Test para el peronismo

El anecdotario militar está repleto de batallas en las que los generales de turno contaron con divisiones, armamentos y recursos que finalmente nunca arribaron a tiempo a la contienda. Sin ir más lejos, en Argentina, aún perdura en la memoria de los mayores de cuarenta años, la columna de tanques comandada por Ernesto Arturo Alais que en 1987, y frente a la revuelta carapintada de Campo de Mayo, supo salir desde Rosario para, misteriosamente, nunca llegar a Buenos Aires. 

Algo similar puede estarse gestando en el territorio que ya ha sido señalado por el gobierno nacional, como el campo de batalla más importante en la lucha contra el coronavirus: el conurbano bonaerense. 

El emergente de una pandemia en tiempos de redes sociales y grandes medios de comunicación, ha convocado tal nivel de atención, que hemos olvidado casi por completo que Argentina experimenta una crisis económica descomunal, cuyos pilares principales son una inflación de más del 53% en 2019, diez años consecutivos de caída de los indicadores económicos, una expectativa de desempleo previa a la crisis pandémica que oscilaba un 11% para 2020, un cierre casi absoluto de los mercados internacionales para la colocación de deuda y 4500 puntos a la fecha de riesgo país, una negociación sumamente difícil con el FMI y una presión impositiva que ahoga por completo a los sectores productivos, especialmente a las PYMES que son ni más ni menos las principales generadoras de empleo genuino. 

Y todo esto sin considerar en ningún momento, el efecto posterior de la pandemia porque, así como el covid-19 tiene como víctimas principales a los mayores de 60 años, un efecto similar es esperable para el mundo de los pequeños negocios y pymes, que ya difícilmente subsistían y ahora deberán enfrentar los efectos directos de la cuarentena y de un mercado aún más deprimido que antes de ésta.

En este marco, el secreto a voces del círculo rojo de la política es la expectativa de que el peronismo pueda utilizar la espada que como en el mito arturiano solo el gran movimiento nacional puede esgrimir: la contención a bajo costo de los sectores más vulnerables, especialmente del conurbano bonaerense. Y la expresión a bajo costo adquiere un sentido particular, porque en los tiempos que vivimos y en el marco de la crisis señalada, difícilmente el gobierno de Alberto Fernandez pueda darse el lujo de volcar sobre estos sectores, y sus ya conocidos intermediarios, los miles de millones de pesos que supo sacrificar Mauricio Macri en pos de la paz social, a través de su Ministra de Desarrollo, Carolina Stanley. Sin recursos genuinos, con índices de inflación como los esperados y con los mercados internacionales cerrados, este intento solo podría estar basado en crecientes niveles de emisión monetaria, colocando al Ministro Guzman en la antesala de darse el gusto de, con solo 37 años de edad, manejar su primera hiperinflación.

La pregunta focal entonces se vuelve obvia: ¿qué sucedería si este recurso de hiper-legitimidad fundado en un andamiaje de capacidades políticas, simbólicas, discursivas y, por qué no, militantes, no fuese todo lo sólido que algunos piensan? ¿Cuál sería el costo para el peronismo todo si la crisis se saliese de su cauce y la debacle económica generada en los últimos 16 años de gobiernos, sumados a los efectos de la pandemia, en una población sumamente vulnerable a ella, provocase la pérdida de control de estos sectores que viven hace décadas en condiciones de creciente pobreza y marginalidad? No olvidemos que, a pesar de la tan mentada contención histórica del peronismo, la mismísima Cristina Fernández de Kirchner supo sufrir saqueos en los años 2012 y 2013, situación que, paradójicamente y gracias a la ya citada entrega de recursos a los movimientos sociales, no experimentó Mauricio Macri.

Toda la política mira al conurbano

Las alarmas están encendidas y toda la política mira a ese conurbano en el que vive un cuarto de la población total del país. Máxime cuando la provincia de buenos aires está gobernada hoy por el ex ministro de economía Axel Kicillof, un híper porteño hombre del riñón de Cristina Kirchner, pero lejano a ese peronismo puro, doctrinario y duro con el que se sienten más cómodos las piezas claves de esta contienda: los históricos y no tan históricos barones del conurbano bonaerense. Quizá por eso quien haya prestado atención a los movimientos tácticos durante la pandemia, habrán observado que estos poderosos intendentes llenan sus redes sociales y múltiples mensajes mediáticos con referencias a su trato directo con el presidente de la nación y solo esporádicamente citan al gobernador recientemente elegido.

Así las cosas, el peronismo se encuentra frente a un test histórico: el probar (nuevamente) que es capaz de lograr lo que otros no han podido, no han sabido o no han querido. O fallar en la prueba y dejar al descubierto que el gran movimiento nacional ha sido una víctima más de la pérdida de poder de las clases políticas, del descrédito público y del fortalecimiento de nuevos actores que, respondiendo exclusivamente a sus propios intereses, han forjado al calor de la brasa caliente que representa el incremento de la pobreza, un poder desatado que difícilmente puédase volver a controlar.

Y en ese escenario surge una pregunta subsidiaria pero no menos compleja que la anterior: ¿qué podría suceder con esta tirante alianza que forman el albertismo incipiente y el consolidado cristinismo? En el mejor escenario, lo sabremos cercanos a la elección de 2023. En el peor, quizá mucho antes.