Libertad económica para la liberación

Para liberarse de la pobreza y, sobre todo, de los fabricantes de pobres (el clientelismo político), no hay dudas: la solución es liberar las fuerzas productivas.

POR Marcos Falcone *

Si uno le pregunta a la mayor parte de los ciudadanos por sus preferencias ideológicas, seguramente dirán que tienen a la libertad como uno de sus valores más altos. Pero si se indaga con un poco más de cuidado, probablemente sean menos los que digan que están a favor de la libertad económica. Por el contrario, el apoyo a las libertades no económicas será con toda seguridad más alto.

Lo que esto quiere decir es que el apoyo a los mercados libres, junto a medidas que lo optimizan y que están relacionadas a la apertura comercial, la baja de impuestos y la desregulación, suele ser menor que el apoyo a la expresión individual no monetaria, por ejemplo, a la hora de opinar, asociarse, desarrollar cualquier tipo de identidad sexual o consumir cualquier tipo de sustancias, entre otros.

Entonces encontraremos, por ejemplo, que seguramente exista en el tiempo un apoyo consistentemente mayor a la legalización del consumo de marihuana que a privatizar empresas estatales, entre muchas comparaciones posibles.

Ante esta situación de divergencia entre el apoyo a la libertad económica y a la no económica, algunos liberales sostienen que es posible entenderlas separadamente, mientras otros sostienen que cada tipo es específico. Asimismo, algunos defienden el liberalismo desde un punto de vista principista y sin atender a sus efectos, mientras otros lo hacen a partir de las buenas consecuencias que genera. 

¿UNA SOLA?

El argumento de que la libertad es una sola y por lo tanto es indivisible puede ser atractivo, pero probablemente solo lo sea para quien ya está convencido de que es liberal. Lo mismo sucede con las defensas dogmáticas de la libertad. Pero el problema del liberalismo, en realidad, es más acercar a aquellos que desconfían de la libertad económica por sus efectos que acercar a otro tipo de ciudadanos, por lo que es necesario generar un argumento superador. 

Ese argumento superador sobre el valor de la libertad económica existe, y es que ella puede ser pensada como un mecanismo liberador. En efecto, sobran datos que confirman la relación entre la libertad económica y el nivel de desarrollo económico de un país, lo cual a su vez está relacionado con mayores niveles de libertades no económicas, o sociales, y de democracia. La teoría sobre la relación causal entre ellas no es demasiado compleja: cuantos más recursos están en propiedad de los ciudadanos, más presión se forma desde ellos para poder disfrutarlos en libertad. E incluso cuando la riqueza no derriba dictaduras, sí es un reaseguro de las democracias frente a regímenes autoritarios, que empíricamente se ha mostrado que no pueden penetrar en una sociedad de individuos libres.

En cambio, es difícil pensar cómo un alto nivel de libertad no económica generaría un alto nivel de su correlato económico. Esto, por supuesto, no quiere decir que la libertad social no sea importante: si la libertad es el valor máximo, entonces se debe estar a favor de todo aquello que conduzca al intercambio libre de opiniones y a favor de no penalizar ninguna acción privada que no infrinja la libertad de los demás. 

Sin embargo, la libertad social no fomenta la económica y por sí sola tampoco genera incentivos para fomentar el desarrollo: ¿pero qué sería mejor para disfrutar la libertad que poder ganarse una buena calidad de vida?

IDEA 

La libertad económica, por el contrario, puede y debe ser presentada como una forma de liberación para los más pobres que conduce a sean más libres en otras áreas. 

En países latinoamericanos como los nuestros, de hecho, esta idea es aun más urgente, dada la existencia de un clientelismo político intricado que mantiene conscientemente a sus clientes en la pobreza al aplicar políticas de intervención estatal que por un lado inhiben la producción de riqueza y por otro lado fomentan la huida de los más productivos. 

Hoy, los altos impuestos, la inflación, las empresas y los monopolios estatales, el mantenimiento y la expansión constante de absurdos organismos de control que aplican regulaciones destructivas para el empleo, son todos problemas que deben ser enfrentados por quienes quedan, en última instancia, condenados a recibir subsidios para subsistir.

Allí donde no hay libertad económica, el Estado suele ser rico, pero la sociedad suele ser pobre. Pero allí donde sí hay libertad económica, la sociedad ya no es pobre: las personas ya no sufren controles abusivos que les impiden emprender, se quedan con un porcentaje más alto de sus ingresos, y obtienen acceso a más herramientas que les permiten incrementar su productividad y sus ganancias. ¿Quién podría estar en contra de algo así? Para liberarse de la pobreza y, sobre todo, de los fabricantes de pobres, no hay dudas: la solución es la libertad económica.

* Politólogo (Universidad Torcuato di Tella).