Hemos vencido al peor adversario

Estas líneas, escritas antes de conocer los resultados del comicio, no pretenden tener un tono profético, ni admonitorio, y ni siquiera de contrición colectiva, sentimiento casi ausente en los días que corren. 

Hemos asistido a un lamentable espectáculo que nos ha revelado ciertas tendencias profundas como sociedad. La especulación, los intereses sectarios, el abaratamiento de las propuestas, han marcado la campaña electoral. 

Las paredes de Buenos Aires aún tienen los resabios de esos rostros abstrusos y sonrientes, ofrenciendo la sarta de milagrería que suele teñir estos tiempos. En la ciudad, y pese al resultado, queda un largo camino por recorrer para mejorar y corregir aspectos básicos de toda urbe que se pretende cosmopolita, progresista y liberal. 

Desde los tiempos de Shakespear (Ronald, sin e, no Willam, el bardo inglés), ningún gobierno ha unificado el diseño de la cartelería y mobiliario urbano. Puede parecer una cuestión menor, pero todas las grandes ciudades cuentan con una identidad tipográfica que las hace únicas. Ocurre en Nueva York, París, Roma y otras capitales del mundo. 

ANARQUIA TOTAL

El rasgo identitario visual es un concepto básico para completar una cultura propia. No alcanza con el tango, el mate y los bifes de chorizo. Misteriosamente, existe aquí una anarquía total en la presentación de los museos, los teatros, hasta los subtes con estaciones de nombre compuesto de acuerdo a la circunstancias. Y cada línea imbuída en su propio caos. No porque falten creativos como Karina El Azeem, Edgardo Giménez y otros. 

La desidia y falta de voluntad política, no logró superar los cepos imaginarios de quienes cuidan su quintita. Pero no sólo es presentarse adecuadamente. 
Hace años, un colega y viajero experto, me contaba que al bajar del avión, lo primero que se debe observar para saber el nivel social y económico de la población, son las dentaduras. Ciertamente, el porteño anda por la vida con el rostro ceñudo y escasamente sonriente. Pero, ¿cuánto hace que no se realizan campañas de salud pública odontológica en la ciudad? La última que recuerdo fue cuando era niño, y venían al colegio para hacer una revisión anual. 

Ahora, almorzar o cenar en los modernos restaurantes de la ciudad, se ha transformado en un espectáculo circense; es fácil advertir las dificultades masticatorias, más allá de los modales, de la mayoría de los convidados, incluso los jóvenes. 

Ni hablar de la convivencia urbana. Una ley que regula las propiedades horizontales desde mediados del siglo pasado, es retocada periódicamente de acuerdo a intereses sectoriales, y los códigos de convivencia que supimos conseguir, se ha diluído al ritmo de piquetes marchosos, basura abundante y camiones que realizan sus tareas a horas inciertas. 

Mientras tanto, maniatada desde fines de los 80 por la ley Cafiero, la estructura judicial es un cascarón vacío y a la deriva. Eso sí, muy apto para jueces y fiscales que buscan promocionarse para postulaciones posteriores, y con modernos edificios ocupados por abundantes empleados, generalmente integrantes de la familia judicial. 

Quizá alguien se pregunte, como se vinculan estos temas con las recientes elecciones. Hemos hablado, quizá con cierto soslayo, de cultura, salud pública y justicia. ¿Cuales serán los planes para cada área de las nuevas autoridades, a nivel ejecutivo, legislativo y judicial? Para la sociedad, es tiempo ya de dar batalla por mejoras concretas en todos los aspectos. El lema esperanzador de podemos vivir mejor, que sobrevoló todas las campañas proselitistas, debería ser un objetivo común, desligado de las cifras del escrutinio dominguero. 

La ciudad de Buenos Aires maneja el segundo presupuesto del país, que incluso se ha engrosado notoriamente en los últimos años, a partír que el actual ministro nacional de Economía, discípulo de Martín Redrado, ejerció la titularidad del Banco Ciudad. 

Tenemos, quienes aquí vivimos, muchas otras inquietudes convergentes, que serán motivo de próximas publicaciones. Mientras tanto, guardemos el calor cívico demostrado para vencer al peor enemigo de estas calles que amamos y soñamos legar con orgullo: la indiferencia.