LA TAREA ESENCIAL DE LOS CAPELLANES EN MALVINAS NO HA RECIBIDO LA ATENCION QUE MERECE

Sacerdotes en tiempos de guerra

POR SEBASTIAN SANCHEZ * 

La conmemoración de los 38 años de la Gesta de Malvinas nos encuentra en una situación inédita y dramática, sin que sepamos a ciencia cierta cómo saldremos de ella. Sin embargo, nada nos impide detenernos en las reflexiones recordatorias de aquella guerra que para muchos argentinos -no para todos, es cierto- fue una conmoción similar a la que hoy padecemos. Y nos parece que resulta propicio recordar hoy la enorme importancia que tuvo en nuestra Gesta la presencia de los capellanes castrenses.

Resulta cosa extraña -o quizás no tanto, si se tienen en cuenta las múltiples falsificaciones históricas a las que se ha sometido a la Gesta- que transcurridas casi cuatro décadas los sacerdotes castrenses no hayan sido objeto de estudios importantes, y eso a pesar de que la enorme mayoría de los veteranos reconoce agradecida la tarea misional de aquellos hombres. Es sin duda una injusticia que humildemente procuraremos reparar con un libro dedicado a aquellos sacerdotes, del cual este artículo es una suerte de adelanto. 

La Iglesia designa con el nombre de capellán al sacerdote que ejerce su ministerio por fuera de las diócesis ordinarias en lugares como colegios, hospitales, barcos, prisiones o universidades. Así, es capellán castrense aquél que asiste espiritualmente a los militares -y a sus familias- en tiempos de paz y de guerra, en los cuarteles y también en el campo de batalla. Se trata de un servidor de la Paz entre las armas -ministerium pacis inter arma- como han señalado más de una vez Juan Pablo II y Benedicto XVI.

ANTIGÜEDAD

Por cierto, el del capellán castrense es un antiguo ministerio sacerdotal, al punto que puede decirse que tiene tanto tiempo como la misma Iglesia. Pero sin dudas, sus orígenes claros se remontan a la Cristiandad medieval, donde no había guerra sin caballeros ni monjes. En las Cruzadas, llamadas por el Pontífice, se evidencia el papel central de los sacerdotes que peregrinan combatiendo a Tierra Santa. Pero ejemplos hay muchos, de Covadonga a Lepanto, pasando por la missio castrensis de Alejandro Farnesio, entre los Tercios españoles. De las guerras carlistas a la batalla de Krazny Bor, por citar sólo la historia española, nunca faltaron sacerdotes en las filas combatientes. Por supuesto, lo propio se verifica en nuestra historia, pródiga en ejemplos de capellanes en todas nuestras guerras, que no han sido pocas.

Lo cierto es que, más allá de su misión pastoral en tiempos de paz, es en la guerra donde se pone en evidencia la tarea esencial del capellán. Es en los momentos en los que los hombres de armas se enfrentan al dolor y a la muerte -la propia y la ajena- los tiempos en los que arrecia el combate y estalla el pandemonio, aquellos en los que el capellán adquiere su trascendente importancia. Antes, durante y después del combate el sacerdote es pontífice, puente para llegar al Cielo. Es él quien, actuando in persona Christi, posee el carácter de salvífico intermediario. Él es el celoso guardián de las almas en peligro. Y de ahí el valor supremo de una confesión antes del combate, de la Unción de los enfermos o de una Misa en la campaña. Cuando impera la justicia de la causa, el capellán es el símbolo de la íntima unión entre la espada y la Cruz. ¿Será por eso que los capellanes militares son víctimas de tanto ataque pertinaz?

A LAS ISLAS

Veintidós hombres fueron destinados como capellanes militares a las Islas. Algunos pertenecían al clero castrense, organizado por aquel entonces como Vicaría, y muchos partieron en calidad de voluntarios. Las tres fuerzas en combate (más algunas unidades de Gendarmería, por ejemplo) tuvieron sus capellanes, aunque la mayoría pertenecía al Ejército por la sencilla razón de que en éste revistaba el grueso de los soldados. No se nos olvida que a ese número se agregan los sacerdotes que asistieron espiritualmente a los combatientes sin estar en suelo malvinero, especialmente aquellos que acompañaron a nuestros pilotos de Dagger o A-4 Skyhawk. Los "halcones" de la Fuerza Aérea y de la Armada necesitaban a Jesús Sacramentado antes de partir a la batalla y a eso refiere Nicolás Kasanzew cuando dice que "no hay nada más peligroso que un piloto argentino recién confesado".

