Aplanadora verde

El baúl de los recuerdos. Ferro le dio una lección de fútbol a River en las finales del Nacional de 1984. En el primer partido, en el Monumental, el equipo de Carlos Griguol goleó 3-0 a los millonarios. Culminó su obra ganando 1-0 en el segundo, que fue suspendido por incidentes.

El dedo acusador siempre apuntaba hacia ese Ferro. Lo tildaban de defensivo, de despreciar el fútbol como espectáculo, de apelar a maniobras antideportivas… Si hasta una vez, por una presunta actitud antideportiva, el árbitro Juan Carlos Demaro le cobró un tiro libre indirecto y amonestó al zaguero Juan Domingo Rocchia por tocar la pelota cerca de su área para hacer correr los minutos… Tantas acusaciones se le hacían a ese equipo dirigido por Carlos Timoteo Griguol tan sólo porque se había atrevido a pelearle mano a mano la supremacía local a los conjuntos más importantes del país. Fuerte en sus convicciones, ese vilipendiado Ferro una noche se inspiró como nunca y le dio un baile escandaloso a River en el mismísimo Monumental. Y lo hizo nada más y nada menos que en la primera final del torneo Nacional de 1984, cuando goleó 3-0 a los millonarios. Y repitió su soberbia tarea en la revancha, que fue interrumpida cuando los hinchas visitantes intentaron incendiar las tribunas de madera  porque el elenco de Caballito seguía impartiéndole una lección inapelable a su rival.

El 24 de mayo, en Núñez, River y Ferro debían empezar a definir quién se quedaría con ese certamen que había arrancado dos meses antes con 32 equipos divididos en ocho zonas y que luego fue reduciendo sus protagonistas en las sucesivas instancias de octavos, cuartos de final y semifinales. Como suele suceder, el duelo se presentaba como un choque de estilos y como la ambición de un conjunto modesto de imponerse a uno infinitamente superior, tanto en historia como en la calidad del plantel del que disponía. Contrariando todos los pronósticos, las huestes de Griguol hicieron añicos a las del uruguayo Luis Cubilla. Y no tuvieron que apelar a los recursos extrafutbolísticos que se le achacaban. En realidad, les ganaron con el simple mérito de jugar mejor.

Con Enzo Francescoli y Norberto Alonso como máximos exponentes creativos, con la experiencia de Américo Gallego en el medio y un arquero de Selección como Nery Pumpido, River partía como favorito. Si bien no contaba en la ofensiva con las estrellas del pasado reciente, el Príncipe y el Beto también asumían las funciones de definición, pues aunque el uruguayo Alberto Bica se encontraba en un buen momento, el paraguayo Enrique Villalba terminó siendo una apuesta que no dio los réditos esperados.

La principal fortaleza de Ferro era su inteligencia y solidez como equipo. Cuando sus rivales tenían la pelota, los de Timoteo cerraban los espacios y ejercían una presión asfixiante. Pero en cuanto la recuperaban, su apariencia de conjunto defensivo mutaba en uno muy diferente. Entonces tomaban la posta el paraguayo Adolfino Cañete y Alberto Márcico y, de pronto, había que hacer a un lado los prejuicios y empezar a aplaudir. 

Todo esto sucedió esa noche en el Monumental.  River, fiel a su estilo, intentó llevarse por delante a su adversario. Una, dos, tres… diez veces. Nunca lo logró. Por el contrario, se vio obligado a correr detrás de esos hombres vestidos de verde que salían a una velocidad asombrosa hacia el arco de Pumpido.  Y le pasó desde el inicio mismo del partido. Porque a los 3 minutos ya perdía 1-0 por obra y gracia de un cabezazo de Cañete que instaló un escenario impensado para esa final.

Cuando el local buscó reaccionar, su esfuerzo fue en vano. Salió el pase perfecto del Beto Márcico ante una defensa que se adelantó pero no lo suficiente para impedir la corrida del misionero Hugo Noremberg, quien, maltrecho físicamente y todo, avanzó con pelota dominada casi 50 metros antes de eludir a Pumpido y definir con el arco desguarnecido.

En el complemento, los cambios de Cubilla no bastaban para alterar el trámite del encuentro. Por más que se jugara a todo o nada sacando al Tolo Gallego para incluir a un hombre de ataque como el santafesino Daniel Teglia, River estaba perdido. Había quedado atrapado en la telaraña que había diseñado Griguol. Y si les quedaba ánimo a los millonarios para pensar en cambiar la historia, esa pretensión quedó reducida a añicos cuando Márcico encontró en el área a Roberto Gargini, quien fue derribado por Jorge Cacho Borelli cuando enganchaba en búsqueda del gol. Desde los doce pasos, el Beto superó a Pumpido y cerró la función de gala de ese Ferro que anhelaba repetir los días felices del Nacional ´82, el torneo que le dio su primer título.

La revancha, seis días más tarde, fue un calco. Tanto es así que a los 2 minutos de acción Cañete abrió la cuenta. La final ya estaba definida. Siguió otros 68 minutos, hasta que los hinchas de River se hartaron de ver a su equipo absolutamente superado y no tuvieron mejor idea que prender fuego los tablones del estadio de Caballito. No podían tolerar haber sido aplastados por esa impiadosa aplanadora verde.

LA SINTESIS

River 0 - Ferro 3

River: Nery Pumpido; Eduardo Saporiti, Alfredo De los Santos, Jorge Borelli, Jorge Alberto García; Enzo Francescoli, Américo Gallego (Daniel Teglia), Norberto Alonso, Roque Alfaro; Alberto Bica (Carlos Tapia), Enrique Villalba. DT: Luis Cubilla.

Ferro: Eduardo Basigalup; Oscar Agonil, Héctor Cúper, Víctor Marchesini, Oscar Garré; Carlos Alberto Arregui, Jorge Brandoni, Adolfino Cañete; Hugo Noremberg (Daniel Fernández), Alberto Márcico, Roberto Gargini (José Fantaguzzi). DT: Carlos Timoteo Griguol.

Incidencias

Goles: Primer tiempo: 3m Cañete (F); 20m Noremberg (F); 35m Alberto Márcico (F), de penal.

Estadio: River. Arbitro: Arturo Ithurralde. Fecha: 24 de mayo de 1984.