrastraba la cola, que no ladraba y que huyendo de la casa mordía a todo cuanto se le ponía adelante; pero que con aceite hirviendo había curado prontamente la herida; siguió sin novedad hasta el 23 a la tarde…”; en sus finales de no haber estado asegurado a la cama habría atacado a los médicos y a quienes le asistían. García y Valdés certificó que murió el 26 de febrero de 1810 a las 2 de la mañana.

José Ríos, de 30 años, el 15 de febrero a la noche estaba durmiendo en el atrio de un rancho de la guardia de Chascomús, cuando lo despertó el mordiscón de un perro en la pantorrilla derecha, “tres colmillos quedaron impresos, y con una hoja de tabaco con sebo, en pocos días dejó curada la mordedura. Continuó trabajando normalmente en sus tareas rurales, hasta que el 20 de marzo se vio atacado con una descompostura general y sin sueño, creyéndose resfriado tomó algunos remedios; pero el 24 “amaneció furioso, se despedaza, muerde cuanto puede, hecha espuma por la boca, da horrorosos aullidos y sus parientes lo traen atado por loco, en la tarde del 25”. Todo fue en vano, murió empapado en una baba verde a las 12 de la noche.

Claudio Atende, natural de San Luis de la Punta, de 52 años, el 8 de marzo de 1810 fue mordido por un perro en la calle, a los cuatro días fue a curarse al hospital, donde fue atendido aunque se negó a permanecer internado para seguir el plan que la necesidad exigía; cuando se lo buscó y encontró llegó insultando de los últimos síntomas; pero fue tarde a las siete horas de internarse “murió atacado a un tiempo de todos los síntomas de la rabia, en su último período fue víctima de su abandono”.
En medio de tantos contratiempos, el caso de Manuel Ruiz, un niño de 9 años, mordido el 27 de febrero en el brazo derecho por un perro rabioso, que mandó matar su padre don Marcos Ruiz, daba alguna esperanza. Ese mismo día fue al Hospital, “se le hicieron varias escarificaciones, y luego que se acabó de verter la sangre, se le aplicó un cáustico, se le prescribió una dieta tenue, se entabló el plan adecuado, se ha sostenido la supuración, y aunque el niño ha tenido mucho miedo, sigue sin la menor novedad, y tiene 69 días”.

Francisco Sosa, chileno de 25 años y constitución robusta, mordido el 19 de marzo en la mano izquierda y nuca por un perro con señales de rabia que luego murió; siguió la misma terapia que Ruiz, y llevaba 49 días sin más problema que una hinchazón en los pies, propia de la vida quieta que observaba, enteramente opuesta a la violenta y agitado de su oficio de domador.

Pedro Losenramais, de 30 años y constitución débil, mordido el 22 de marzo en una mano, llevaba 46 días sin novedad y Miguel Vega, paraguayo de 22 años, mordido el 3 de marzo en la mano derecha, llevaba al momento del informe 65 días sin inconvenientes.

De sus observaciones García y Valdés deduce tres puntos: I) los perros rabiosos comunicaron "el virus hidrofóbico" a los mordidos, siendo la saliva el verdadero conductor; II) los cuatro primeros que murieron fueron víctimas de su ignorancia, por no haber acudido a tiempo a curarse; y esto vale muchísimo de ahí muestro subrayado “tan distantes de tener horror a la rabia, que murieron sin saber que la tenían, ni que existiese en Buenos Aires tan terrible enfermedad” III) Que los cuatro últimos corrieron al Hospital a curarse, se les aplicó la medicación del caso y aunque el temor no se había disipado “ellos siguen disfrutando la más completa salud”. Valdés en el escrito destaca que “la imaginación influye en las enfermedades nerviosas, como lo es la rabia”, pero esta no se trata como afirma Bosquillon con persuasiones y consejos sino aplicando "los conocidos y seguros remedios", el consuelo y dando ánimo con cariño. 

Al final agrega ¿Qué importa que el perro sea el amigo fiel del hombre, si repentinamente se transforma en el más formidable enemigo? Él es por nuestra desgracia entre todos los animales domésticos, el que más ordinariamente contrae la rabia, y el mismo que nos la comunica, porque luego que se ve acometido de esta tan horrorosa enfermedad, se arroja con furia sobre lo que encuentra, llevando hasta lo más remoto la desolación y desesperación”. Para concluir con esta frase de refleja la humildad de este médico casi olvidado: "Vmds. disimulen mis defectos, y dispongan de la buena voluntad de este afectísimo servidor".

Labor educativa

Más allá de conocer algunos aspectos de cómo se presentaba el mal, vale destacar la labor educativa de Belgrano en este tema, que si no era una pandemia, era motivo de preocupación ya que no era una enfermedad conocida en el Río de la Plata. Como bien lo publicó La Abeja Argentina” publicaba esta noticia:

“RABIA. Si el nuevo mundo ha recibido del antiguo la civilización y la cultura, este en recompensa le ha hecho de tiempo en tiempo presentes muy funestos. La rabia, esa enfermedad tan terrible como mortal, en la que justamente se han comparado a los enfermos con Acteón despedazado por los perros, era desconocida en este país hasta el año de 1807 en que la expedición inglesa comandada por Sir Samuel Auchmuty desembarcó en Montevideo. Muy probablemente algún perro de los que vinieron en ella, trajo consigo este fatal veneno y lo comunicó en aquel pueblo: lo cierto es, que desde entonces esta enfermedad que apareció allí por primera vez, se comunico á su campaña, y de allí a la Banda Occidental del Paraná. Sus estragos entonces fueron bastante considerables, pero se detuvieron en su marcha, para no presentarse en adelante sino en la primavera de cada año. Así es que en Buenos Aires aparece generalmente á los principios de primavera, y particularmente en las primeras secas, manifestándose en los perros, de los que se comunica al hombre”.