Buena Data en La Prensa

El diálogo imposible

Cuando surgen grietas sociales, hay traspasos de gobierno o se reúnen líderes comunitarios tratando de pacificar los ánimos se habla de la imperiosa necesidad del diálogo. El diálogo pareciera ser la panacea de todos los conflictos. Si esta es la solución a nuestros problemas convendría que reflexionemos al respecto.

Ordinariamente se considera que el diálogo es una forma de comunicación verbal o escrita en la que se vinculan alternadamente dos o más personas asumiendo los roles de emisor y receptor. Se toman en cuenta también la existencia de un contenido que circula entre ambos y de ruidos que pueden generar cortes o distorsiones en la transmisión efectiva. Hasta aquí casi todos de acuerdo. Poco se habla sobre la verdad del mensaje.

¿PARA QUE DIALOGAR?

Expresar los sentimientos es muy saludable, sobre todo si son sinceros y prudentemente liberados, pero de por sí no poseen una intención dialógica. A los sentimientos y las emociones podemos expresarlos, manifestarlos, mostrarlos, exponerlos, pero nadie puede contradecirlos. Pertenece a nuestro fuero íntimo sentirlos de tal o cual manera. Por ejemplo, podemos sentirnos humillados o reconocidos, independientemente de lo que la realidad indique. Podrán ser más o menos proporcionados a las circunstancias objetivas, pero no pueden ser cuestionados.

Es diferente cuando nos referimos a lo que pensamos u opinamos respecto de algún aspecto de la realidad.

En el intercambio entre dos o más hay un "tercero" que es la verdad para develar. Cuando dialogamos, hablamos sobre algo. Y las características de ese algo hace que el diálogo no se restrinja a la mera expresión.

Dialogar es el en fondo, descubrir juntos la verdad de la realidad. Cada uno desde su aporte, desde su perspectiva, desde su punto de vista. Pero aunándose en el descubrimiento de lo real. Develando- quitando los velos que cubren- lo verdadero.

Obviamente, el supuesto implícito es que existe una verdad y que ella, aunque inagotable, puede ser descubierta por la inteligencia humana.

MI VERDAD, TU VERDAD

Otra situación se plantea cuando el supuesto del que se parte es considerar que cada uno tiene su verdad, que cada uno desde su subjetividad la construye conforme su historia y el contexto sociocultural en el que está inmerso. "No hay verdades absolutas", escuchamos decir. "Esa es tu verdad, yo tengo la mía porque la verdad siempre es relativa".

En los interminables debates que los medios nos presentan se suceden chicanas, falacias y artilugios retóricos donde gana el más hábil o el que hace trastabillar a su oponente, sin importar tanto qué dice, sino cómo lo dice y lo convincente que aparente.

MITO SIGLO XXI

La globalización de las comunicaciones ha puesto cerca culturas distantes. Se recibe mucha información de costumbres distintas y ajenas al propio espacio geográfico y cultural, además la realidad virtual presenta mundos de fantasía que se confunden con los reales. Los límites entre "realidad real" y "realidad virtual" se desdibujan y se hacen más fluidos Los avances tecnológicos en este sentido han facilitado la instalación de falsas creencias compartidas por gran parte de la sociedad: que no existe una verdad universal y que todo depende del contexto sociocultural en el que se vive, que no se puede confiar en los sentidos y que la realidad es lo que cada uno construye. ¿Hay pruebas de la certeza de estas afirmaciones? No. Pero terminan convirtiéndose en un paradigma compartido, una especie de axioma que ya no se discute.

Antes de emprender un camino, siempre es bueno prever a dónde conduce. Y este no parece llevar a buen destino.

Si no hay ninguna verdad por descubrir, el diálogo se transforma en una alternancia de expresiones, una especie de monólogos compartidos que coinciden en espacio y tiempo, que pueden llegar-en el mejor de los casos- a tener puntos en común. Surge así la "verdad consensuada" ¿Y si no hay puntos en común? Vale entonces la persuasión de las mayorías ¿y si aun así las minorías no quieren ceder? Gana el más fuerte imponiendo su voluntad y la tolerancia desaparece.

Donde impera el relativismo, el diálogo es una utopía imposible. El respeto por la opinión de los demás se detiene ante la posición de quien defiende verdades absolutas. Para el relativista todo es válido, excepto no ser relativista.

Se presenta con contundencia la ley del más fuerte, del que tiene los medios, del que tiene el poder de determinar que se puede o no se puede decir.

Lo anunciaba Benedicto XVI, por entonces Cardenal Ratzinger: "Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja sólo como medida última al propio yo y sus apetencias".

Abuso de poder, soledad, unos contra otros. A veces pensamos que nuestra sociedad está viviendo una crisis de diálogo. En realidad, estamos viviendo una crisis antropológica en la que ya no confiamos en que nuestra inteligencia pueda conocer, aún, limitadamente, una minúscula parte de la verdad.


* El lector podrá seguir a Buena Data en:
www.buenadata.org
Instagram: @buenadata
Twitter: @BuenaDataOK
Facebook: @BuenaDataARG