Los capellanes malvineros fueron un grupo unido en la vocación y la tarea pastoral, pero tan diverso como cualquier otro conjunto de hombres. Algunos pertenecían al clero castrense, como se ha dicho, pero otros eran miembros de órdenes religiosas (especialmente salesianos y dominicos) y no faltaron curas diocesanos. Además del Vicario Castrense, Mons. Manuel Medina y el ex -Vicario, el reconocido Mons. Victorio Bonamín, que estuvieron episódicamente en Malvinas pero que no participaron de acciones de combate, los capellanes fueron los Padres José Fernández, Fray Salvador Santore (dominico), Dante Vega, Idelfonso Benigno Roldán (salesiano), Natalio Astolfo (salesiano), Santiago Mora, Luis Sesa, Santiago Bautista Baldazari, Jorge Luis Piccinali, Marcos Gozzi, Nicolás Solonisky (salesiano), Vicente Martínez Torrens (salesiano), Domingo Renaudiere de Paulis (dominico), Pablo Cantalicio Sosa, Angel Maffezini, Carlos Wagenfuhrer, Roque Manuel Puyelli, Gonzalo Eliseo Pacheco, Juan Corti (salesiano), Norberto Sorrentino (dominico) y Gustavo Miatello. Cada uno actuó en lugares diferentes -como Bahía Fox (en Gran Malvina), Pradera del Ganso, Puerto Argentino o alguna de las alturas que atestiguaron los más intensos combates, como los montes Longdon, Harriet o Dos Hermanas- pero todos se ocuparon de asistir a los soldados en los sacramentos o al momento de ser heridos o con el Responso a la hora de Partida.

Sólo hubo capellanes católicos en Malvinas, ninguno de otras religiones, salvo entre las tropas inglesas. Por eso, si es verdad que cada soldado contaba con su fusil, también llevaba consigo el Rosario. Como en Lepanto, ¡cuánto se rezó a la Virgen en aquellos meses de 1982! Es cierto que muchos soldados -oficiales y suboficiales incluidos- estaban lejos del Redil, pero en esos días aciagos no demoraron en volver. Incluso, y este no es un tema menor, no fueron pocos los soldados de otros cultos que se hicieron católicos, sobre todo cuando asistían a las muestras de fervor mariano de sus camaradas.

Los capellanes, cada uno con sus singularidades, compartieron todas las horas con los soldados de la primera línea. No hay distingos en eso. Es cierto que llama la atención el caso del P. Renaudiere de Paulis, docto dominico, que escribió un singularísimo diario durante la contienda. Pero lo propio puede decirse del P. Piccinali, joven sacerdote recién ordenado, que compartió muchas de las misiones de las Compañías de comandos. Y ni que hablar del P. Martínez Torrens, que asistía a las tropas de Seineldín y que no cejaba en su Misa de Campaña, aunque arreciaran las bombas de los Harriers. ¿Y cómo olvidar al P. José Fernández, que coordinaba a todos los capellanes en las Islas y que compartió no sólo jornadas de batalla sino también semanas como prisionero de guerra? En fin, tantas acciones nobles, valientes y santas no pueden ser resumidas en unas pocas líneas.

Estos días oscuros que vivimos, en los que todo el espectro político partidario coincide en que "lo importante es la vida" (lo cual no deja de ser al menos paradojal en un país donde desde el Presidente a un sinfín de instituciones tanto se insiste en la legalización del aborto) se observan no obstante algunas otras intencionalidades, dispuestas, así como quien no quiere la cosa, entre gallos y medianoches. Hace unos días nomás, más exactamente el 12 de marzo -esto es cuando el virus ya estaba entre nosotros- algunas instituciones (entre las que destaca el pertinaz CELS) presentaron un proyecto de ley ante el Congreso de la Nación por el que exigen la eliminación del Obispado Castrense. Es el viejo y siempre renovado anhelo de la progresía vernácula. ¡Y todo mientras en las calles del país militares y policías se ocupan de proteger a una comunidad aterida de miedo!

HOMBRES DE DIOS

Es oportuno tener presente la misión de los sacerdotes en estos días aciagos. Hombres de Dios que recorren la primera línea, dispuestos al sacrificio de su vida por caridad, como vemos que muchos lo han hecho ya en las calles y hospitales de Italia o España, atentos a cuidar del prójimo en peligro. En fin, ya lo decía Ernest Psichari, aquél joven soldado poeta, valiente y de fe abundante que murió en la hecatombe de la Primera Guerra Mundial: "cuando hay orden, hay sacerdote y soldado; cuando se instala el sistema del desorden ni hay sacerdote ni hay soldado. O se está con ellos, o contra ellos". Que cada cual sepa qué elegir. 

* Esta nota obra como adelanto del libro que el autor publicará sobre el tema próximamente